Tres reformas, un huracán y una tormenta tropical conmueven nuestros 203 años de independencia. El uso de la fuerza tomó las calles para confrontar la inconformidad y la protesta, que se expresan con fuertes movilizaciones, sagaces amenazas, enojo político e impotencia ante un diálogo no logrado.
Hay muchas interrogantes, la más importante ¿quién tiene la razón? Por un lado, la ferviente acción del Gobierno de Enrique Peña Nieto, con tres frentes polémicos: el petróleo, las aulas y el consumo ciudadano. Por otro lado, los símbolos de un pasado no cumplido. Nuestro mayor patrimonio financiero en entredicho, una vez que a través de los siglos no hemos logrado un margen de eficiencia adecuado para producir y rentabilizar nuestros ingresos propios, prevaleciendo una gestión ineficaz para garantizar un nivel de vida proporcional a nuestra riqueza nacional. Nuestro capital humano comprometido, una vez que el sistema educativo tampoco ha logrado dar frente a las necesidades educativas de todos los grupos sociales que componen nuestro país. Nuestra capacidad de consumo mermada, una vez que las finanzas públicas no logran dar la cara al desarrollo de los proyectos de vida de todos y cada uno de los miembros de la sociedad, en igualdad de condiciones, así como, la capacidad de recaudación y fiscalización no ha sabido ejercer su autoridad con justicia ni alcanzar las metas propuestas como un sistema de corresponsabilidad pública y privada, en donde, tanto el Estado como las y los ciudadanos podamos asumir la responsabilidades que nos corresponden.
Priva el temor y la desconfianza ante la posibilidad de que estas tres reformas solo sean mecanismos del poder para fomentar el empobrecimiento, la ignorancia, el enriquecimiento ilícito, la instrumentalización de los seres humanos con fines de explotación y sumisión, la desigualdad social y el atraco de las élites con fines no legítimos para el bien común. Así como, la unilateridad en el diálogo en donde no se logran puntos de encuentro para lograr acuerdos legales, consenso y un discurso común en el cual todas y todos los mexicanos nos sentimos identificados, representados y convencidos de que estas reformas son los mejores cursos de acción posibles para lograr las metas planteadas. Tampoco hay acuerdo en los fines buscados, desde la polaridad de opiniones se trasluce un amplio espectro de "Méxicos" posibles, cada quien quiere su propio México. Y la violencia se trasluce como el único modo de expresión, ante la incapacidad de dialogar con la diferencia.
La democracia enfrenta retos renovados, nada está dicho al respecto. Vivimos un proceso compulsivo de apropiación (casi salvaje) en el cual se quiere imponer la voz del más fuerte. Los movimientos sociales aferrados a sus credos se niegan a reconocer la autoridad del Estado, la legitimidad del poder legislativo y el triunfo de los ahora gobernantes elegidos. Acorralando los espacios públicos, fomentando la confrontación, provocando a la fuerza pública, luchando por una causa que no es más la causa de todos. ¿Y cuál es la causa que hoy nos relega y hermana? ¿cuál es el modelo de país en el que todos podamos ceder una parte de nuestra preferencia particular sin tener que renunciar a nuestras convicciones y nos sintamos conformes con ser parte de la situación más justa posible? ¿cuáles son las convicciones del México de hoy?
La protesta, la inconformidad y su manifestación no pueden pretender retar al estado de derecho. Un estado democrático solo es posible si se cumplen las reglas dentro de las cuales caben todas y cada una de nuestras expresiones. No se puede pretender que, a partir del desacuerdo, un grupo de personas pretenda instaurar su propia revolución y lastimar la vida de todos por igual. El estado de derecho conlleva responsabilidades para nuestras vías de expresión, respeto de los límites de las demás personas, facultarnos en el ejercicio de un diálogo sin revanchismos ni imposiciones. La autoridad del Estado debe garantizar estas vías de diálogo y no mermar su competencia recurriendo al uso de la fuerza como un ahorro de estrategias ante su propia incompetencia de dar cabida a todas las voces dentro de su proyecto de nación.
Los autoritarismos se imponen desde todos los flancos, en torno a la falta de negociación para enriquecer estas tres reformas, sacar de ellas lo mejor, hacerlas crecer desde su primera propuesta, hacer política y ser Estado. No está en disputa las virtudes de estas reformas, no está en duda la necesidad de lograr un nuevo andamiaje legal para dar curso a los pasos por venir hacia un mejor país para todos y en igualdad de circunstancias. Como todo proceso de transición, hay roces, temores, ira, fuerzas que se liberan, la reminiscencia de promesas de cambio no cumplidas, aversiones, desconfianzas. Por lo que, si lo que se busca es la transformación, la única vía es el consenso inteligente. El crecer como sociedad, el reconciliarnos en un proyecto común en donde todos sintamos garantizados todos nuestros derechos.
Enrique Peña Nieto no puede conformarse con saber que está haciendo lo correcto, parte de hacer lo correcto es tener la capacidad de acrecentar sus decisiones bajo un más amplio haz de luz, en el que todas nuestras voces brillen por igual.
Las oposiciones ya no pueden conformarse con ataques e insultos como forma de legitimar sus causas.
México y la ciudadanía merecemos más, sobre todo ahora que veremos mermados nuestros ingresos para solventar el actuar del Estado, bajo un acto de fe y un esfuerzo al que se nos invita, sin ninguna certeza ni ninguna garantía de que nuestros actuales gobernantes están realmente comprometidos con favorecer el crecimiento de nuestro nivel de vida, la expansión de nuestra capacidad adquisitiva y nuestra posibilidad de un futuro justo. Estas tres reformas demandan mucho de nosotros, confiar en que no perderemos la pleitesía de ser los únicos benefactores de la renta petrolera, cuando la certeza nos da muestra del mal uso que se ha hecho de ésta. (Siempre) pidiéndonos paciencia porque algún día recibiremos los beneficios de estas grandes ilusiones que se dibujan desde el imaginario de la élite pero cuyos frutos nunca alcanzan a llegar a la realidad, nunca alcanzan para la mayoría de las personas, nunca logran revertir nuestros síntomas de denigrada y creciente pobreza humana encarnada en millones de seres humanos. Confiar en que la educación se trazará de acuerdo con prioridades educativas, que la evaluación será una vía de crecimiento y no un mecanismo de segregación humana, que se invertirán los recursos necesarios para una infraestructura digna, que las aulas serán vida de aprendizaje, crecimiento y fortalecimiento de nuestra cultura. Confiar en que los impuestos serán cobrados por igual, que se pedirá el mismo esfuerzo para todos, aun cuando sea más fácil cobrar el IVA que pedir cuentas y liberar de impunes deducciones a quienes no están dispuestos a dar de su enriquecimiento exponencial una dosis significativa para el desarrollo del país sin temor a aceptar enriquecerse de manera proporcional con las necesidades y la realidad del país (dicho sea de paso, realidad a costa de la cual se enriquecen sin compromiso social alguno). Todos merecemos enriquecernos por igual. El trabajo asalariado no puede ser el único fondo activo para compensar el déficit público. ¿Cuántos siglos más pasarán para que la ciudadanía reciba al fin la tasa de retorno que le corresponde? Necesitamos hechos para acrecentar la confianza que hoy nuestros gobernantes depositan en nosotros para llevar a cabo las reformas en cuestión.
Qué están dispuestos a dar quienes más tienen, qué está dispuesto a dar el Estado, qué está dispuesta a dar la disidencia, qué está dispuesta a dar la ciudadanía. Cuál es el esfuerzo que corresponde a cada uno de nosotros, sin que esto devenga en una espera infinita por un crecimiento que nunca llega. Y mientras esperamos... seguir aceptando como costo necesario el hambre y la pobreza.
Es una oportunidad histórica para volvernos todos igualmente mexicanos e igualmente dueños del destino de nuestro país. No hay un ejemplo en el pasado que nos muestre el camino a seguir. Debemos inventar una nueva forma de llevar la buena política a la práctica. Podemos distinguir metas de corto, mediano y largo plazo, y asumir compromisos en concordancia. Podemos lograr que las reformas sean un instrumento común. Las reformas son buenas y oportunas, pero pueden ser todavía mejores. Merecemos que el trabajo legislativo asuma el reto de mejorarlas y hacerlas realidad con el aval de todos los grupos sociales. Así como todos los grupos sociales deben estar abiertos a los cambios por venir y dispuestos a asumir nuevas responsabilidades que nos permitan a todos crecer por igual.
Si el Estado no favorece su capacidad de escucha y la posibilidad de crecer políticamente en este nuevo proceso de cambio, perderá los beneficios de su querer bien hacer. Y una vez más, será la ciudadanía quien deberá postergar sus anhelos y la esperanza de una vida mejor.
La respuesta no está en el pasado. Es un tiempo para inventar nuestro presente y encontrar la convicción de unidad como igualmente partes de un país, para sumarnos todos a un mismo curso de acción.
Quienes hoy gobiernan, todavía tienen el beneficio de la duda, así como, gozan de la autoridad que los compete para tomar las decisiones que a todos nos afectan. Pero en un país complejo en vivencias y realidades, el Estado no puede sujetarse solamente por el mandato de autoridad. Esta autoridad debe expandirse y ser capaz de sujetar la voluntad de todos quienes habitan México. Quienes no creen en este gobierno, deben poder distinguir la lucha electoral de la convivencia activa y responsable con un gobierno en funciones, cuestionar con responsabilidad las acciones propuestas no como una vía para imposibilitar cualquier acción, sino como una manera de ser parte de todas estas acciones. Sin importar nuestras convicciones personales, todos debemos tener la capacidad de distinguir las virtudes y las deficiencias de las reformas en marcha, tanto quienes las proponen como quienes las quieren desechar sin más. Si logramos encontrar un consenso sobre las verdaderas debilidades y los verdaderos riesgos de estos procesos que ahora vivimos, podremos hacer de estas reformas un ejemplo democrático y apostar todos por el incierto rumbo que debemos afrontar para lograr hacer algo mejor de nuestro país. Y para lograr este consenso es importante que todas las partes nos escuchemos sin prejuicios y más allá de nuestros intereses creados. Tenemos la posibilidad de hacer historia sin violencia. Esta es la exigencia para el Gobierno y el reto para todos los grupos de la población. Si la clase gobernante insiste en hacer las cosas a manera de un padre que sabe qué es lo mejor para todos, sin importarle los costos, contribuye a la parálisis social y a la exacervación de los ánimos de quienes se niegan a escuchar y nos quieren someter con el autoritarismo de la ideología sin ofrecer soluciones comprometidas. Los medios de comunicación deben darse a la tarea de nutrir la construcción de este nuevo diálogo posible. La disidencia violenta y sin vocación democrática legitima el uso de la fuerza, dejándonos a todos igualmente desamparados. La arbitrariedad de una clase política que se conforma con la formalidad de su investidura, legitima la fuerza como último recurso y pierde la fuerza de su institucionalidad, sembrando inconformidad y sospecha.
Es claro que lo que está en juego es qué México queremos construir, y no puede haber vencedores y vencidos, no puede ser solo el México de unos en contra del México de los otros. La legalidad debe dar cabida para que subsistan en equilibrio espacios para que cada quien cultive y coseche el México de sus sueños, sin tener que violentar el esfuerzo ni los sueños de las demás personas.
Viva México!!!
Y tú ... cómo festejas nuestro país?
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