... sin perder el esfuerzo del primer aliento...
El día se sucede con cierto desapego hasta que encontramos un espacio para desenvolvernos. Algo que en la infancia hacíamos de manera natural cada vez que nos expresábamos, con el paso de los años se vuelve artificioso, hasta que por alguna razón el tiempo te regala una pequeña dimensión paralela en la que tú existes más allá de la lucha por sobrevivir.
Este es el que yo llamo el espacio de la naturalidad, el ambiente de la sincronía, el renacer del cotidiano inmediato.
Sé que últimamente me ha invadido cierta melancolía de ser. Hace unos días le escribí a mi madre contándole que sentía como que vivía la vida de alguien que no era yo... como si alguien fuera a través de mí, mientras yo estaba en otra parte, en un lugar que sólo entre sueños nace ante mis ojos. Y cuando despierto se desvanece por completo y me ata nuevamente el suspiro de mi destino extraviado.
¿Será que hubo tal destino? me pregunto hoy... Quizá no lo hubo, en realidad, es con magia de tortuga que cada uno de nosotros va trazando los caminos de su propio porvenir. No hay nada que lamentar cuando las rutas se entreveran y, con desconcierto, llegas a lugares inimaginados. Estos sitios que te desvelan sorpresas y realidades inesperadas, los cuales no siempre son bellos o gratos, son espacios para recapitular y para volver a empezar. Son minutos en los cuales ves pasar tu vida ante tus ojos y te preguntas porqué... simplemente porqué.
Es difícil de comprender en qué momento despiertas a las nuevas realidades que has construido en tu cotidiano y más indescifrable es entender las soledades que te acompañan cuando éstas sólo te brindan silencio.
Pero hay días en que la orquídea que te habita descubre que necesita mucho más que ligeras gotas de agua sin sol, sin viento, sin caudales de manantial, y extraña vivirse en medio de una hermosa sierra casi selvática, en donde la humedad enfría los troncos enmohecidos para sanar con la savia del amor.
Si ustedes, mis queridas y mágicas tortugas, alguna vez visitaron selvas, manatiales y cascadas, no habrán de olvidar la música, el baile y las sonrisas de todos los manjares que en dichos paraísos descubrieron. Cuenta la estrella de los deseos infinitos que, al final del día, esos momentos son los únicos que importarán, lo único que recordaremos y lo único que habrá valido la pena. Porque sólo quien con devoción se funde con la vida puede sonreir en paz. Por eso, nadie nos puede negar habitar nuestro paraíso de amor.
Y tú ... ¿a quién le regalas un día en tu paraíso?
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