Cada uno de los seres humanos en su proceso de vida se acompaña de la experiencia de lo eterno... de lo sublime. De todo aquello que no puede tocar y que, precisamente por ello, no puede ser. Pero son aquellas cosas que no pueden ser: las que, a veces, perduran más allá de todos los tiempos. En esto consiste la trascendencia de todos los anhelos de nuestra alma. Es así como somos capaces de sentir amor. En la distancia entre la palabra y el objeto que pretendemos nombrar. Entre el deseo y el éxtasis. Entre la imaginación y la creatividad. Entre la moral y la ética. Entre el llanto y la sonrisa. En la experiencia de lo imposible cuando ésta suele ser más real incluso que la verdad. Ahí en donde la palabra no alcanza para expresar la experiencia de nuestra plenitud. Ahí en donde el disimulo (la complicidad y la premonición) gana para sí la intuición de la sustancia que sostiene el mundo. En donde la renuncia deja de ser una pérdida. Y la muerte se desapega de toda su dimensión trágica. Ahí... en donde sólo cabe la música. La antesala de los sueños cumplidos. La sorpresa y la certeza de ser. El tiempo que se vuelve materia. La conciencia: el hito de la verdad.
Y tú... ¿abrazas la eternidad?
¡Gaudate!
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