Ante la diferencia o el desencuentro, antes de cualquier otro sentimiento, debe nacer en nosotros una interrogante. El intento de mirar a través de las cosas que nos parecen incompresibles, junto con una duda que nos interrogue a nosotros mismos. El no estar de acuerdo en todo y la falta de consenso o coincidencias son motivo de asombro. De sorpresa... sin enojo y libres de violencia. Incluso, deberíamos ser capaces de maravillarnos de las distintas formas en que cada ser humano categoriza sus prioridades y le da rumbo y sentido a su vida. Sin ver en el rostro ajeno alguna carencia. Dejarnos acrecentar bajo su mirada. Y descubrir cuán extraordinario es que alguien valore lo que nosotros no apreciamos. Sin prejuicios. Debemos dejar que la presencia de otras personas nos cuestione, nos despierte hacia otras maneras de valorarnos a nosotros mismos. Comprender al otro en su contexto, en consonancia con su historia de vida. Reconocernos a nosotros mismos, en nuestra circunstancia y a la luz de nuestras vivencias. Y en nuestra curiosa singularidad, saber que ambos somos humanos.
Y tú... ¿arriesgas tus certezas ante la interrogante de la presencia del otro?
Buenas días
únicas y mágica
tortugas.
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