... incógnitas y esperas.
Los días antes de acabar el año se desplazaron sin cesar. Entre la quietud y el entusiasmo. Días llenos de muestras de cariño y amistad. Días para abrazar a la familia a la distancia pero con el corazón entero. Y días también de mucho reflexionar. De pronto: el peso de un largo año que hubiésemos querido despedir por completo. Cuando en realidad empezaría un nuevo tiempo, una nueva vuelta al sol, con la misma carga del encierro, la incertidumbre, las dificultades financieras y los riesgos sanitarios. Un festejo partido por la mitad, acompañado del frío y lleno de amor. De alegría compartida con nuestros seres queridos. Con valor y esperanza todos alzamos nuestras copas.
Por un instante el mundo quiso olvidar la verdadera emergencia que vivimos, enero es una larga resaca compartida a causa de todos quienes olvidaron que el confinamiento sigue vigente... tan vigente como la pandemia. Y que ningún acto de nuestro deseo puede evadir la realidad. Así, el mundo entero retrocede. Parece que los esfuerzos fueron en vano. La ilusión de una vacuna despertó una frágil sensación de seguridad. Y sí, la vacuna es la solución. Paradójicamente, el proceso será largo y lento. Estamos a mitad del trayecto de una doble espera, por un lado cómo se sigue desenvolviendo y avanzando la epidemia y por otro cuándo estaremos la mayoría vacunados. Terminaron las vacaciones y la ya nueva anormal normalidad siguió su curso. Como si al estar ocupados sin fin pudiésemos cambiar lo que de verdad ocurre. Pero sí. Estar ocupados nos permite renovar el alma cada día y fortalecer el espacio limitado que ahora nos habita como el espacio para desarrollar nuestra vida.
Cuánta paciencia nos exige estos tiempos. Cuántas paciencias. Como si estuviésemos en tránsito. Pero sin saber a ciencia cierta hacia dónde nos dirigimos. Y el punto del cual partimos se va desvaneciendo sin que lo podamos atrapar. Las pérdidas son cada vez más cercanas y los contagios también. Sin importar cómo logramos lidiar con todas estas emociones para conservar la alegría: vivimos tiempos tristes. Hay heridas y sufrimientos por doquier. De la mano de la gratitud de estar sanos, vivos, contar con lo necesario para vivir y saber que quienes amamos están a salvo. En estos tiempos todas estas certezas son las más invaluables.
Qué vendrá después. Qué será este año en cada una de nuestras vidas. Cuál es la prisa... sin saber hacia dónde nos dirigimos. No importa cuánto nos movamos, hay una quietud casi imperceptible que detiene todo. La quietud de un presente que cada vez es más extenso. Y sin embargo, el mundo sigue su curso. La vida siempre es más fuerte que cualquier otra inercia. Y aparecen ante nuestros ojos eventos internacionales que todavía pueden tomarnos por sorpresa y hacernos ver que hasta lo más impensable es posible. Llegan nuevos vientos con destellos de luz. Con los mismos destellos de los cielos que nos ha regalado este año cada amanecer y anochecer. La belleza de la naturaleza brilla con tal fuerza que nos abraza en medio de todas estas incertidumbres. Y en esta distancia, sana distancia, a la que ahora estamos obligados... cada vez anida con más profundidad una cercanía del alma que aprendemos a acariciar y valorar con sentimientos renovados.
Y yo me pregunto, cuál es el propósito de todo el acontecer que vemos cada día en la vida pública. Esa vida que marca nuestros destinos de una u otra forma. O de la que tenemos la ilusión de formar parte a través de nuestras opiniones... de nuestras vivencias. ¿Algo va a cambiar? ¿Seremos capaces de dar inicio a una era más feliz? ¿Encontraremos soluciones a lo que ahora parece imposible de resolver? O simplemente estamos atrapados en un no tan breve paréntesis en el cual todas las dificultades se profundizan. El mayor consuelo que tenemos ahora es concentrarnos en nosotros mismos, aunque llega también a ser un poco aburrido. Es decir, somos simples y mortales. A lo que me refiero es a que concentrarnos en nosotros mismos cobra su verdadero sentido si esto está ligado a nuestra relación con quienes nos acompañan: al compartir. Compartir con respeto y gracia. Con entrega. Hacernos mejores con otros. Sentirnos mejor para otros. Porque si cada quien se encierra en su propia burbuja, al reencontrarnos nos desmoronaremos todos al unísono. Nos violentaremos con el sencillo roce de nuestro respirar. Aunque nuestra herramienta más poderosa en estos tiempos es procurarnos a nosotros mismos, no dejemos que tal acto de sobrevivencia se convierta en una forma de egoísmo infranqueable en donde nos volvemos incapaces de escuchar otra voz que no sea la nuestra. Que el miedo al contagio no se convierta en miedo a dejarnos tocar por el otro. Que la protección de nuestra salud no se vuelva una forma de desprendernos de nuestra propia humanidad. Que muchos espacios de nuestra vida presente se vivan en el encierro no debe condenarnos a encerrarnos en nosotros mismos. No perdamos nuestra capacidad de vivir con el otro y de respetar nuestras diferencias.
Concentrémonos en todo aquello que nos cause placer. En tener paciencia con nosotros mismos y con quienes nos acompañan. Descansar. Disfrutar. Amar. Reír. Sonreír. Bailar y cantar. Dormir. Estar lo más cerca posible y comunicados con nuestros seres queridos. Y trabajar en todo aquello que nutra nuestra vida de buen ánimo y entusiasmo. Relajarnos y hacer ejercicio. Meditar. Imaginar eventos futuros en los cuales ya toda esta pesadilla haya terminado. No renunciar al futuro. Darle valor a las pequeñas cosas que acompañan nuestras rutinas diarias. Y no dejar de acercarnos a todo lo que nos es propio. Son tiempos de sincerarnos. De comprendernos entre nosotros. De pensar en quienes no pueden estar en encierro y que hacen posible que la vida cotidiana siga su curso, quienes han dado la cara por nosotros desde la trinchera médica y desde todas las actividades esenciales. Admiremos, y demos gracias, a quienes no han cesado en sus tareas descubriendo nuevas formas de expresarse y comunicarse para mantener el empleo, la educación, los medios de información y el entretenimiento aún a nuestro alcance. Encontremos la forma de solidarizarnos con quienes han perdido su sustento de vida y cedamos el espacio afuera de nuestras casa a quienes no tienen otra opción. Dejémonos de banalidades y de buscar pretextos injustificables para pretender seguir con nuestra vida como si nada ocurriese. Es una lástima que nada de lo que está ocurriendo haya puesto en duda los cimientos mismos de nuestra forma de concebir el empleo y la economía, la subsistencia y la vida en común. Se ha regateado demasiado en ayudar a quienes de verdad lo necesitan. Es tiempo de despertar y descubrir las verdaderas prioridades del vivir.
Es una época para unirnos en una sola energía de paz. Y de empezar a entretenernos con un proceso electoral que se antoja todo menos aburrido. Porque recuperaremos todo lo que nos han arrebatado con mentiras. Aprenderemos a construir equilibrios más sanos de poder, con la certeza de que sí hay mejores soluciones.
Por de pronto... el miércoles fue una gran día. Ojalá los fuegos artificiales majestuosos sean la anunciación de un tiempo renovado para todos.
Y sí... estamos cansados. Agotados. Sin control sobre tantas cosas que creíamos estaban a nuestro alcance. Pero también exhaustos de concentrar todas nuestras energías en lo único a nuestro alcance: nuestro yo próximo e inmediato. Que las puertas de nuestra casa estén cerradas no significa que tenemos que cerrar las puertas de nuestros corazones. Sólo el abrazo íntimo alivia la carga del alma en su espera por recuperar una vida sin otro temor que el límite de nuestro actuar. No dejemos que la amenaza más precaria hacia nuestra vida: la muerte... despierte en nosotros los más bajos instintos de sobrevivencia. Recordemos que somos humanos y como tales somos capaces del arte sublime de la creatividad y del amor. No permitamos que el dolor de la pérdida nos consuma. No desesperemos en medio de la tragedia. Encontremos nuevas formas de volver al espacio común. Y no permitamos que nadie pretenda manipularnos desde el poder del engaño. Es un momento de definiciones y de tomar postura. Los excesos que estamos presenciando en la vida pública son imperdonables. No hay pasado que cuente para justificar el hecho de que en el presente, en lo que nos ocupa hoy con urgencia, veamos tanta indiferencia hacia la vida de las y los ciudadanos. Sumado a la negligencia, la incompetencia y la farsa. Un circo cotidiano cada día más ofensivo y ridículo. Estamos ante mucha irresponsabilidad. Que de doce personas que conforman una brigada de vacunación sólo dos sean personal médico, es un insulto a la salud pública. Por mencionar sólo un ejemplo. Si una persona no logra comprender que frente a una pandemia no hay buenos ni malos, ni espacio de oportunidad alguno para sacar provecho, se trata de una persona que no merece gobernar un país. La política, en su sentido profundo, es decir cuando se trata del bien común: no se puede reducir a una partida de ajedrez, mucho menos comparar con un partido de beisbol. La pregunta es, quienes aspiran a recuperar espacios políticos en las próximas elecciones: ¿están dispuestos a cambiar el guión?
Y tú... ¿esperas en el abrazo o alimentas tu propia burbuja?
¡Feliz 2021!
Que encontremos
el camino hacia
un nuevo amanecer.
Fuerte abrazo...
lleno de magia
de tortuga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario