a soledades...
En medio del desierto, amaneció un ángel y descubrió un profundo dolor en su corazón. Con cierto extrañamiento, no encontraba la razón de tal sentimiento. A su lado, yacían una sirena con el corazón latiendo a destiempo y una princesa sin reino, como si en él pudieran ambas sangrar los sueños muertos de sus vidas. El ángel de ojos color cielo y rizos de oro miró a su alrededor sin encontrar agua o alimento para estas almas que le habían sido encomendadas. El sol ardía en sus manos y ellas poco a poco cerraban sus ojos como quien escucha su última canción.
El ángel no sabía si su misión era revivirlas o ayudarlas a bien morir. Alzaba su miraba al Señor y suplicaba una señal que cesara el fuego en sus manos.
Esperó tres días sin recibir respuesta. Y colocó el calor de sus manos en la frente de cada una, así, ellas podrían decidir si querían vivir o dormir eternamente. Milagrosamente, la lluvia liberó la carga que quemaba su piel. La sirena se desprendió de su corazón para que encontrara su tiempo sin destiempo, la princesa tomó el corazón de la sirena y volvió a sentirse en casa, desprendiéndose del recuerdo de sus reinos perdidos para descansar profundamente, como si no hubiera dormido en siglos, cerró los ojos y tomó la mano de la sirena, quien emprendía el vuelo hacia la luna en busca de su propio corazón.
El ángel vio ante sus ojos la luz del mañana y se abrió ante sí la puerta del futuro para llegar, al fin, a su destino de paz.
Y tú ¿a quién atas el tiempo de tu corazón?
Feliz fin de octubre... dichosas tortugas.
El ángel no sabía si su misión era revivirlas o ayudarlas a bien morir. Alzaba su miraba al Señor y suplicaba una señal que cesara el fuego en sus manos.
Esperó tres días sin recibir respuesta. Y colocó el calor de sus manos en la frente de cada una, así, ellas podrían decidir si querían vivir o dormir eternamente. Milagrosamente, la lluvia liberó la carga que quemaba su piel. La sirena se desprendió de su corazón para que encontrara su tiempo sin destiempo, la princesa tomó el corazón de la sirena y volvió a sentirse en casa, desprendiéndose del recuerdo de sus reinos perdidos para descansar profundamente, como si no hubiera dormido en siglos, cerró los ojos y tomó la mano de la sirena, quien emprendía el vuelo hacia la luna en busca de su propio corazón.
El ángel vio ante sus ojos la luz del mañana y se abrió ante sí la puerta del futuro para llegar, al fin, a su destino de paz.
Y tú ¿a quién atas el tiempo de tu corazón?
Feliz fin de octubre... dichosas tortugas.
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