lunes, 9 de julio de 2012

a propósito de los desencuentros políticos

Con razón o sin razón.

La comunicación verbal es un arte. Como todo arte, se cultiva y es el resultado de la práctica constante. La creatividad debe formar parte de su intención y sobretodo su forma debe llenarse de intención y significado para aprender a comunicarnos entre sí.

La comunicación también duele... es un esfuerzo por salir de nosotros mismos y dejar que otras voces salgan de sí y ocupen el lugar de nuestro sonido. Es confrontación cuando este ocupar unos el lugar de otros y regresar a nosotros pierde sintonía. Entonces se allegan ruidos estridentes que sólo se interrumpen entre sí. 

La causa de estos desencuentros tiene más de una cara. Son distintos niveles de análisis los que necesitamos hacer para comprender la dificultad que atrapa al necio y al arrogante que lo interpela. Hay consideraciones afectivas, emocionales, psicológicas, psicoanalíticas que suman la complejidad del carácter que se manifiesta a través de las distintas personalidades.

Hegel explica muy bien esta relación, que ahora la moda llama "enganche", cuando desarrolla la dialéctica del amo y el esclavo. Uno quisiera pensar que, como el filósofo lo anticipó, este estadío de la conciencia sería superado una vez que los estados modernos se instauraron. Sin embargo, o he de decir por el contrario, seguimos atrapados en una suerte de esclavitud social, sociológica e interpersonal. Sigue siendo cosa de excepción el reconocimiento de unos y otros, y esto es latente en la comunicación.

Las relaciones humanas siguen enmarcadas en el estruendo por ejercer el poder. De una u otra manera, se conserva el incentivo infantil por ganar siempre el juego de mesa. Vemos a los adultos "enganchados" en esta lucha por ser por encima del otro, como si esto nos dotara de alguna suerte de dignidad especial que pocos comparten y a la que todos aspiramos.

Quienes viven atrapados en la dialéctica del amo y el esclavo inevitablemente te convierten en amo o esclavo, según sea el caso, y nada logra separarte de esa dinámica a menos que tomes distancia de su razón, ajena de autoconciencia, para conservarte en tu espíritu. Sin necesidad alguna de demostrar nada. Sin otro propósito que contribuir a un mundo de paz, como una muestra del respeto que como iguales todos nos merecemos, como una pausa de vida en la que logras reencontrarte a ti mismo. Es una manera de dejarte ir para recuperarte, un deprenderte de ti y de toda la vanidad que te acompaña para descubrirte una vez más y crecer.

Hay momentos en la vida en que debemos estar dispuestos a renunciar para lograr una nueva etapa en nuestras vidas. Decidir y elegir la vida que somos implica siempre renunciar a algo que somos. Y éste es el momento en que se define la valía de nuestro carácter. Cuando soltamos todo lo que creemos poseer y simplemente damos un paso adelante con confianza en quienes somos.

Pero qué impide este gran paso en nuestro crecimiento, qué miedos nos ocupan cuando perdemos la seguridad en nuestra plenitud y dejamos de caminar por miedo a caernos, a equivocarnos, a perder las certezas conocidas, por miedo a perder el poder que sentimos nos pertenece... 

Lo que impide esta comunicación que no va más allá de los monólogos de la fuerza es la autocomplacencia de la "supuesta" superioridad moral que nos atribuimos a nosotros mismos. La superioridad moral nace de basar nuestras satisfacciones en el solo hecho de tener la razón, de abrir espacio en nuestra alma para el placer que nos provoca los errores de los demás, más si éstos ratifican el poderío de nuestro ínfimo imaginario de verdad.

En este contexto, el ejercicio del derecho está a la cabeza en el arte de tener la razón, en el dominio de la palabra para argumentar con razones a favor de toda causa posible, más allá de su verdad, más allá de sus implicaciones éticas, más allá de todo. El derecho es el arte por la victoria sobre los otros, en aras de la justicia. Sin embargo, mucho se distancia el arte de la justicia del arte de tener la razón, de ahí las incompletudes e injusticias de todo derecho. 

No olvidemos que la razón remite siempre a la justa medida. A la ración que corresponde a cada cosa. La justicia remite precisamente a la relación de verdad entre cada una de las razones y a la justa medida con que deben comunicarse entre sí las distintas subjetividades de los argumentos en controversia.

El debate político también se define en la puesta en pugna de divergentes razones que muchas veces se manifiestan en intereses, ambiciones o aspiraciones de índole personal. Aunque en sentido estricto, obedecen a distintas interpretaciones sobre lo que será mejor para la vida y el desarrollo de la comunidad. De ahí que es tan complicado ponernos de acuerdo y que nos arrebatamos en discusiones llenos de sinrazones en las que pretendemos "salvar el mundo" en un momento. O ante las que hay quienes prefieren ser sensatos, cualquier cosa que esto sea, y ocuparse de su propia vida en vez de preocuparse del destino de la humanidad. Lo cierto es que sí es más saludable ocuparse de lo que tenemos a nuestro alcance que desgastarse deliberando sobre cuestiones que no está en nuestras manos cambiar (diría el proverbio chino tanto como la oración de alcohólicos anónimos). En realidad, cuando se trata de lo público, en el sentido de lo político, esto no se cumple a cabalidad. Ya que el renunciar a tomar parte de estos acontecimientos es dejar en manos de otros tan capaces o incapaces como nosotros el encargo de lo que nosotros pensamos y preferimos. 

La inercia de la representación política se ha pervertido de tal manera que prevalecen dos percepciones, por un lado, la idea de que no está a nuestro alcance incidir en las políticas públicas ni en la política, lo cual fortalece la falsa representatividad; por otro, la idea de que de estarlo, tendría que ser una participación de oposición y revancha. Así, se teme mucho que entren nuevos actores a la política porque violentarán este status quo en donde sólo unos están a cargo y simulan ante quienes los legitiman -porque consideran que estas personas no están en condiciones de lidiar con la verdad que justifica sus decisiones; tanto como se teme tomar las riendas de lo que está a nuestro alcance porque inevitablemente será un territorio de conflicto y desgaste. Así, quienes resisten estos abatimientos de la relación entre lo público y lo privado, se vuelven depositarios del destino de nuestro porvenir y generan hábitos de adicción para que su razón y su voluntad prevalezcan y para que sus intereses y privilegios se conserven. De tal manera que se les vuelve imposible comprender las necesidades de la realidad que comandan, inmersos en la lucha por las razones, dejan de percibir la razón por la cual están cargo de muchas de nuestras decisiones.

La ideología alimenta los desencuentros políticos de prejuicios, la realidad debe ser más evidente que cualquier color o bando. En estos días y de un tiempo acá me he contagiado del uso de términos que no me satisfacen y que opacan el fondo de toda buena política, a saber: izquierda, derecha, burguesía, aristocracia, comunismo... No sé, son términos descriptivos que si bien aclaran la comunicación de las razones, no son reales en cuanto que se pueda catalogar a las personas bajo alguna de estas insignias. Sería interesante que más allá del escudo de una toma de postura ideológica casi vacía, los diferentes proyectos de vida y las incompatibles visiones de país que prevalecen y se representan en las distintas fuerzas políticas entraran en un diálogo franco en donde todos nos diéramos la posibilidad de reinventarnos y darnos permiso de renunciarnos para recuperar de la verdad de los otros, y de la pérdida de nosotros mismos, razones que sin estridencias puedan ser el eco de una comunicación en sintonía y que nuestras disidencias suenen en armonía para que la música de todos tenga cabida para resolver los urgentes problemas que componen nuestra comunidad. Ya que las realidades, que tanto van de boca en boca para usufructurar votos y que luego se sacrifican ante los imponderables de las prioridades asumidas como obvias, no ocurren aisladas las unas de las otras. Todos somos parte de la violencia, de alguna manera nos beneficiamos de ella o de alguna manera algo de lo que hacemos contribuye a que ésta prevalezca. Y eso sí está a nuestro alcance. Encontrar estas conexiones podría darnos luces sobre las verdaderas soluciones para nuestras dificultades sociales. Esto es algo que las fuerzas armadas no podrán resolver ni hoy ni mañana ni nunca. La militarización es el trombón que arremete contra toda la melodía para imponer el sonido fúnebre de la destrucción.

Un país es un cuerpo cuya salud depende de todas las células que lo componen, cada persona equivale a una de ellas, basta que una de ellas adolezca para que todas las demás dejen de desarrollarse a plenitud. Y aunque los síntomas se manifiestan de maneras más o menos evidentes, la gravedad y urgencia es la misma para todos. Solemos resistirnos a  creer esto sólo porque a nuestro alrededor todo se encuentra aparentemente bien.

Por de pronto, con razón o sin razón, yo sé que no quiero volver a votar (al menos eso siento...) Me invade la profunda decepción de quien lucha y lucha por confiar en que es posible aprender a vivir de otra manera pero descubre, incluso en sí misma, que quizá eso no será posible. De pronto siento que lo único a mi alcance es no contribuir más a legitimar prácticas que no comparto y que, aparentemente, sólo benefician a unos pocos afortunados, en los que quizá me cuento yo también. Y este desencanto no me remite a haber perdido en cuanto a quién era el candidato de mi predilección, por mucho que lamente el resultado. Este sentimiento tiene más que ver con el agotamiento de vivir atrapados en la dialéctica del amo y el esclavo sin poder reconocer nuestro espíritu libre.


Y tú ... ¿cómo contribuyes a que prevalezcan la violencia y las injusticias en nuestro país?



Nos vemos no tan pronto queridas tortugas... seré raptada por una muy esperada tesis de doctorado que en estos días empieza a tomar forma y cuerpo en un papel... o he de decir... en un archivo virtual... Hasta entonces.

No hay comentarios: