miércoles, 6 de noviembre de 2019

complejidad...

... artística.




Hay días en que descubrimos que tenemos mucho más en común con quienes nos acompañan de lo que habíamos descubierto. Sin importar cuánto llegamos a conocer a una persona, siempre hay ocasión para la sorpresa y el encuentro. Estas son las verdaderas amistades. Las que sobreviven el paso del tiempo y el cambio de las estaciones: manteniéndose intactas. Acrecentándose. Son las personas que hacen la diferencia en nuestras vidas. Quienes siempre están presentes. En cada día feliz y en cada batalla... sin pensarlo dos veces, sin juzgarnos. Son quienes nos permiten regresar a nosotros mismos justo cuando todo parece oscuro. Quienes nos recuerdan de qué estamos hechos y hacia dónde vamos. Quienes nos valoran en verdad. Y sujetan nuestra mano para ayudarnos a sostener nuestro corazón.

A lo largo de los últimos meses he recibido la bendición de tener a mi lado a muchas de estas personas. A lo largo de mi vida, en realidad. Me siento profundamente agradecida y afortunada. La soledad a veces nos encierra y nos hace olvidar a quienes han nutrido los momentos en solitario de luz. Y cuando miramos atrás, una vez que ha pasado la tormenta y la paz se reconstituye poco a poco, lo único que queda es la presencia de estos seres mágicos que, por alguna razón, nos quieren con toda la fuerza de su corazón. Y nos recuerdan que no vale la pena ni siquiera recordar a quienes se han marchado de nuestras vidas o a quienes no quisieron formar parte de ellas. No todo el mundo está hecho para entregar el alma. No todos logran mirar más allá de las cosas pequeñas y trascender el contexto. Muy pocos son capaces de pensar en alguien más que en sí mismo, de sentir con otros, de sólo amar. Y cada quien tiene su propia tarea en esta vida, por lo que lo único que vale la pena es abrazar con fuerza a quienes sí están destinados a ser parte de nosotros y cultivar tales relaciones como el tesoro que son. 

Al ordenar los pasos de nuestra vida... los papeles que hemos guardado para atesorar nuestra memoria y nuestros pensamientos, en mi caso mis letras, vivimos algo similar a mirar un álbum de fotografías. El paso del tiempo deja su huella suspendida en un otro momento y nosotros podemos reconocernos a través de ella. Es así como es posible recapitular la secuencia de nuestras vivencias y emociones. Es como dialogar con ése otro que fuimos: desde el presente, desde la persona en la que nos reconocemos hoy. Puede ser un proceso caótico. Una experiencia para tener calma y ser pacientes. Como abrir un baúl lleno de recuerdos y regalos y no saber por dónde empezar a mirar. Qué va en dónde. Qué es cada cosa. Qué queremos y vale la pena conservar. Son momentos también para compartir y que toman sentido de la mano de quienes son parte de nuestra vida. De otro modo cuál sería el propósito de emprender tal travesía a través nuestro. Estar en contacto con uno mismo es también estar en contacto con el otro. Y eso llena de razones la ardua tarea de recuperar tales pasos y, con arte, aprehender la complejidad.

Últimamente me cuestiono mucho sobre el propósito de mi existencia. Siempre creí que todos nacemos con uno. He construido mi vida con esta certeza y sin temor al rumbo que fue tomando ésta en el camino. Sin pensar mucho en cuál sería entonces mi lugar en el mundo. Un mundo que adolece. Los años pasaron y de pronto me pregunto de qué manera tomará forma todo lo realizado con esfuerzo hasta ahora. Todavía no lo sé. Y supongo que será una de las respuestas que encontraré dentro mi baúl...


Y tú... ¿amas?


GRACIAS...
MÁGICAS TORTUGAS.





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