no existen. Si bien no siempre estamos igualmente felices con los resultados de nuestros propósitos.
Probablemente, valorar los frutos de nuestros errores es un ejercicio de perspectivas. Y si bien, llegar a un acuerdo objetivo de tales perspectivas es tarea ardua, para fines de nuestra composición psíquica y emocional lo más importante es lograr, en primer término, nuestra reconciliación existencial.
La cúspide de tal desmoronamiento, aquél que nos aqueja ante la incomprensión de nosotros mismos y de quienes nos observan a la distancia, llega cuando enfrentamos la paradoja de aspectos irreconciliables. Más allá de la necedad, sostenernos en una perspectiva generosa acerca del juicio sobre uno mismo es, ante todo, un asunto de sobrevivencia. Pero sobrevivir implica una duplicidad de vida con otros seres humanos. Y es quizá la condición invaluable de tal diálogo lo que nos impone el aprender a comunicarnos.
Hay caminos de vida que llevan al límite la puesta en cuestión de nuestros comportamientos habituales. Hasta lograr un punto de no retorno. Un nuevo espacio en el tiempo que se nos ofrece como regalo que corona nuestro esfuerzo y valentía. Se anidan en nuestra alma inmensas satisfacciones junto con la certeza de una soledad infranqueable. Hay cierto aliento trágico en esta plenitud inconmensurable y por ello incomunicable. Una muerte lenta. Un silencio cruel. La palabra precisa no es siempre escuchada como soñamos. Pero una vez pronunciada nos es vetado renunciarla. La certeza ética de nuestras acciones no siempre se acompaña de la satisfacción moral del reconocimiento de los otros.
La mutua comprensión nos impone un ejercicio de generosidad sublime. Y aunque, a veces, todo parece redundar en un vano afán... las grandes obras son aquellas que solo pueden interpretarse bajo la mirada de lo sublime.
Y tú... ¿escuchas con generosidad?
Probablemente, valorar los frutos de nuestros errores es un ejercicio de perspectivas. Y si bien, llegar a un acuerdo objetivo de tales perspectivas es tarea ardua, para fines de nuestra composición psíquica y emocional lo más importante es lograr, en primer término, nuestra reconciliación existencial.
La cúspide de tal desmoronamiento, aquél que nos aqueja ante la incomprensión de nosotros mismos y de quienes nos observan a la distancia, llega cuando enfrentamos la paradoja de aspectos irreconciliables. Más allá de la necedad, sostenernos en una perspectiva generosa acerca del juicio sobre uno mismo es, ante todo, un asunto de sobrevivencia. Pero sobrevivir implica una duplicidad de vida con otros seres humanos. Y es quizá la condición invaluable de tal diálogo lo que nos impone el aprender a comunicarnos.
Hay caminos de vida que llevan al límite la puesta en cuestión de nuestros comportamientos habituales. Hasta lograr un punto de no retorno. Un nuevo espacio en el tiempo que se nos ofrece como regalo que corona nuestro esfuerzo y valentía. Se anidan en nuestra alma inmensas satisfacciones junto con la certeza de una soledad infranqueable. Hay cierto aliento trágico en esta plenitud inconmensurable y por ello incomunicable. Una muerte lenta. Un silencio cruel. La palabra precisa no es siempre escuchada como soñamos. Pero una vez pronunciada nos es vetado renunciarla. La certeza ética de nuestras acciones no siempre se acompaña de la satisfacción moral del reconocimiento de los otros.
La mutua comprensión nos impone un ejercicio de generosidad sublime. Y aunque, a veces, todo parece redundar en un vano afán... las grandes obras son aquellas que solo pueden interpretarse bajo la mirada de lo sublime.
Y tú... ¿escuchas con generosidad?
FELIZ JULIO...
MES DE METAS CUMPLIDAS
Y DE VALIENTES TORTUGAS.
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