El ahorro es una virtud, sin embargo -o precisamente por ello-, también es un lujo costoso.
En tiempos como los que vivimos en países latinos de nuestra América, una vez que se tiene la oportunidad de lograr estudios universitarios y, con más rareza, algún posgrado, se inicia un largo via crucis hacia la vida laboral. Casi como si los años dedicados hubieran sido en vano, se empieza de cero a hacer pininos en la vida profesional, con el entendido de que, siendo territorios donde el hambre apremia, ya sólo el hecho de tener la fortuna de contar con un ingreso, relativamente estable, que te permita alimentarte, garantizar un techo, gozar de atención médica si así lo requieres e invertir en alguna diversión, recreo o actividad de descanso (en el mejor de los casos), incluido el gasto de todos los servicios que constituyen la vida moderna, es ya un signo de abundancia.
Ante esto, el excedente de un ahorro que no se vea mermado por la inversión en una vivenda o en un automóvil, por la manutención de quienes viven a tu cargo o por algún imprevisto cotidiano, es cosa de pocos. Por otra parte, si atendemos a los intereses que nos es dable recibir por conservar nuestro esfuerzo, traducido monetariamente en la bóveda de un banco, el monto es casi irrisorio, como si el costo de oportunidad de no gastar en tiempo presente fuera casi nulo y sin correlación razonable entre lo que me cuesta gastar en tiempo presente. Esto, si tomamos en cuenta las comisiones bancarias, los impuestos y los intereses de consumo en préstamo para solventar un mínimo flujo de capital que me permita moverme en un espacio vital posible, de acuerdo con los costos de transacción inherentes al cumplimiento de nuestras obligaciones y a la satisfacción de nuestras necesidades. Es decir, traer dinero del futuro hace que el mismo valga más, llevar dinero al futuro le resta casi todo su valor agregado. Lo cual es sólo una paradoja de tantas que habitan los modelos económicos, los cuales, en la mayoría de los casos, son más cercanos a una metafísica sin fundamento científico ni teórico, que a la administración de los recursos para la preservación de la vida, lo cual es su misión propia.
De ahí que la cultura del consumo desdeñe la austeridad, ya que el esfuerzo del presente en dinero que mañana vale menos, deteriora de origen el valor del trabajo que se realiza en tiempo real. Y más si tratamos de conservar para mañana lo que de todos modos no podemos tener hoy.
Por otra parte, si atendemos a los salarios, éstos muy rara vez reflejan el costo de oportunidad de la mano de obra que se paga, más si ésta es de más alto nivel, por el contrario, a mayor conocimiento menos regalías y el incremento en los salarios suele ser decreciente. Se nos pide que nos conformemos con lo que tenemos y que demos gracias por no estar peor, rara vez, se nos dice que merecemos mucho más de lo que recibimos, sólo por el hecho de ser humanos.
Supuestamente, la inversión en una formación académica profesional reditúa en los mercados laborales, sin embargo, esta ganancia también es marginal. Ya que a la hora de la paga, se desdeña el precio real del trabajo que se contrata, la tasa de retorno por la inversión en educación superior y por la especialización a través de posgrados concluidos es casi nula, nuevamente. Ya que es más barato ajustar los salarios al grado menor y de ahí sumar supuestos excedentes significativos en donde se simula la ilusión de que ganas mucho más que muchos otros, por lo que la medida es la conformidad y el ya despropocionado e insuficiente salario mínimo. Lo cual termina por ser injusto para la mayoría en casi igual proporción, aunque, en términos económicos, esta proporción no reditúe en valor real de manera equitativa.
Si a todo ello, le sumamos los amplios márgenes de discrecionalidad para establecer distancias que tienden al infinito para las brechas contables entre los salarios más altos y los más bajos, obtenemos que la probabilidad de que el esfuerzo obtenga justa y equitativa remuneración en nuestros esquemas económicos es casi de 0.0000001 (por decirlo de alguna manera).
Por otra parte, hemos de confesar nuestro amplio fracaso en la administración del empleo y la falta de criterios para establecer un valor acertado para el trabajo y el esfuerzo invertido en la mano de obra, sin importar el grado de capacitación y formación, incluso -en algunos casos- sin importar la experiencia adquirida con los años. Ya que tampoco tenemos garantizada la subsistencia digna para todos por igual. De ahí que los más importantes satisfactores del empleo se tasen en el fuero de lo íntimo, sin que se pueda apreciar o reconocer, desde una perspectiva vital plena, la verdadera realización de nuestro proceso de crecimiento. Sin que se pueda remunerar la entrega de vida. Finalmente, ésta no puede ser valorada con precio alguno.
Y tú ... ¿sabes cuál es tu costo de oportunidad?
1 comentario:
gracias! me gustó mucho visita Dia Violeta. Muchos saludos.
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