Comparto algunas notas antes de dejarme avanzar en el año; una vez concluida la fase de abuela manía y con mucho trabajo por hacer, a saber, una tesis de doctorado (que me urge concluir...), una propuesta de manual para redactar recomendaciones (que debo entregar al volver de vacaciones), la revisión de lecturas, trabajos y exámenes de cinco alumnos maestría (en proceso), y tres artículos en el tintero (bioética, tortura y derechos humanos). Así que no me dilataré más... pues el año apremia y esta vez no quiero llegar con retraso.
[A propósito del artículo Feminismo y liberación de Alaíde Foppa]
Ser mujer sigue siendo hoy un doble y triple esfuerzo. A pesar del camino andado, enfrentamos en nuestros espacios de crecimiento y realización, el estigma, la discriminación, la falta de equidad, el juicio de una moralidad que nos sofoca, la expectativa de una sociedad que sigue demandando de nosotras el ser un símbolo y no la carne viva de una voluntad.
En la familia prevalece el trato diferenciado y en la pareja todavía respiran resquicios, en donde, se premia la santidad asexuada, como muestra de respeto, y se denigra el deseo de una libido libre y sana, como muestra del sacrificio necesario, para que la cultura siga su cauce social preestablecido.
En el mundo del trabajo, en cambio, debemos transmutar para dar muestras de autoridad, "varonil" (por supuesto), de lo contrario abonamos al pretexto perfecto de que como mujeres no somos capaces de tomar decisiones, ya que no tenemos "carácter". Es decir, la norma para nuestro desarrollo es la norma de lo que, desde el género masculino, se ha establecido.
Ante lo cual, parece que serán los hombres quienes conciban primero la redefinición de su masculinidad (en tanto, nosotras no podemos dejar de pensar en protegerlos de todas las formas posibles, como el mandato ancestral nos ha enseñado). En realidad, como mujeres hemos sido tímidas para replantearnos el orden bajo el cual nuestra sociedad se reproduce, ya que hemos tenido que derrochar esfuerzos para tener voz y voto en un mundo que habría violentado nuestro ser digno y autónomo.
Por otro lado, creo que no podemos conformarnos, tampoco, con una visión unilateral. Si miramos a nuestro alrededor, hemos podido consolidar espacios comunes y las mujeres contamos hoy con un ámbito de libertades expandidas que se expresan cotidianamente sin restricción y con reconocimiento, así como, se han abierto ante nosotras vías que eran impensables para garantizar nuestra igualdad sustantiva.
De tal manera que, efectivamente, tenemos hoy un rostro más propio y más humano; y debo confesar, con justicia, que yo me siento muy afortunada de contar con todo lo que me han brindado quienes se comprometieron con que las nuevas generaciones de mujeres recibiéramos lo que por siglos se nos fue negado.
En este tenor, vierto mi última reflexión. Desde la mirada de lo ya ganado y del crecimiento que nos han regalado, yo creo que hay una gran asignatura pendiente que tiene que ver con la disposición de nuestros valores introyectados hacia descubrir este nuevo rostro y maravillarse con él. Así como surge el legítimo espacio para pensar la nueva masculinidad, yo invito a hombres y mujeres, a reflexionar el ser mujer fuera de los cánones ancestrales, porque es precisamente en el imaginario simbólico en donde seguimos subsumidas al menosprecio y al maltrato.
Y tú ... ¿cómo descifras el nuevo rostro de la mujer?
Hasta pronto.
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