... y cosecha.
Ya casi estamos llegando a la mitad de este año. A paso veloz avanzamos hasta nuestro destino: el futuro cumplido. Porque una vez que se vive, eso que aparece como posibilidad se cumple tal y como pudo ser. En tanto unicidad cumplida: en su mejor versión. Aun así... antes de ser hecho siempre pudo ser aún más bello, más feliz, bueno y correcto, más verdadero y perfecto. Así se engalana la dialéctica del acontecer. De un número amplio de escenas posibles, en donde la disertación y el acierto son por un instante fundamentales; seamos o no conscientes, esté o no en nuestras manos el desenlace; se cumple la realidad: y ya sólo hay un modo de ser. Una vez que esto ocurre, no pudo ser mejor. Y esto es lo que se llama Universo. El equilibrio perfecto. En donde la armonía vence toda disonancia, incluso cuando el quebranto es mayor al resquemor. Por eso, el miedo a vivir de forma entera e íntegra, e intensamente, sólo limita la amplitud de posibilidades... es ficticio y cobarde... pues dialoga con lo que no llega a ser verdad: menos aún realidad. En el puente intermedio... se teje el relato del vivir mismo y nos hacemos personas: elegimos qué amasar en nuestra alma. Descubrimos quiénes somos y con más virtud: en quién queremos vernos convertir.
Los ingredientes con que afianzamos nuestro carácter son la base de nuestra libertad ética, en lo que al conocimiento de sí refiere. Y si nos aventuramos un poco, aprendemos que la creatividad es nuestra vocación mas noble. Ya no se trata de la cocción... es todo acerca del decoro. Colores y formas estéticas a partir de las cuales podemos esculpir en nosotros mismos una obra de arte y hacer brotar de nuestras manos grandes logros: forjar objetos tangibles para la humanidad. Hacer de nuestra vida: una obra maestra. Esto compone la maestría del vivir. Y así se cosecha la paz: con abundancia y generosidad. Con justicia y libertad. Con acierto y dignidad. Con amor y entrega. Con amistad y respeto. Con aliento y futuro. Con presente y memoria. Con historia y utopía. Con alegría y sonrisas. Con felicidad y sin... temor.
Temamos sí actuar contra la vida del Universo: violentar su equilibrio perfecto... Porque eso no es parte de la dialéctica del acontecer: no hay bien que se pueda cosechar de atentar contra los principios mismos de la naturaleza. Nuestras características vitales nos igualan tanto como nos diferencian de manera categórica. Y no, no tenemos derecho a violentar lo sagrado. Porque eso sí es pecar. Y el pecado es todo aquello que no se puede reconciliar con verdad a la luz de lo único real. Es algo así como proyectar nuestros defectos en la mismísima divinidad. Todo lo demás son errores de los cuales podemos arrepentirnos, trabajar el perdón y resarcir de algún modo nuestras fallas. Con gratitud: verdad y realidad en consonancia. Seamos prudentes con nuestra voluntad: limitada siempre por nuestro pensar subjetivo (nimio por definición). Seamos heroicos con nuestra libertad: expansible siempre por ser el sino de nuestra conciencia (cerebral por organicidad propia) cuyo carácter ético acota la distancia entre lo que pienso que quiero hacer y lo que en realidad es loable de ser llevado a cabo; precisamente es así como se expande la libertad sin otro límite que la voluntad cierta de ser personas en continuo desarrollo, en tanto la realidad se autocontiene a sí misma de un modo que nosotros sólo podemos aprehender, fijando un marco conceptual (y paradigmático), desgajándola en momentos supuestos que no encuentran correlato de verdad más que por aproximación. Por eso se acrecienta, precisamente, porque limitada es. Y tal descuido sí debiese ser nuestro mayor miedo existencial... al ser la raíz del mal. Cuando en sentido estricto: la maldad es un invento de nuestra cobardía y se alimenta de nuestra arrogancia. He ahí el gran error de la "humanidad". Olvidar nuestro lugar en el mundo. Dejar de amar y la vida lastimar. Profanar el cosmos con el pequeño caos imaginario de nuestro pensar. Una cosa es que la fuerza conciliadora del cosmos encuentre siempre un equilibrio virtuoso... otra muy distinta es que nos permitamos lo inconcebible.
Vivir en comunidad es un milagro a la sombra de nuestra individualidad y, sin embargo, es una condición por antonomasia a la luz de nuestra naturaleza vital. Somos parte de un Universo vivo. Al pensarnos nos sentimos gigantes... al pensar la realidad: descubrimos que somos los más pequeños. Seamos gigantes para asumir los retos de nuestra limitada existencia: con pasión. Seamos humildes para comprender que la voluntad conjunta es un fruto que brota de nuestra pequeñez. Seamos más conscientes de nuestra esencia elemental: proceso orgánico cuyas leyes propias están diseñadas para vivir sin dolor. Para cultivar lo común: y no sucumbir. Para morir dichosos por haber sembrado las semillas que, en el futuro, logran preservar nuestra herencia ancestral.
Nacemos herederos de un linaje que nos dio luz a la vida que aparece como sólo nuestra (sea como responsabilidad o como voluptuosidad). Crecemos en una cultura que nos viene dada también por herencia arcaica de todo lo que hizo posible concebir el mundo como lo conocemos hoy y que aparece como sólo un objeto de nuestra apetencia (por capricho, por obligación o por convicción). Aprendemos del presente el espíritu de nuestra época que nos viene dado por nacimiento astral y que aparece sólo como fortuna (sea designio o adivinación). Sin percatarnos de que nos debemos a nuestra herencia ancestral con veneración (por respeto a todo lo que nos sobrevivió para poder llegar a nacer y por honra a quienes dejaron en nuestra piel la huella que nos dio un rostro) por lo que estamos llamados a pensar nuestra vida individual con un propósito cuya responsabilidad no se limita a nuestra estrecha voluntad. Tampoco prestamos atención a que estamos comprometidos con nuestra cultura (por admiración ante el poder creativo que permitió fincar hábitos y costumbres para la buena vida, al margen de la precariedad de nuestra idiosincrasia biológica) por lo que estamos llamados no sólo a preservarla sino a enriquecerla en aras de trascenderla. Ni comprendemos que estamos obligados a educarnos para hacer de nuestra fortuna: destino (porque tenemos la posibilidad de forjar en el presente un capítulo nuevo de la historia y una mejor versión de la humanidad) por lo que estamos llamados a aprender la forma de vida, sin violencia, que corresponde a nuestra era.
Démonos cuenta, entonces: no nacemos solos... Pongamos atención a nuestros hábitos y comprendamos el mundo en aras de aprender a sincretizarnos como naturaleza viva. Comunión humana que sólo es posible si llegamos a entender que nos alberga un planeta vivo cuya sincronía (ancestral, cultural y llena de conocimiento) sí se reverencia ante su propia majestuosidad: al respetar sus leyes naturales como textos sagrados que nos permiten respirar. Un poco de modestia podríamos albergar para que al llegar el verano tengamos mucho que festejar. Hoy que el Cusco baila en honor al gran Sol...porque el Cóndor pasó, el Volcán voló y a su amada besó. Cual serpiente emplumada despertó y en ella con dicha la flor se abrió. Cuando su presencia se reveló. Y el maíz creció. Cuenta la leyenda...
Y tú... ¿te hincas ante la vida?
Feliz inicio de mes
mágicas tortugas...
con el deleite
de una luna
de fresa que invita a
reverenciar. Amén.
GRACIAS
"pendant la éternité"
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