miércoles, 18 de mayo de 2011

la voluntad es azúcar

El temperamento se reconoce como ese componente del carácter que te es dado por la propia naturaleza de tu ser. El carácter, en cambio, nos remite al modo de ser que forjamos durante nuestro crecimiento. Al temperamento se asocian los humores y la bilis, al carácter se le atribuyen las virtudes y los vicios. 

Los hábitos de la voluntad resultan una mezcla de lo que queremos llevar a cabo en referencia con lo que valoramos. Y para consecución de estos fines, el carácter y el temperamento se armonizan. De otro modo, entra en contradicción nuestro deseo y en nuestro interior se debaten realidades contrapuestas entre lo que valoramos y lo que queremos, de tal suerte que, en nuestro actuar, nos volvemos erráticos e incongruentes; al grado de ver disuelto nuestro ser en una formalidad ideal, en la cual no nos identificamos.

La importancia de nuestro existir se reduce a la identidad que forjamos con nuestros actos cada día. El ser que nos da nombre y, sobre todo, el modo de ser que nos hace quienes somos, de manera inconfundible e incluso con rebeldía ante la imagen que quisiéramos reflejar. En este sentido, es fundamental señalar que, en el ámbito de lo real, es decir, en el límite de nuestra interpretación, son los hechos los que cuentan.

Sin embargo, del dicho al hecho siempre hay un trecho, así como de buenas intenciones está lleno el camino hacia el Señor. Ya que, en la mayoría de los casos, no es suficiente nuestra voluntad para hacer nuestros sueños realidad.

El proceso de llevar a cabo nuestra voluntad en concordancia con el acto libre y autónomo que la hace posible es un sendero de esfuerzo ético cuya única brújula es el conocimiento de sí (diría Delfos a Sócrates... siglos atrás).

En el ejercicio de escudriñarnos a nosotros mismos, hay muchos temores y retos, al mismo tiempo, conforme vamos confrontando el origen de nuestros miedos y cumpliendo las metas en nuestra propia metáfora, descubrimos mucho más de lo que algún día llegamos a imaginar. Los placeres de la vida se desnudan ante nuestros sentidos como si nunca antes hubiésemos sentido. Es un renacer generoso desde nuestra esencia, es un baile de mar y el deleite de la silenciosa y calma paz interior ... Esa impronunciable certeza que hechiza por un instante tu razón.

Sin embargo, los caprichos de nuestra voluntad entrelazados con el azúcar que marca el ritmo de nuestro cuerpo, en ocasiones, trancan el libre fluir de nuestro deseo llevándonos cada noche al río seco de la frutración que no logra lo que sabe es capaz de llevar a cabo. Ese vaivén en la glucosa que altera nuestros neurotransmisores, ese humor negro que nos traslada a las dimensiones paralelas del horror y de la cruda verdad en su faceta más gris, ese foco que se apaga en nuestro cerebro y nos impide rescatar el lado bueno de todas cosas, reconciliar las diferencias, reír y en sintonía disentir. El punto ciego de nuestra asertividad: el tiempo muerto del ayer en nuestra conciencia que se cifra aceleradamente siendo inaprehensible o tan lento que es impronunciable.

Todos libramos cada día una batalla con la composición de nuestro metabolismo, de ahí que sólo el conocimiento de nosotros mismos nos puede dar la pauta para ser autónomos, en donde, trastocar los límites de nuestra voluntad a velocidades constantes o gozar el festejo de nuestras libertades a velocidades intermitentes y complejas es sólo el ingrediente de nuestra identidad única y propia, ya que lo importante para no perdernos en el camino es armonizar todas estas frecuencias con referencia a lo posible y al juicio de valor que elegimos como nuestro propio horizonte de significado válido.

Y la locura es ... simplemente ... una descomposición temporal de alguna de estas sinergias fisiológicas en donde quedamos atrapados en un otro ser que el que nos identifica.


Y tú... ¿conoces la velocidad de tu voluntad?


Al fin... concluyo mis tortugas mágicas... buena semana.




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