y enamoramiento filosófico...
Difícilmente encaja la anarquía cuando se trata
de la disciplina del orden de la razón y de las ideas, sin rigor en el pensar y
en la expresión no habría filosofía. Sin las prácticas y la disciplina que acompañan
este anhelo vital, tampoco. Al mismo tiempo, imponer un orden al pensamiento,
especular sobre la razón de las cosas y construir sistemas autocomprensivos
para interpretar el mundo es un acto anárquico per se. Más en un mundo en el que se anula la diferencia ante los
criterios del mercado y se mata la creatividad en nombre de la norma. Pero…
filosofar es ante todo amar.
La disciplina filosófica es un canon en sí
misma. Su orden y metodología rebasan el ámbito de la lectura y la escritura,
imponen el hábito de organizar las horas del día con la esperanza de terminar
de leer los libros tendidos sobre la mesa de trabajo, el escritorio o el
colchón. Con la intención, casi siempre frustrada, de escribir más páginas de
las que el reloj biológico permite en el corto lapso de una mañana, una tarde…
o una madrugada. Cuando se quiere filosofar se vuelve imprescindible tomar
distancia de la mayoría de los espacios comunes de convivencia, aún cuando los
asuntos domésticos martillen en la cabeza con el recibo telefónico, los
impuestos, la cocina, el banco y el mercado. Ninguna de estas exigencias llega
a privar, en absoluto, al feliz filósofo de los deleites de la vida. Compartir
un buen vino con los amigos, bailar hasta el amanecer y amar no sólo la
sabiduría. Sin estas experiencias, poco sentido tiene reflexionar sobre lo que
las cosas son. E incluso en sus espacios de placer, el filósofo cultiva el arte
de combinar la contemplación, la reflexión y las maravillas del pensamiento
abstracto con el festejo, la música y las risas, como una tarea. Los hábitos
del cuerpo, el mantenerse en forma, el descanso y la alimentación, también
interfieren en la rutina del filósofo; dependiendo de cada quien, se suman en
este terreno más imponderables para la consolidación de una vida dedicada a la
filosofía.
En cuanto al trabajo cotidiano del filósofo,
éste consiste en leer metódicamente y releer textos cuyo orden interno marca la
pauta de su comprensión. Leer a un filósofo es, en gran medida, interpretar su
idioma personal. Descifrar la comprensión de un término en medio de un discurso
filosófico involucra tiempos de reflexión, ejercicios de contrastación y mucha paciencia.
Salirse del orden propio de comprensión y tratar de pensar como piensa el
interlocutor, para después recuperar la sintonía con una nueva perspectiva ante
aquello que apasiona al lector. La segunda ocupación del trabajo filosófico es
plasmar en el papel el resultado de los ejercicios de lectura. Con coherencia y
claridad, haciendo justicia a las palabras de los autores, dialogando con ellos
desde el cuestionamiento y con apoyo en sus ideas construir las propias de
manera honesta. Todo ello, siguiendo un orden lógico de argumentación y
razonamiento.
Pero nada de esto es suficiente cuando se trata
de hacer filosofía, de buscar espacios propios para expresarse y construir una
voz nueva ante la interrogante del Ser. Hace falta ir más allá, encontrar las
razones dentro de uno mismo, aquellas que motivan entregarse con amor a todas
las demandas del saber, a la soledad del estudio, a la incertidumbre de la
verdad, suspender el juicio ante todo aquello que se da por sentado, volverse
incluso incomprensible y mantenerse con lealtad ante el compromiso de la
búsqueda filosófica. Porque la rutina es sólo la herramienta, el conducto
gracias al cual llega a tomar forma en la palabra la pasión reflexiva. La
disciplina es una aliada para trascender la locura, ésa que embriaga el pensar
ante las posibilidades de la comprensión, y para poder sentir la calma serena
de construir la trama de una historia, el mínimo detalle de un argumento, el
desarrollo de una hipótesis. Sólo el corazón tiene la fuerza para hacer de las
prácticas y hábitos filosóficos una voz que clama por una mejor forma de
entender el mundo.
El filósofo, en tanto autártico, es un
anarquista, libremente se impone a sí un orden propio de vida para satisfacer
sus propias metas y motivaciones, es su propia ley y su celador más exigente.
Sin embargo, no siempre de manera anárquica escribe desde su propia voz… A
veces, prefiere sólo esconderse o doblegarse en las referencias a la norma
permitida. No siempre está dispuesto a seguir los latidos de su propio corazón.
Dejar que el corazón marque el ritmo del
pensamiento vuelve indispensable darse a sí mismo su propia ley, ser irreverente
y escéptico ante aquello que se da por sentado a la luz de una verdad
paradigmática, cultivar autárquicamente el dominio de sí, jugarse su lugar por
encontrar su propia verdad, sin miedo a sentir los latidos de su ser. De otro
modo, su propia ley no es otra que el remedo y la complacencia, el ocultamiento
de su deseo o el lugar seguro de su razón.
Esta dialéctica entre la autarquía de la
disciplina y la autarquía del corazón es lo que realmente convierte al pensador
en filósofo. Y el filósofo no tiene otro camino que la anarquía, rasgos
autoritarios opacan su carácter por necesidad. Pues la disciplina de la norma
está llena de arbitrariedades y el corazón dueño de sí lleno de caprichos.
Encontrar la manera de hacerlos convivir con objetividad es la tarea primera
del filósofo. Y si el resultado de este ejercicio objetivo pone en tela de
juicio alguna idea bien aceptada, el filósofo anárquicamente debe combatirla,
pues la verdad es su vocación. Para dar esta batalla de vida sus dos aliados
son la disciplina y el corazón, ambos vividos autárquicamente.
El equilibrio entre la voz propia y una
formación rigurosa, es la mayor osadía de un filósofo. Sólo quienes, con
valentía, fueron más allá del dogma de la escuela, y de las restricciones formales
del discurso de su época, son los que siguen significando de amor a la
sabiduría y motivan los destellos de verdad que, tras horas y horas de lectura,
a veces… brillan ante los ojos del anarquista y enamorado filósofo.
Y a ti... ¿te gusta filosofar?
Desde el baúl de los recuerdos...
[en total sintonía con la magia de los últimos días]
¡Feliz jueves mágicas tortugas!