martes, 28 de febrero de 2017

constitución y democracia...

¿vigentes en México?


...Dicen por ahí que nos han robado las palabras que pueden significar justicia y dignidad, en el marco de lo que significa el estado de derecho, junto con el aliento de una verdadera ciudadanía... ¿Será cierto? ...También se oyen rumores de que nos hace falta una nueva constitución o, al menos, una cuidadosa depuración para darle unidad a la suma de reformas que, desde hace 100 años, la componen... ¿lo necesitamos? ...Existe un fuerte eco que clama por hacer de nuestro país: el México "que queremos"... ¿quién es México?

¿Por dónde empezar? sin pasar por alto que estamos de cara al 2018: la sucesión presidencial. Tampoco es menor tratar de mirar el contexto a la luz del fenómeno "Trump" y del giro histórico que adolecen los Estados Unidos, cuya capacidad de liderazgo se ve mermada ante los desaciertos de su actual comandante en jefe.

No parece tarea fácil sumar estas reflexiones y contribuir a abrir las perspectivas del futuro, en aras de encontrar soluciones para satisfacer las necesidades humanas de las cuales duele nuestra cultura. 

Lo que sí podemos intentar, con un poco de magia de tortuga, es tejer un breve sentido de esperanza que pueda brindarnos luz hacia los nuevos horizontes. ¿A qué me refiero? El primer acuerdo; si acaso el único, reflejado en las olas de "unidad" que emergen ante el conjunto de fantasmas del pasado que se avecinan; es el clamor por una esperanza. En medio del caos y de la inmensidad de los problemas sin solución con los que la ciudadanía; su futuro, su presente y la posibilidad de un proyecto de vida personal y colectivo; se enfrenta cada mañana al despertar.

Una pequeña advertencia: no será una reflexión tan breve la que evocaré aquí... aunque la brevedad esté de moda. La paciencia que exige de nosotros, ahora, atrevernos a ver de cara al porvenir no es algo que pueda ser dicho con menos palabras de las que obliga la complejidad de nuestro presente. 

¿Qué es la esperanza?

Un sentimiento, una emoción, un suspiro, un acto de fe, una razón para vivir, la certeza de que llegarán tiempos mejores, el deseo de una solución futura, la posibilidad de imaginar alegrías renovadas, el consuelo de que cesen las dificultades, el anhelo de descubrir territorios inexplorados para la felicidad, la espera que se alimenta de lo posible, la inocencia que se nutre al sentir que lo imposible se alcanza. 

La esperanza habita los terrenos de la imaginación, la idealidad, la utopía, el deber ser, el querer ser, los buenos propósitos, el bien común (pero como cada individuo lo comprende para sí), el juicio de lo bueno (entendido de acuerdo con los prejuicios de cada quien), el deseo encarnado en un concepto (sin compromiso alguno con la realidad), la verdad absoluta (sin dialogar con la divergencia de las expresiones subjetivas), el sueño cumplido sin tiempo ni espacio, la evocación de la pureza como símbolo de lo imposible.

Unirnos en torno a la esperanza compartida es, de antemano, un símbolo de que nuestras voluntades no se sienten comprometidas a encontrar un territorio común en el presente. Es negar a nuestra comprensión de la realidad una verdad que logre conciliar nuestras motivaciones, dadas las pautas vigentes. Es apelar a una otra razón, lejos de nosotros, para reconocer que juntos podemos construir. Por lo que, a mayor esperanza en un discurso comunitario, mayor resistencia a que tales propósitos se cumplan. 

Son quienes más claman por la esperanza, quienes más se niegan a reconocer que las cosas buenas ocurren de facto. Así como, quienes más claman por la justicia, son quienes más se niegan a la reconciliación y el perdón, una vez que ésta se traduce en hechos y, como tales, contingentes, limitados e imperfectos. Porque clamar por la justicia es también una evocación a la esperanza y, muchas veces, vale más vivir de la ilusión de una lucha que nunca termina, que habitar las realidades del presente en la plenitud que las compone. La esperanza también nos hace ciegos a la bondad, porque el sueño alimenta nuestro espíritu sin tener que comprometer nuestra vida con la realidad a nuestro alcance.

Que no se malentienda que estamos objetando la esperanza, estamos mirando de cerca a las dificultades que ella misma enfrenta para pasar del dicho al hecho. Para pasar de la ley a la práctica, de la teoría a la praxis. Dicho en mis términos: de la moral a la ética. Es decir, hacer de nuestras creencias y costumbres; aprendidas en el seno de lo que una comunidad erige como lo bueno y lo correcto; una práctica consciente de vida, de la cual nos apropiamos con convicción, libertad y actuar en congruencia, sin necesidad de negar otras creencias, sin el falso confort de lo bueno y lo correcto, con la responsabilidad de cuestionarnos a nosotros mismos y ser generosos con la vida, tanto la nuestra como la de nuestra comunidad. Y construir una vida con base en nuestras propias decisiones. Con capacidad de comprender la diferencia, junto con la renuncia necesaria para aniquilar los símbolos que nos permiten destruir al otro porque no piensa lo mismo que nosotros.

De otro modo, los nuevos vuelos de esperanza se entronan a la luz de un servil fascismo. Expresiones como la democracia está muerta... además de extremadamente soberbias... son un tanto peligrosas para convocar a conjugar un futuro mejor. Pues los logros, debilidades, fracasos y asignaturas pendientes de nuestra tan cuestionada democracia no son una cuestión de decreto mediático ni están a la deriva del escrutinio de la opinión pública. Tales aspectos son un complejo entramado de realidades, personas, motivaciones, datos históricos, discursos, percepciones, interpretaciones y reinterpretaciones de nosotros mismos. No podemos destruir lo que sí existe, aunque no funcione del modo en que creemos que debe funcionar. Por lo que me parece mucho más loable, humilde y generoso, convocar voluntades para repensar y orientar el modo en que creemos que debe ser nuestra democracia para hacerla efectiva de manera consistente con una ejercicio ético de responsabilidad cívica, en el cual no debe sorprendernos descubrir que no todos pensamos igual sobre aquello que queremos nombrar como nuestro país, como México. Pero que sí todos valemos igual.

Y traigo a colación las elecciones del 2006 porque, de manera poco honesta, se trata de trazar un vínculo directo desde el 2000 (e incluso antes) hasta el 2018, para hacer parecer como verdad que no hubo transición entonces y que hoy el PRI no goza de legitimidad y nos hereda solo desacierto y desconsuelo. Aludiendo a que el hecho de que el PRI haya recuperado la investidura presidencial anula de facto los procesos democráticos previos, solo porque quienes hicieron el arduo trabajo de "lavado de cerebro" en torno al voto útil y dicha transición electoral, son los mismos que hoy toman la varita mágica y dicen: "¿qué creen? siempre no", ya nos dimos cuenta que estábamos equivocados y, con total impunidad, denigran el ejercicio democrático de todos los ciudadanos en esta búsqueda por consolidar un México más justo. 

Con mucho más ahínco, y oprobio, con respecto al triunfo democrático de Andrés Manuel en el 2006, el fraude electoral, una presidencia ilegítima que llevó a nuestro país a una guerra sangrienta y la impunidad de la que goza Felipe Calderón: sólo por el hecho de no ser del PRI, entonces, no es tan malo, Fox no fue tan inepto, etc, etc... La suma de discursos, de mesa de bureau, que, a modo, van tornando la percepción con base en pequeños intereses de grupo.

El hecho es que, en 2006, vivimos una experiencia de democracia efectiva y fue la clase política en su conjunto, incluida en ella la "sociedad civil organizada" y quienes se claman como sus representantes legítimos, quienes no estuvieron a la altura de las circunstancias, fueron juicios subjetivos, de clase, de preferencia ideológica, los que invalidaron el voto ciudadano que había otorgado su confianza, con base en la experiencia y en los resultados puestos en la práctica, a través del voto. Incluso se cuestiona el voto que le dio el triunfo a Peña Nieto, es decir, fue un voto menos valioso porque quienes lo eligieron como presidente no son tan valiosos y sus preferencias no son tan legítimas. 

De tal suerte que tenemos un serio problema para vivir en democracia. No sabemos perder. No sabemos oír la voz de la mayoría. Cada uno de nosotros cree ser más digno, más capaz y sueña con que su voto y su preferencia política vale más que cualquier otra voz de la diferencia. Hay quienes añoran una "primavera" en México, la tuvimos, la ciudadanía clamó el triunfo de Andrés Manuel y hubo un momento en que tal clamor logró sumar incluso voces divergentes en voto e ideología, porque fue un grito por el respeto al voto. Alzamos la voz llenos de furia y fue la vocación institucional y la ética política de López Obrador lo que diluyó su propio movimiento, optó por la vía pacífica de la resistencia y por la vía política para llevar a cabo su proyecto electoral. Su partido también contribuyó para arrebatarle a México la posibilidad de ser un país que administra sus recursos públicos privilegiando la urgencia de los más necesitados. Y lo hizo por mezquindad, por ambición, por corrupción. Porque no verían asegurados sus intereses de grupo. 

La democracia naciente de entonces sufrió una gran herida y una gran fractura porque no tuvimos el valor de arriesgarnos a adoptar el mandato de la mayoría. El mandato de la mayoría, de suyo, adolece de muchas imperfecciones, cada vez son más claros los síntomas de sus excesos y aberraciones. No por ello podemos desdeñarlo y usarlo a modo, según nos parezca justo o no tan justo. Frente a éste, las minorías necesitan encontrar otras formas de expresión más allá del odio y del resentimiento. Es un tiempo para construir. 

Las coordenadas presentes son otras, no podemos volver el tiempo atrás y probablemente MORENA no logra ya recabar las prioridades de nuestro presente, como sí lo representaba hace casi 12 años. En realidad, mi reflexión va más orientada a tomar conciencia de las especulaciones macabras sobre quiénes son, o no, un peligro para México y basarnos en hechos, no en hechos discursivos cargados de intencionalidad ideológica (y esto aplica para todas las opciones políticas latentes). Es decir, aventurarnos a reflexionar un poco más allá de nuestras pequeñas certezas. 

Se lo debemos a México y a las atrocidades que hoy lo componen. Las cuales exigen un compromiso inédito con nuestra democracia en ciernes y con la posibilidad de nuevas formas efectivas de construir nuestras instituciones. Y en este contexto es que debemos mirar a las reglas del juego, al INE y su obligación de garantizar elecciones justas junto con las condiciones para que éstas ocurran. En vez de acompañar, con alto grado de complicidad, la falta de compromiso con que Lorenzo Córdova se ufana en sus declaraciones: diciendo que no es asunto suyo la legitimidad de las elecciones, al estilo ¿y yo por qué?, si hay situaciones hostiles que le impidan realizar su trabajo. A él se le olvida que gran parte de su trabajo político es conciliar con los agentes responsables y dar solución a tales problemáticas. Porque su inmadurez e ineptitud están condenando al INE a devenir en un elefante blanco, lo cual, mientras siga cobrando su suntuoso salario, parece tenerlo absolutamente sin cuidado.

Aplaudo las acciones en materia cívica que, en tiempos recientes, se han comprometido a consolidar entre el INE, la CNDH y la Secretaría de Gobernación. Lo más importante de tales esfuerzos es que sean un ejercicio de aprendizaje a la escucha, el ejercicio de la voluntad, a la toma de conciencia de las opciones, la responsabilidad de optar por un modo u otro de hacer las cosas frente a quienes ofertan distintas alternativas para gobernar México, hacer efectivo el proyecto de gobierno que los respalda y con el cual van a llevar a cabo su gestión. Sensibilizar a la población para que no se deje llevar por los discursos del odio y de la descalificación y que los ciudadanos y ciudadanas valoren las distintas propuestas, a la luz de sus propias necesidades y preferencias. El voto no tiene precio, no se vende, no se compra, es libre y secreto... lograr esto en México será un verdadero cambio en el seno de nuestra cultura política. Independientemente de quiénes sean los triunfadores de las contiendas. Con la convicción de aprender a respetar a todos los candidatos y a todos quienes los apoyan. Porque esto es la democracia, es un ejercicio de libertad. La democracia no es una moldura que sólo vale si da como resultado aquello que yo quiero. Es un acuerdo institucional de convivencia en el cual debe privar el respeto a la autonomía de los seres humanos, en el marco de un estado de derecho dado.

En este contexto, pensar en una nueva constitución tiene más de una solución posible y creo que la vía es minimizar el riesgo de empobrecer los logros que sí podemos disfrutar de la constitución actual. No perderse en los tecnicismos, no olvidar que no basta la ley para la consecución de prácticas efectivas, no usar estas iniciativas para dar curso a estrategias perversas que buscan satisfacer privilegios de élite, dar cauce a guerras políticas entre oponentes o repartir los recursos del Estado en beneficio de unos cuantos. No subestimar que quizá no es el mejor momento para tal empresa, sí puede ser un buen tema para las plataformas políticas del 2018 y una forma de que nuestra carta magna sea más asequible a la participación ciudadana. Pero sin desdeñar el orden de los poderes instituidos ni el oficio de los expertos. 

Desde mi punto de vista, no es el mejor momento, lo primero es lograr consenso sobre qué significan sus contenidos y cuál es su razón de ser. Yo opto por la vía de mejorarla, sin descartar la posibilidad de un ejercicio de refundación de sus contenidos hecho realidad en un nuevo texto, que conserve las virtudes ya alcanzadas. Sin embargo, no veo muy viable lograr esto, dadas las coyunturas actuales de nuestros escenarios sociales y políticos. De cierta manera, creo que solo estaremos listos para tal ejercicio, cuando sepamos escucharnos, respetar la diferencia, ceder de nuestros prejuicios para lograr el reconocimiento de la pluralidad que nos compone. Creo que, en la práctica, antes de dar cauce a una nueva constitución es importante consolidar nuevos hábitos de convivencia social y política. Los cuales por sí mismos gestarán las condiciones y el momento más propicio para reflejar, en nuestra legalidad, la suma de nuestros intereses comunes, y no a la inversa. Primero tenemos que poder hacer efectivas las leyes que ya existen, porque en esta materia tenemos importantes asignaturas pendientes que considero prioritarias para lograr la madurez que necesitamos para diseñar el modelo de México que queremos.

Coincido con Gael García en que la pregunta por quiénes somos y quiénes queremos ser tiene más que ver con la posibilidad de inventar un futuro que podamos compartir sin necesidad de excluirnos unos a otros, siguiendo la pauta de lo lúdico, el festejo, el arte, la creatividad y el placer. Más que en aferrarnos a los significados del pasado que nos constriñen y nos obligan a reproducir los estereotipos y los errores de las generaciones que nos anteceden.

Es muy fácil exhortar al lema "todos los políticos roban" "todos son igualmente incompetentes" "todos son corruptos"... menos yo... y porque lo digo yo. Parecen un poco inverosímiles tales totalitarismos de los cuales se salvan solo aquellos que se dan a sí mismos un juicio moral de autoridad. Y el problema radica en el juicio moral. A falta de alternativas políticas satisfactorias, en tanto no hay soluciones suficientes para la complejidades de nuestras múltiples realidades, el odio se alimenta de la esperanza para tratar de dibujar algún trazo de cordura en medio del caos y el hartazgo. Y el juicio moral se vuelve el refugio para aniquilar la credibilidad en nuestro sistema político. Aspirando, no sé cómo, a que una vez en el gobierno tal credibilidad será restaurada, por arte de magia, porque será conveniente para legitimar el oficio del poder institucional, una vez terminadas las campañas electorales. Confundiéndose la responsabilidad legal, penal y administrativa con la desaprobación pública; pasando por alto, también, el lugar y la autoridad correspondientes para enfrentar los abusos que existieren. Debemos privarnos de confundir la competencia en el oficio público con el prestigio moral de los servidores públicos.

Los discursos anticorrupción empiezan a cumplir las veces de una nueva inquisición, igualmente "sanguinaria" y respaldada por abusos igualmente reprochables. Esto no quiere decir que no es una tarea urgente: erradicar la corrupción y que ésta es una cultura real y perversa que consume todos nuestros espacios de convivencia, muchas veces, sin siquiera percatarnos. Pero la solución debe ser más profunda, más aguda, más generosa y corresponsable. Cultivar más odio en torno al concepto moral y vacío de la corrupción no abona a aprender a no ser corruptos. La corrupción es una práctica, un hábito compartido, que se alimenta de complicidad y pactos perversos de grupo. No es una idea que encarne todo el mal del universo, con la cual podamos satisfacer la necesidad de autoavalarnos como mejores ciudadanos que los otros: los corruptos... la mafía del poder... ésa otra mafia del poder... ésos otros seres humanos. Cuya existencia nos otorga la certeza de que somos los "buenos" y la verdadera esperanza.

Frente a esto ¿cómo construir una opción que sí logre construir una cultura de legalidad sin corrupción? es un dilema aún sin solución. El sentido efímero de las campañas, que solo se ampara en la mercadotecnia, el votante medio y fijar un mínimo de significado en la opinión pública, de corto plazo, que alcance para llenar las urnas, no facilitan la apuesta por nuevas formas de hacer política. Empezando por explorar otras formas de diseñar las campañas electorales para, entonces, tener esperanza en que existen nuevas formas de gobernar: con justicia, amor y verdad. Sin violencia y sin tener que justificar recurrir a algún tipo de violencia para alcanzarlo.

México, y el mundo entero, tienen un problema común: la urgencia de inventar un nuevo sistema económico. Las reglas actuales no solo no satisfacen las necesidades reales para el desarrollo de las poblaciones, con mayor gravedad, nos condenan a la muerte de todas nuestras libertades y del sentido de humanidad que nos comulga.



Y tú... ¿cómo quieres construir un México sin exclusión?



Hasta pronto... 
¡mágicas tortugas!






jueves, 9 de febrero de 2017

mariposas...

de luz... que abrazan buenos augurios.


¿Serán augurios de amor? Se acerca San Valentín y, como preludio de la primavera, llegan con él los vientos del despertar al tiempo renacido de las flores y los pájaros.

¿Serán augurios de realización? Se acerca la luna llena y, como signo periódico, llegan con ella los colores; y el tiempo de las estrellas que despierta con el sol de la mañana.

¿Serán augurios de bendiciones? Se acerca la música de los ángeles y, como canto de mar, llegan con ellos los tiempos de una paz por nacer en los corazones que sonríen.


Y tú... ¿te enamoras en febrero?



Un abrazo lleno
de magia de tortuga...

martes, 7 de febrero de 2017

ciclos de vida...

que se cumplen...


No podemos detener el tiempo para prolongar el ritmo natural de los acontecimientos. El destino es una suma de sincronías que se entrelazan pero que no siempre encuentran un tiempo en común. Es entonces cuando tal destino da vuelcos importantes, en pos de nuestra conciliación con melodías más afines.

Hay un margen de desencuentro entre la suma de acontecimientos, eventos, vivencias, personas que conforman una vida... en el cual no siempre se logra cumplir el conjunto de metas que conjugan tales circunstancias. Puntos de fuga, pausas inesperadas y aceleraciones inevitables ante la inercia del propio acontecer de cada individuo en su propio tiempo. De ahí que las casualidades se suelen confundir con los milagros. De ahí también...la frustración que acompaña a cada tiempo perdido. Pero crecer en armonía con la persona que somos y la vida que logramos forjar es, también, reconciliar tales desatinos, la suma de nuestros errores y la inconmensurabilidad entre nuestro tiempo de vida y el acontecer eventual que conjuga nuestra libertad en el seno del acontecer de otras libertades.

La voluntad no alcanza para detener el tiempo ni para apresurar el porvenir. La voluntad solo nos regala un amplio margen para que nuestra imaginación logre trazar una ruta hacia adelante para la consecución de nuestros deseos. El resto... es un convivio entre lo real y lo posible.

Es así que llegan momentos en nuestra vida en que un ciclo concluye y sentimos el llamado a tomar decisiones e inventar un nuevo camino para andar. Uno que no pudimos imaginar antes de descubrir en quién nos fuimos convirtiendo con el paso de los años, la suma de nuestras decisiones, la experiencia y el aprendizaje, el logro, el fracaso, la sorpresa, la alegría, el dolor... en conjunto: la felicidad misma.


Y tú... ¿inventas tus propios caminos?


Feliz febrero 
hermosas y libres tortugas...

jueves, 2 de febrero de 2017

lamentos...

...del misógino herido... de quienes ahora sí alzan la voz ante el horror del nuevo presidente de los Estados Unidos...


Cuando las mujeres ocupamos el lugar de la vida pública nacen los "peros" por doquier. Nos piden cualidades que a los hombres, en igualdad de condiciones, jamás les exigirían. 

A nosotras, nos juzgan con el exhorto de que tenemos que ser santas y perfectas. A ellos... hay siempre que excusarlos. Finalmente, ellos sí tienen permiso de decir lo que sea, cometer exabruptos, no tener una vida moral consecuente ni consistente. 

Ellos, los hombres, pueden no tener experiencia, no estar educados en las competencias para ejercer el poder, no haber construido una carrera profesional para desempeñar un cargo de responsabilidad pública. Basta que un hombre sea hombre para que se le otorgue a manos llenas, y sin juicio de por medio, los beneplácitos que, en cambio, con mezquindad se conceden "a veces" a las mujeres: si demostremos que de verdad valemos, que de verdad sabemos, que de verdad merecemos reconocimiento... porque nos supimos ganar ser respetadas, nos esforzamos desinteresadamente, con honor, bondad, humildad, recato y ocupando nuestro lugar. 

Hombres y mujeres nos esforzamos por igual, es el valor, que la sociedad le da a cada uno de nuestros esfuerzos, lo que no es igual.

Y para quien todavía tenga dudas de que esto sea cierto, basta ver qué pasó entre Hillary Clinton y Donald Trump.

En el margen, el juicio ante las debilidades de la candidatura de Clinton fue exponencialmente más severo que la tenue indignación ante la evidencia de los agravios de Trump. Sólo por el hecho de ser mujer.

Sí, quizá es tiempo de repensar nuestras democracias, sí, quizá ya existían vicios de poder en el partido demócrata, sí, quizá es tiempo de opciones independientes, de nuevas voces con mayor representación para velar por nuestras necesidades y que den voz a nuestro voto... Sin embargo, cuando de elecciones se trata, no se vota por aquello que soñamos que llegue a ocurrir, se vota entre opciones reales, limitadas, imperfectas y estamos obligados a optar por una posibilidad de lo real... de otro modo, en pos de lo perfecto, dejamos el lugar al oprobio de lo trágico.

La única razón por la que ganó Trump... fue por su género. Una mujer que hubiese dicho la quinta parte de lo que él dijo no habría sido tomada en serio ni respetada por elector alguno. Y en cambio, Hillary era demasiado fuerte para otorgarle el beneplácito de la duda del cual han gozado los hombres gobernantes por décadas.



Y tú... ¿cómo justificas tu misoginia?