martes, 8 de mayo de 2012

tristezas del alma

La guarida de las tortugas se llama ethos. El ethos es quien salvaguarda el carácter y es en donde el alma se forja a sí misma. Decían los griegos... y sabios primeros filósofos.

... ¿Qué es la tristeza? 

Si pensamos en nuestro ethos ¿en qué lugar de esta guarida se cifra el llanto que emana de nuestras nostalgias? Sabemos lo que es estar triste, todos lo hemos sentido. Cada uno de nosotros anida estos sentimientos melancólicos que suelen tomarnos desprevenidos, ya sea porque amanecemos un poco más existenciales que de costumbre, ya sea porque recibimos alguna noticia, o porque no recibimos ninguna. Es claro que de pronto nos invade la sensación de algo perdido, alguien sigue su camino hacia una nueva vida, sentimos negado un sueño o nuestro deseo no puede ser satisfecho. Hay quienes llaman a esto frustración. Y hoy está muy de moda esto que llaman "tolerancia a la frustración". 

Si analizamos a los niños pequeños cuando descubren la frustración, de manera subsecuente e inmediata a cuando intencionan su deseo y descubren lo que serán las primeras manifestaciones autoconscientes de su voluntad. El niño hecha a rabiar por no alcanzar aquello que descubre sabe que quiere. Y sí, conforme el niño crece, lo que lo hace adulto es lograr comprender estos infortunios de la realidad que lo privan de la satisfacción de su deseo y tolerar pacíficamente el límite y la imposibilidad. Hasta aquí es claro el proceso. 

Sin embargo, cuando ya no estamos hablando de niños y nos enfrentamos con emociones de aflicción ante lo no logrado, ante la pérdida, el escenario no es tan simple. La complejidad de la voluntad adulta va mucho más allá de la tolerancia ante la frustración. Ya que el adulto comprende que la frustración tiene muchas causas y que la imposibilidad de la consecución de sus metas no necesariamente obedece a razones justas, es decir, a hechos contundentes de la naturaleza; descubrimos, entonces, que nuestras voluntades se invaden unas a otras constantemente, por lo que afectamos continuamente la consecución de nuestros deseos y, por ende, nuestros diferentes niveles de frustración.

¿Qué significa esto?  No es una gran novedad, ya estoicos y epicúreos nos advierten sobre los riesgos del deseo. Significa que el adulto se relaciona con su deseo de manera más autónoma aún cuando sucumbe ante él. Y que la frustración no es ya más ese límite en donde se cifra el conocimiento de lo real frente al desenfreno de nuestra imaginación. Es, mucho más allá de toda duda, la certeza de la constricción entre unos y otros. La ética, la moral y la legalidad marcan su territorio en estas dimensiones de la conciencia de nuestra voluntad. Conciliamos los grados de frustración que podemos o no compartir, negociar, transigir e intransigir, como modelos de convivencia con base en el sacrificio. Por todos es conocida la frase "que se lo gane", "al que quiere, que le cueste". Es decir, si se quiere ser parte de la confianza social se debe dar señales costosas de que estás dispuesto a dar algo valioso de tu deseo para realizar alguno de tus fines. Y entonces, aprendemos de la deuda del querer, o del querer como deuda. Aprendemos a valorar más el sacrificio que la vida.

Y éste, mis queridas tortugas, es un gran error de nuestra humanidad. Si no es que es el más grande error que se finca a la base de todos los males que nos aquejan. 

Lo saludable es sentir enojo ante la frustración, anormal sería no sentirlo. Pedirte que toleres la frustración es como si te pegaran con un palo y al mismo tiempo te recriminaran por sentir dolor. Lo importante no es tolerar sin enojo la frustración, sino aprender a expresar y comprender nuestros enojos, es decir, nuestros dolores. Quienes abogan por la tolerancia a la frustración, abogan también por la represión de los enojos. Ya Freud nos enseñó lo que necesitábamos saber sobre el daño que le hace al ser humano reprimir sus emociones y no comprender el origen de las mismas. Así que no parece una alternativa sabia. 

Por otra parte, ante la frustración, la pregunta obligada debe ser qué le está pasando a mi deseo que lo constriño a la frustración, en vez de vivificarlo con la realización limitada de la voluntad. 

El hecho de que no todos nuestros deseos sean cumplidos ni cumplibles, no implica que debe haber frustración al respecto. Hay otras maneras de convivir con la imposibilidad de algunos de nuestros deseos y con los límites de nuestra voluntad. Alternativas no trágicas ni frustrantes. Los límites son parte inherente de la vida humana, la frustración es sólo un invento de la cultura trágica. Nuestra libertad implica la posibilidad de vivir sin frustración, aún cuando no todos nuestros sueños se hagan realidad. Así como, estoicos y epícureos se debatían entre cómo lidiar con el dolor que surge de todo deseo y nos obliga a dosificar el ímpetu de nuestra voluntad... sin enojo, pero sobretodo: sin frustración.


Una cosa es decir no puedo, otra muy diferente: no quiero. Así se traza la distancia entre la frustración y los límites de la voluntad. En donde, sólo haciendo propias nuestras limitaciones, somos libres de realizarnos desde la afirmación de una voluntad reconciliada con su espíritu... (diría Hegel, ciertamente, con reminiscencias spinozianas)



Y tú ... ¿cómo transitas tus frustraciones?


Un abrazo triste mis queridas tortugas... y un deseo libre para su voluntad. Hasta mañana.



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