martes, 18 de mayo de 2010

la tortura

y el cerebro...


Queridas mágicas, nobles y humanas, tortugas:


Tras dar vueltas y vueltas a las definiciones de tortura que se suman en estándares internacionales de derechos humanos me da la impresión de que se subestiman algunas características propias de un acto de tortura. A saber: violentar la identidad de las personas, violando su facultad de conciencia y la libertad autónoma de su voluntad, a través de condicionamientos conductuales que alteran los mecanismos biológicos del dolor, los cuales cumplen una función vital de sobrevivencia psíquica. Por lo que, en las prácticas brutales o sutiles de tortura, se pervierte el sentido mismo de la vida y quienes la padecen quedan fuera de sí, pierden una parte de su razón para siempre, se les quiebra el alma y conservan una cicatriz eterna en su corazón. Es decir, el sino de la tortura es la muerte de la conciencia. De ahí que no puede ser permitida bajo ninguna circunstancia, argumento ni justificación. La tortura, al romper la conciencia del individuo, es una muerte en vida.

A qué me refiero con la muerte de la conciencia: la única forma que tiene el cuerpo de disociar la brutalidad intencional de una tortura es "desarticulando" su percepción del dolor y autoanestesiándose al grado incluso de bloquear de su memoria todo el trauma sufrido; la doble perversión de la tortura, además, usa este mecanismo en contra de sí mismo, porque el cuerpo cuenta con él para fortalecer su conciencia y el ejercicio de su voluntad. En el acto de dominio por el cual se anula la conciencia un ser humano infringiendo dolor (la tortura), lo que se hace es condicionar a la inversa un mecanismo de sobrevivencia básica y, a medida que se refuerza la conciencia, se castiga con más dolor la voluntad.

La tortura está aparejada al dolor. El dolor, en sí, es tortuoso y toda violencia implica un dolor. Inevitablemente, parte de nuestro carácter se forja a través de los dolores que van enfatizando rasgos de nuestra personalidad. Y la sola condición de ser en el tiempo puede violentar de algún modo el tiempo de algún otro ser.

Pero ¿la violencia y el dolor son ya formas de tortura? Quizá, en cierto punto, se puede afirmar que no habría distinción entre violencia, dolor y tortura. Sin embargo, hay algo en el acto de tortura que particulariza este dolor y esta violencia y se acerca más a la crueldad. Pero ¿qué distingue la crueldad de cualquier otro dolor? La distinción está en el uso sistemático de la voluntad para lastimar la identidad de otro ser humano. Y para esto basta una palabra. Sí, una sola palabra puede ser torturadora y el silencio puede ser la forma más sutil de dolorosa tortura. Desde esta perspectiva, el acto de omisión es otra fuente de dolor cruel que linda los senderos de la tortura.

Considero que existen muchas formas de tortura y no comparto que identificar el propósito y a la persona que la lleva a cabo cambie en mucho su definición, es decir, no me parece que el acto de tortura dependa de si se usa para obtener información o de si hay un funcionario público involucrado. Tampoco comparto las definiciones que pretenden gradar el dolor como parámetro para identificarla, ni creo que sea útil hablar de lesiones graves o no tan graves. Coincido, en cambio, cuando se hace énfasis en las secuelas para la personalidad de la víctima.

Un aspecto a resaltar en esta definición que busco es que el acto de tortura no depende de que la intecionalidad de la voluntad que la perpetúa sea consciente. Es decir, que una persona no torture "deliberadamente" no quiere decir que no lo hace. Quien sufre el daño es quien tiene el parámetro para identificar si está siendo torturado o no. Es obvio, cuando se trata de la brutal y evidente violencia de Estado que sufren, en manos de funcionarios públicos, millones de personas, en donde un testimonio descriptivo-narrativo tendría que ser más que suficiente. No es tan obvio, cuando se trata de relaciones entre particulares aparentemente inocuas. Es casi imperceptible, cuando los rasgos de tortura están normalizados en el ejercicio de la cultura.

La paradoja de la tortura es que nos es terriblemente humana. No porque sea natural en nosotros torturar, lo cual no comparto de ninguna manera. Apelar a la biología para justificar la violencia entre humanos es la falacia más grande de la trágica modernidad. A lo que me refiero es, más bien, a que nuestra psique se constituye a través de nuestra respuesta fisiológica al dolor y al límite de la voluntad (que también se cifra como dolor), nuestras experiencias de dolor contribuyen, por otro lado, a la codificación de nuestros estímulos de placer, y el dolor es un catalizador importante en los procesos de crecimiento y autonomía. De este modo, el dolor se apareja al placer y constituye parte importante de nuestras vidas. Éticamente, nuestra posilidad de sentir dolor nos impone, al menos, tres retos: no pervertir nuestra armónica disposición al placer, no abusar de nuestros mecanismos de respuesta al dolor, no utilizar el dolor de otras personas (con o sin propósito alguno).


Y tú ... ¿cómo cohabitas con tu dolor?

(Más vale tarde que nunca: disertación compartida con retraso. Actualizada el 1 de julio de 2010)

Les dejo un abrazo de no dolor y lleno de magia de tortuga.




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