No podemos detener el tiempo para prolongar el ritmo natural de los acontecimientos. El destino es una suma de sincronías que se entrelazan pero que no siempre encuentran un tiempo en común. Es entonces cuando tal destino da vuelcos importantes, en pos de nuestra conciliación con melodías más afines.
Hay un margen de desencuentro entre la suma de acontecimientos, eventos, vivencias, personas que conforman una vida... en el cual no siempre se logra cumplir el conjunto de metas que conjugan tales circunstancias. Puntos de fuga, pausas inesperadas y aceleraciones inevitables ante la inercia del propio acontecer de cada individuo en su propio tiempo. De ahí que las casualidades se suelen confundir con los milagros. De ahí también...la frustración que acompaña a cada tiempo perdido. Pero crecer en armonía con la persona que somos y la vida que logramos forjar es, también, reconciliar tales desatinos, la suma de nuestros errores y la inconmensurabilidad entre nuestro tiempo de vida y el acontecer eventual que conjuga nuestra libertad en el seno del acontecer de otras libertades.
La voluntad no alcanza para detener el tiempo ni para apresurar el porvenir. La voluntad solo nos regala un amplio margen para que nuestra imaginación logre trazar una ruta hacia adelante para la consecución de nuestros deseos. El resto... es un convivio entre lo real y lo posible.
Es así que llegan momentos en nuestra vida en que un ciclo concluye y sentimos el llamado a tomar decisiones e inventar un nuevo camino para andar. Uno que no pudimos imaginar antes de descubrir en quién nos fuimos convirtiendo con el paso de los años, la suma de nuestras decisiones, la experiencia y el aprendizaje, el logro, el fracaso, la sorpresa, la alegría, el dolor... en conjunto: la felicidad misma.
Y tú... ¿inventas tus propios caminos?
Feliz febrero
hermosas y libres tortugas...
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