En medio de desgracias, violencia desatada y lluvias que lastiman a poblaciones enteras del país, se grita por una fiesta llena de contradicciones. Lo que trae a mí interrogantes del tipo: ¿¿Qué es un país??? y ¿¿por qué nos festejamos como patria??? [... a la luz del nuevo milenio]. Nos aferramos a una bandera y renunciamos nuestra identidad a un escudo, pero, en lo esencial, vemos morir a nuestros pies a compatriotas y hermanos y somos casi inmunes a la culpa y la responsabilidad social.
No damos pasos firmes y contundentes hacia nuevos órdenes de convivencia... más humanos, más justos, más solidarios, más generosos... más libres y más creativos. Por el contrario, caminamos aceleradamente hacia una decadencia de mucho más fondo. No el mero adorno de "valores" perdidos. La cruda certeza de una humanidad precaria que pierde todo su humanismo para redefinirse en la barbarie.
Palabras más, palabras menos. Sin necesidad de ver un periódico ni de tener sofisticadas fuentes de información, basta voltear a nuestro entorno, para descubrir esta ausencia de humanidad en quien menos nos lo esperamos. Es como si se contagiara la desesperanza, casi epidémicamente, y todos, sin darnos cuenta, empezáramos a flexibilizar principios, compromisos, prioridades. Como si a medida que se agravan las cosas, ya no tuviéramos nada que perder y renaciéramos al ser rapaz programado minuciosamente por la decrépita modernidad; y a la falsa premisa de que estamos condicionados para sobrevivir de acuerdo con la ley de la oferta y la demanda, en el reino del más "fuerte".
Y en ese resquicio de locura, que es esta forma perversa que se ha constituido como el orden del mundo, asoma el amor también como una mercancía, el cuerpo como una materia de uso y desuso. El sexo sin rostro, a oscuras, con los ojos cerrados, para evadir lo poco de humanismo que todavía se aferra a salvarnos del "infierno". Pero el ser humano es necio y con sólo afirmar su voluntad se conforma, sacrifica lo justo, lo bello, lo bueno, con tal de dominar y someter, con tal de tener la última palabra sobre los demás. Quizá por eso merece la condena que se autoimpone, al ser incapaz de romper con los añejos paradigmas.
No damos pasos firmes y contundentes hacia nuevos órdenes de convivencia... más humanos, más justos, más solidarios, más generosos... más libres y más creativos. Por el contrario, caminamos aceleradamente hacia una decadencia de mucho más fondo. No el mero adorno de "valores" perdidos. La cruda certeza de una humanidad precaria que pierde todo su humanismo para redefinirse en la barbarie.
Palabras más, palabras menos. Sin necesidad de ver un periódico ni de tener sofisticadas fuentes de información, basta voltear a nuestro entorno, para descubrir esta ausencia de humanidad en quien menos nos lo esperamos. Es como si se contagiara la desesperanza, casi epidémicamente, y todos, sin darnos cuenta, empezáramos a flexibilizar principios, compromisos, prioridades. Como si a medida que se agravan las cosas, ya no tuviéramos nada que perder y renaciéramos al ser rapaz programado minuciosamente por la decrépita modernidad; y a la falsa premisa de que estamos condicionados para sobrevivir de acuerdo con la ley de la oferta y la demanda, en el reino del más "fuerte".
Y en ese resquicio de locura, que es esta forma perversa que se ha constituido como el orden del mundo, asoma el amor también como una mercancía, el cuerpo como una materia de uso y desuso. El sexo sin rostro, a oscuras, con los ojos cerrados, para evadir lo poco de humanismo que todavía se aferra a salvarnos del "infierno". Pero el ser humano es necio y con sólo afirmar su voluntad se conforma, sacrifica lo justo, lo bello, lo bueno, con tal de dominar y someter, con tal de tener la última palabra sobre los demás. Quizá por eso merece la condena que se autoimpone, al ser incapaz de romper con los añejos paradigmas.
Ayer tuve una conversación interesante y, de manera espontánea, sin proponérmelo, logré articular algo que me lleva incomodando los últimos seis meses. Esto es: mi vocación múltiple que se convierte en un problema, a medida que me libera hacia conocimientos y experiencias cada día más propios. Es paradójico, pero el no tener con quien compartir nada de lo que pienso, es decir, de lo que realmente soy, quién he sido a lo largo de mi vida, qué lugares he visitado, cuáles son mis herencias de vida y en qué radican mis tesoros del alma, me hace olvidar cómo comunicarme conmigo misma. Pues no tengo una interlocución cotidiana que sea mi hogar. Sí tengo, afortunadamente, muchas interlocuciones de vida, de amistad, de ésa otra cotidianidad, que habita fuera de nosotros. Pero es tan radical mi ser sola o mi estar sólo yo, que me descubro siendo dura e injusta. De pronto, siento que me habitan heridas nuevas que, al no ser notadas, empezaban a lastimar todo lo demás que me habita.
Y qué es esto que tanto me molesta... Haber descubierto la defensa de los derechos humanos como una vocación nata y tener que renunciarla porque los expertos consideran que yo no sirvo para ser parte del "mundo" de los derechos humanos... Es la segunda cosa más triste que me ha ocurrido en los últimos tiempos; la primera: amar un alma que no tiene cabida para mi vida (y confieso que ésta es una herida muuucho más profunda) Pero el corazón no se manda, si uno no le alcanza al otro, si quien quieres no descubre en ti su dicha, si le ocupan cosas más importantes, sólo puedes aceptarlo y aprender a reconciliarte con los designios de un destino que a tu deseo le parece incomprensible. Pues con el tiempo, todo tiene su razón de ser.
Volviendo a los tan codiciados y seductores derechos humanos. Cuando empecé a descubrir este nuevo ethos, me parecía infinito y lleno de horizontes como si el genio de una lámpara mágica me hubiera regalado un milagro. Ahora, me topo una y otra vez con un círculo concéntrico, sellado con fuertes candados y reacio a los nuevos miembros. Supongo que todos los grupos selectos son así. Quizá mi gran frustración es ser sólo una mortal mágica tortuga nada selecta y sin grupo alguno. Uno nunca sabe de qué manera la vida te va a sorprender, me cuesta entender porqué la vida te regala para siempre arrebatarte. Pero me dio tantas dichas este deslumbrante horizonte, me confío una joya sagrada, me rodearon ángeles, y se llenó de luz mi camino. Así que, no debería lamentarme en absoluto, pues no debo pensar en lo que no será, ni en lo que quise que fuera, debo transportarme una y otra vez a ese gratuito bienestar que descubrí y todo lo que lo colmó. Debo regresar a esa sonrisa mía que se entregó sin condiciones, sin cálculos, sin premeditaciones, sin imaginar si recibiría algo a cambio, sin aspirar a nada más que a la dicha inmediata de descubrir todo un nuevo modo de ser. Fue un paraíso ante mis ojos, ahora sé: un oasis. Pero nada ni nadie podrán arrebatar los secretos de vida que este lugar, con amor y generosidad, me brindó. Gracias :) :) :) Por un momento se renovó mi esperanza... por un instante me pude reconciliar con el lado humanista de nuestra humanidad. Y éste, creo, es el mayor privilegio que un ser humano puede recibir.
Ahora, en cambio, estoy perdida. Este rumbo no me quiere, y mi rumbo previo ya no existe. Así como en el caso de mi corazón. Consulto con Dios cada mañana y rezo con fuerza por las noches, para recibir el mensaje que ilumine el sendero que me corresponde, para liberarme de toda esta frustración de vida y de amor que hoy me invade. Para volver a mirarme en el espejo y descubrir que valgo la pena. Que merezco ser amada y que merezco un lugar en el breve mundo de los derechos humanos, porque todo lo que hice, desde que tengo memoria, fue para comprender al ser humano, a tal grado, que pudiera encontrar un resquicio para su sanación. Pero, ahora, soy yo quien necesita ser sanada, pues de pronto parece que nada tuvo sentido, que no valió la pena, que fue mucho esfuerzo para ningún logro o satisfacción y que no hay un lugar con magia de tortuga que me quiera abrazar hasta el infinito.
Y tú ... ¿tienes un hogar?
Hasta mañana humanas y hermanas tortugas.
Volviendo a los tan codiciados y seductores derechos humanos. Cuando empecé a descubrir este nuevo ethos, me parecía infinito y lleno de horizontes como si el genio de una lámpara mágica me hubiera regalado un milagro. Ahora, me topo una y otra vez con un círculo concéntrico, sellado con fuertes candados y reacio a los nuevos miembros. Supongo que todos los grupos selectos son así. Quizá mi gran frustración es ser sólo una mortal mágica tortuga nada selecta y sin grupo alguno. Uno nunca sabe de qué manera la vida te va a sorprender, me cuesta entender porqué la vida te regala para siempre arrebatarte. Pero me dio tantas dichas este deslumbrante horizonte, me confío una joya sagrada, me rodearon ángeles, y se llenó de luz mi camino. Así que, no debería lamentarme en absoluto, pues no debo pensar en lo que no será, ni en lo que quise que fuera, debo transportarme una y otra vez a ese gratuito bienestar que descubrí y todo lo que lo colmó. Debo regresar a esa sonrisa mía que se entregó sin condiciones, sin cálculos, sin premeditaciones, sin imaginar si recibiría algo a cambio, sin aspirar a nada más que a la dicha inmediata de descubrir todo un nuevo modo de ser. Fue un paraíso ante mis ojos, ahora sé: un oasis. Pero nada ni nadie podrán arrebatar los secretos de vida que este lugar, con amor y generosidad, me brindó. Gracias :) :) :) Por un momento se renovó mi esperanza... por un instante me pude reconciliar con el lado humanista de nuestra humanidad. Y éste, creo, es el mayor privilegio que un ser humano puede recibir.
Ahora, en cambio, estoy perdida. Este rumbo no me quiere, y mi rumbo previo ya no existe. Así como en el caso de mi corazón. Consulto con Dios cada mañana y rezo con fuerza por las noches, para recibir el mensaje que ilumine el sendero que me corresponde, para liberarme de toda esta frustración de vida y de amor que hoy me invade. Para volver a mirarme en el espejo y descubrir que valgo la pena. Que merezco ser amada y que merezco un lugar en el breve mundo de los derechos humanos, porque todo lo que hice, desde que tengo memoria, fue para comprender al ser humano, a tal grado, que pudiera encontrar un resquicio para su sanación. Pero, ahora, soy yo quien necesita ser sanada, pues de pronto parece que nada tuvo sentido, que no valió la pena, que fue mucho esfuerzo para ningún logro o satisfacción y que no hay un lugar con magia de tortuga que me quiera abrazar hasta el infinito.
Y tú ... ¿tienes un hogar?
Hasta mañana humanas y hermanas tortugas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario