lunes, 14 de febrero de 2011

mujeres hermosas y cómplices...

Buenos días queridas tortugas,

A medida que la rutina se acomoda, menos me acerco a este mi espacio sagrado. Las emociones se acumulan y no sé por dónde empezar.

Han sido días de sorpresas felices. Descubrí un nuevo ethos en medio de un seminario que me desveló cuánto queda por hacer, me conmoví ante la luz de los caminos perdidos, como si mi voz hiciera eco y algo en mí me recordara el vibrar de mi propia piel, estremecida en lágrimas. Lo cual me colmó de gratitud porque se despertó mi esperanza dormida.

En retrospectiva, descubro que no me es dado pretender que en el silencio puedo preservar los hechos que debo narrar, aun cuando los cuente sólo para mí. Tampoco quiero guardar mis certezas escondidas.

De pronto son tantas letras las que me ocupan que no encuentro el tiempo. El ritmo de mi serotonina es tan caprichoso que mientras mi mente quiere leer, mi cuerpo quiere reposo. No entiendo porqué se alentan tanto las horas con el paso de los años y me desespero conmigo por pensar tan rápido.

Poco a poco, sincronizo este tiempo de tesis que no duele y me despido de esas horas en que la maestría me estrujaba a cada paso que daba, como si caminara sobre vidrios contra la corriente en medio de una tormenta; a  la vez que me acostumbro a la calma de mi propia verdad, al ritmo alegre de regalarme el doctorado como aquel puerto de llegada que recompensa todas las heridas que este camino abrió.

Esto me tiene hecha un manojo de emociones y lágrimas de reconciliación, en donde el pasado se diluye en la pérdida tanto como se restaura en la dicha. La soledad se marcha y recobro las bellas memorias de todo lo lindo de vivir con la convicción de tu propio destino.

Evoco en mi memoria el bienestar que fui descubriendo, a medida que me comprometí conmigo misma, y revivo todos los instantes mágicos en que el saber me enamoró más y más, como si me perdiera en el abismo de las verdades, como si Dios me regalara sus secretos en clave para que yo eligiera la música que tendría mi melodia, como si de otras vidas me dictaran al oído el ritmo de todo lo que buscaba. Fui tan bendencida,  las certezas me colmaron mucho antes de lo que yo imaginaba y, a punto de llegar, quise entretenerme con la vida.

Me pregunto qué sigue después, si las metas se empalmaron y concluyeron casi por arte de magia. En un instante encuentras lo que en el infinito buscaste y construiste, como si un salto cuántico te abriera de pronto la puerta hacia una nueva dimensión de la existencia y algo te retuviera en tu viejo ethos para no perder el tenue resquicio que aún conservas de lo común. Durante mucho tiempo permaneces inmóvil en el umbral que comunica tus dos dimensiones porque sabes que, una vez que termines de cruzar, no podrás volver.

Miro hacia atrás y si bien, últimamente, he lamentado mucho estar donde estoy y muchos de los caminos que me trajeron hasta aquí, en realidad, el único reproche es a mi inaúdita libertad que se ata a gusto propio a sabiendas de que, a estas alturas, su autonomía es irrenunciable.

Muchas personas me reprochan que no le tema a mis pesares, preferirían que los viviera escondidos y como si no fueran en realidad importantes. Lo que no saben, quienes se desesperan ante mi sensibilidad, es que cuando abrazamos nuestro sentir de cara a lo que aún nos lastima somo libres y autónomos para elegir sonreír. Concedo, por mi parte, que por ello debo ocuparme de reír y disfrutar más cada día. 

No sé si alguien me llegue a comprender en realidad, ni si acaso un alma crea la experiencia que aquí relato, tampoco puedo evitar la condescencia que muchos me brindan. Pero la certeza del saber es aún más fuerte que la fe, es el punto ciego en el que ya no distingues una de la otra y simplemente sabes que lo que sabes es verdad. Y creo que con eso debería ser suficiente para no dejar de sonreir, para olvidar y perdonar, para mirar sólo hacia adelante, para darme entera y recobrar el ser generoso que fui.

Ayer recibí una gran noticia, una de las hijas de mi padre acaba de ser madre, él es abuelo (y yo habría querido, tanto, ser tía) pero mi hermana y yo soltamos nuestras manos hace muchas vidas, fue corto el tiempo que caminamos juntas, nos encontramos tardíamente en medio de un azar voluntario. Confieso que quisiera volver a la senda que fuimos. Lamento no haberme aferrado a ella en su momento ni haberla sostenido con tanta fuerza que nada pudiera interferir en los lazos que, como ensueño, descubrimos cuando yo tenía 20 años y ella 16; hasta entonces, nunca supimos la una de la otra y el día que nos conocimos ella se mudó a mi departamento.

Recuerdo esas largas noches contándonos nuestra vida, identificándonos y diferenciándonos, maravilladas por habernos descubierto. No fue difícil comenzar a abrazarnos, ella era única, sensible, artista y todo el tiempo pensando y reflexionando, llena de sueños, estaba ávida y abierta a escuchar, era generosa y sin darnos cuenta nos habíamos aliado en una misma voluntad. Festejo que aceptó tomar el camino de la búsqueda de sí misma, alcanzó sus promesas y hoy es una mujer plena en su ser que, al fin, recibe el fuerte abrazo de vida que siempre la aguardó.

Cómo puedo lamentar haberla amado desde el primer momento que supe de su existencia, si ella se llenó de mí y supo florecer incluso antes que yo, regalándome la certeza de que vale la pena abrirle la puerta sin más a la vida. Sentar a tu mesa a una extraña y compartir el pan aunque fuera poco, brindarle cobijo (humilde) y dejarte maravillar por los regalos que cada persona trae para ti. Creo que fui muy afortunada de haberla recibido con los brazos abiertos.

Cómo puedo lamentar todo lo que me trajo hasta aquí, y todo lo que soñé para el resto de los hijos de mi padre, para su familia sui géneris, si hoy todos cumplieron mi sueño y viven dichosos, en paz, libres de lo que tanto los oprimía y por lo cual yo me trasnoché tantas veces. Quizá su dicha no guardó un lugar para mí, ni yo supe guardar de ellos un poco de presente, pero la vida les brindó a todos lo que mi voluntad no habría podido hacer sola. Y eso es lo que cuenta, que cada quien encuentre su verdadero ethos y sea libremente feliz.

Yo era tan idealista en ese entonces... y creía que todo era posible, que todas las personas pueden abrazarse al unísono y que basta la voluntad para darnos cuenta de que todos somos hermanos. Hoy sé que no todas las almas se pueden hermanar y que parte de respetar nuestras diferencias es no tratar de conciliar más allá de lo que a cada quien le es dado.

Sin embargo, abrazo fuerte esta vida recién nacida que comparte un pedazo de mí y auguro dichas y alegrías para su futuro. Porque hoy sé que, tarde o temprano, todas las personas se logran a abrazar y es sólo cuestión de que el tiempo de cada caparazón se cumpla (con magia de tortuga) para hermanarnos en una misma canción.


Y tú... ¿estás en paz?

FELIZ DÍA DEL AMOR Y LA AMISTAD MIS QUERIDA TORTUGAS!!!

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