El 12 de marzo recibí el sacramento del bautismo y la primera comunión con el cuerpo de Cristo. Decidí viajar a Guatemala, la tierra de mis raíces, el hogar de mis familias de sangre. Y vengo de vuelta de un viaje feliz, extraordinariamente dichoso o, como dicen allá, alegre (realegre). Y aunque me encontré con la noticia de una sentida pérdida, haber recibido a Dios en mi corazón acompaña la tristeza de nuevas alegrías. De paz y reconciliación. De perdón, inmenso perdón. De gratitud.
El camino a mi bautizo se inicia en mi infancia, la interrogante de haber sido no bautizada, la ignorancia sobre la religión y la fe en Dios que, en secreto, se me desveló en medio de una noche oscura. Fe que sembró en mí fuerza y disciplina, amor y generosidad, para afrontar las desventuras que marcaron mi destino cuando apenas empezaba a despertar al mundo. Y sí, en el corazón está la verdad. Ese mandato ético que descubrí también a muy temprana edad.
30 años después, al fin, me entregué al abrazo inmenso del amor de Dios. La conversión fue un largo camino de vida, ha sido el camino de la mujer que soy y es la alegría más grande que he tenido. No sabía el significado profundo de este momento. Hasta días previos, me seguí sorprendiendo de todo lo que acompaña esta bendición. Los misterios cristianos. La luz, la unción, el agua, la cruz, lo blanco. El cuerpo y la sangre. La Santísima Trinidad. La oración. El pecado.
El bautizo sana nuestras heridas, disuelve los pesares, libera los rencores, perdona los errores. Es nacer a una vida nueva.
Al mismo tiempo, es valorar, en el poder de la oración, la vida hemos sido hasta ahora. Ser la misma persona pero habitar un alma nueva que, poco a poco, nos da otra forma, dejando atrás nuestro pasado. Regalándonos un futuro jamás previsto. Enseñándonos que debemos reconciliarnos con nuestros errores y acrecentar nuestras virtudes.
Un gran asombro fue recibir la noticia de que todos mis pecados fueron borrados y perdonados, una vez bautizada a esta edad. ¿Qué significa esto? ...fue lo primero que me pregunté. No sabía cuáles eran mis pecados ni me había concebido a mí misma como pecadora. ¿Por qué era tan valioso este regalo de Dios? ...ante la indescriptible dicha de quienes compartían conmigo la buena nueva. De pronto sentí una gran responsabilidad. Incluso temor. El anhelo de que tal bendición no se extraviara. El examen de conciencia de tales errores y la prerrogativa de verme libre de todo mal cometido en el pasado. Una invitación a la santidad. Y ésta es la verdadera bienaventuranza de Dios: aquella que nos purifica y nos regala un alma entera para dar de sí sus obras, para hacer de sí una verdadera cristiana. Consagrarnos con nuestra humanidad. Aceptarnos como somos y darnos la oportunidad de hacer el bien en cada gesto de nuestra vida: aprender a hacer lo correcto.
Este nuevo espacio de mi vida es mucho más de lo que jamás imaginé. Es como si no quisiera avanzar ni un milímetro para no separarme de la gracia y de la dicha de este nuevo amanecer que me abraza.
Y solo puedo compartir con ustedes, hermanas tortugas, unas letras que escribí el día de mi bautizo antes de entregarme de lleno a este camino de resurrección al que nos invita la vida de Cristo, nuestro Salvador: el camino del perdón, el amor y la misericordia...el milagro de la paz.
12.marzo.2015
Valle de los ángeles.
Ciudad de Guatemala.
Para una persona que encontró la fe dentro de su corazón, habiendo crecido sin saber de Dios, es difícil expresar en palabras cuán grande es su presencia en nuestras vidas.
En cada alegría, en cada tristeza, en cada sonrisa, en cada lágrima, todos los días, aparece en nosotros el milagro de la vida y, todos los días, acontece el misterio de la fe que nos consagra. Este es el camino que me trajo hasta aquí. Y me siento bendecida de poder dar gracias por las enseñanzas de amor que Dios me ha brindado, de entregar mi alma con el compromiso de hacer crecer en mí los dones cristianos, en el abrazo de la iglesia Católica, y brindar los frutos de mi vida con generosidad y gratitud.
Amén.
Y tú... ¿guardas fe en tu corazón?
Al mismo tiempo, es valorar, en el poder de la oración, la vida hemos sido hasta ahora. Ser la misma persona pero habitar un alma nueva que, poco a poco, nos da otra forma, dejando atrás nuestro pasado. Regalándonos un futuro jamás previsto. Enseñándonos que debemos reconciliarnos con nuestros errores y acrecentar nuestras virtudes.
Un gran asombro fue recibir la noticia de que todos mis pecados fueron borrados y perdonados, una vez bautizada a esta edad. ¿Qué significa esto? ...fue lo primero que me pregunté. No sabía cuáles eran mis pecados ni me había concebido a mí misma como pecadora. ¿Por qué era tan valioso este regalo de Dios? ...ante la indescriptible dicha de quienes compartían conmigo la buena nueva. De pronto sentí una gran responsabilidad. Incluso temor. El anhelo de que tal bendición no se extraviara. El examen de conciencia de tales errores y la prerrogativa de verme libre de todo mal cometido en el pasado. Una invitación a la santidad. Y ésta es la verdadera bienaventuranza de Dios: aquella que nos purifica y nos regala un alma entera para dar de sí sus obras, para hacer de sí una verdadera cristiana. Consagrarnos con nuestra humanidad. Aceptarnos como somos y darnos la oportunidad de hacer el bien en cada gesto de nuestra vida: aprender a hacer lo correcto.
Este nuevo espacio de mi vida es mucho más de lo que jamás imaginé. Es como si no quisiera avanzar ni un milímetro para no separarme de la gracia y de la dicha de este nuevo amanecer que me abraza.
Y solo puedo compartir con ustedes, hermanas tortugas, unas letras que escribí el día de mi bautizo antes de entregarme de lleno a este camino de resurrección al que nos invita la vida de Cristo, nuestro Salvador: el camino del perdón, el amor y la misericordia...el milagro de la paz.
12.marzo.2015
Valle de los ángeles.
Ciudad de Guatemala.
Para una persona que encontró la fe dentro de su corazón, habiendo crecido sin saber de Dios, es difícil expresar en palabras cuán grande es su presencia en nuestras vidas.
En cada alegría, en cada tristeza, en cada sonrisa, en cada lágrima, todos los días, aparece en nosotros el milagro de la vida y, todos los días, acontece el misterio de la fe que nos consagra. Este es el camino que me trajo hasta aquí. Y me siento bendecida de poder dar gracias por las enseñanzas de amor que Dios me ha brindado, de entregar mi alma con el compromiso de hacer crecer en mí los dones cristianos, en el abrazo de la iglesia Católica, y brindar los frutos de mi vida con generosidad y gratitud.
Amén.
Y tú... ¿guardas fe en tu corazón?
Que Dios nos colme de bendiciones
queridas tortugas.
Hoy y siempre,
por los siglos de siglos...
Amén.
Porque el tiempo anunciado
se ha cumplido.
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