La luna llena con la que se despidió enero, la luz opaca de frío con la que amanece febrero... huelen a mal presagio. Como si un gran peligro acechase los felices propósitos. Como si una voz se entrometiera y engañara a los corazones sobre la verdad.
Siempre me he preguntado de dónde llega el eco del peligro. Parecería que unas veces es el miedo que nos habita, los monstruos del alma que se fortalecen de él, quienes susurran falsedades. Otras veces, en cambio, son voces lejanas de quienes sí nos desean desdichas... ¡qué horrible presunción! sin embargo, hay quienes sólo encuentran liberación mermando a otros... ¡qué fuerte realidad! Casi convencida, creo que si lográramos erradicar este tipo de mal en el mundo... ya habríamos dado un gran paso hacia la justa felicidad. Pero sin tramar tan fino, muchas de las veces, este susurro de miedo son simples casualidades que se entretejen con tu destino amenazando lo que más anhelas... en cuyo caso, no hay nada que hacer, la vida tiene sus cauces y sólo Dios sabe cuáles son esos caminos.
El eco del peligro también lo anuncian los ángeles o lo evocan los fantasmas de nuestros seres queridos, como un presagio de protección y cuidado, como un aviso de que vendrán tristezas que no podrás evitar. Y entonces me pregunto ¿es justo que existan tristezas que no podemos evitar? Quizá en estos casos, no se trata de justicia, simplemente, de que la realidad nos impone coordenadas que son de suyo infranqueables y el dolor, entonces, se despierta cuando deseamos aquéllo que no puede ser real. He ahí la fuente de nuestras desdichas, en especial, de las que se llaman "trágicas" desdichas.
Por otra parte, no debemos sentir tanto temor ante el mal, provenga de donde provenga, gracias a las ventajas de la justicia, en el largo plazo, o de inmediato, todos descubrimos en algún momento la verdad: ése límite de lo real que nos enseña lo que las cosas son más allá del modo en que queramos mirarlas... el conocimiento que redime todo mal.
Y sí, dirán los fanáticos del relativismo: ¿no es acaso una postura un tanto sustancialista? A lo que yo sólo contestaré: el principio de objetividad de toda verdad radica, precisamente, en que no depende de quien la enuncia. Ante lo cual, el reto del filósofo sigue siendo distinguir, entre la diversidad de las subjetividades, el carácter objetivo de un juicio posible. Del cual se desprende: una episteme, una ética, una política, una poética o, mejor aún, una bella canción.
Lo justo, cuando se hermana de lo real con carácter de verdad, tiene tal radical existencia que, incluso si no nos atrevemos a reconocerlo o encararlo, tarde o temprano se hace presente, interrogando nuestros actos y las certezas con las que validamos los mismos, a veces, con efectos liberadores, otras veces, con efectos devastadores. Esto depende de aquéllo que nos resistimos a mirar sin miedo y en paz.
Hace poco, me exhortaron a la libertad, como cuando al decir adiós te llenas de buenos deseos hacia los demás: "sé libre". Debo confesar que no termino de entender el significado de tal exhorto. Me parece que sigue siendo Spinoza quien nos habla con mayor sensatez de la tan controvertida libertad humana. Para él, libre es quien conoce sus determinaciones. Es decir, yo soy libre, en la medida en que sé lo que puedo y lo que no puedo hacer; en la medida en que sé quién soy y me conozco a mí mismo. De este modo, puedo actuar en concordancia y ejercer mi ser libre en ese espacio en el cual mi decisión, y la voluntad que la acompaña, sí cuenta. En ese espacio en el que sin simulacros me reconozco en mi verdad.
Además de coincidir con Spinoza, he tenido que recordar un poco a Hegel y, si bien a lo largo del proceso dialéctico la libertad es el eslabón fundamental que va desgajando cada uno de los momentos de la conciencia entre su devenir mediado y su ser inmediato, es sólo cuando se conjugan ambos en una acción de la vida del espíritu, es decir, de la autoconciencia que se reconoce con otra autoconciencia en un nosotros, que, diría mi buen amigo, nos enfrentamos al estadío de la libertad realizada. Lo cual ocurre en el ámbito de la eticidad, se manifiesta en el estado, en la religión, en el arte y en el saber absoluto como fin último, y se realiza a través de la historia, en tanto es lo que constituye el tiempo vivido que nos narra el legado del pasado.
He tenido también que recordar a mi igualmente querido Kant, quien por un lado desde el carácter autónomo de la voluntad afirma una libertad radical de la razón, la cual se expresa en la consecución de fines y en el deber ser; por otro lado, desde la determinación de las leyes de la naturaleza, la libertad está subsumida al orden del mundo. Por lo que la racionalidad misma de la libertad se encuentra en el terreno de las antinomias, y su explicación es inasible al entendimiento humano.
Freud, en cambio, la condena al deseo determinado por el trazo de la represión en el inconsciente.
Siguiendo a mis interlocutores previos, yo sólo agregaría una paradoja más de la libertad: el amor... Amas al ser libre de quien estás enamorado y al mismo tiempo lo deseas sólo para ti; a su vez, amas libremente a quien ha sido capaz de conquistar tu corazón y, una vez que cupido te toca, pierdes por elección ámbitos de tu libertad.
Ciertamente, todo esto es relativo, pues si analizamos lo dicho desde Spinoza, conforme cambia tu determinación, cambia tu libertad, así que no debería significar un conflicto para el ego ni para la vanidad reestructurar nuestros ámbitos de libertad por entregarnos a una pasión, siendo además que es algo que hacemos libremente, lo cual es parte de la belleza del amor: nos da todas las posibilidades para reinventarnos una y otra vez.
Para Hegel, el amor, en especial el amor de la pareja, es uno de los ámbitos más plenos de la realización de la libertad, ya que cuando dos voluntades se aman son espíritu: se reconocen en un nosotros que supera su relativa oposición, a su vez que reconcilia sus diferencias en el complemento de la unidad; lo cual se concreta en un ámbito de la vida más pleno que realiza, en la inmediatez, la completud de la existencia.
Para Kant, en cambio, todo dependerá de si este amor atiende a las inclinaciones del cuerpo o al deber ser de la razón... y de cómo con libertad autónoma, es decir, atendiendo sólo a la razón, se elige amar. De este modo, el amor no debe ser egoísta, involucra cierta renuncia y se debe cumplir en el marco de la legalidad.
Curiosamente, Kant sigue predominando y todavía hoy hay quien considera que para elegir pareja debe privar la razón sobre la pasión, como si pudiéramos escindirnos en dos subjetividades independientes y separar la pasión de la razón. Ante lo cual Freud ya anticipó que son las pasiones reprimidas las que dominan a la razón. Para Freud, amar implicará siempre pulsiones y le es intrínseco el deseo de poseer y aniquilar al otro, a su vez que el deseo de ser poseídos y aniquilados por el otro.
Para mí, la paradoja se rompe en el momento en que es el ser amado quien te brinda tu ser libre, regalándote la posibilidad de entregarte con la convicción de que lo quieres sólo a él. Así, me pliego dichosa a la invitación de Hegel y Spinoza en esta disertación; y empiezo a comprender la misiva de mi amigo.
Finalmente, el día mejoró, la luna se deja mirar con una sonrisa y mañana será otro día para amar.
Y tú ¿eres libre para amar?
Hasta pronto queridas tortugas.
Siempre me he preguntado de dónde llega el eco del peligro. Parecería que unas veces es el miedo que nos habita, los monstruos del alma que se fortalecen de él, quienes susurran falsedades. Otras veces, en cambio, son voces lejanas de quienes sí nos desean desdichas... ¡qué horrible presunción! sin embargo, hay quienes sólo encuentran liberación mermando a otros... ¡qué fuerte realidad! Casi convencida, creo que si lográramos erradicar este tipo de mal en el mundo... ya habríamos dado un gran paso hacia la justa felicidad. Pero sin tramar tan fino, muchas de las veces, este susurro de miedo son simples casualidades que se entretejen con tu destino amenazando lo que más anhelas... en cuyo caso, no hay nada que hacer, la vida tiene sus cauces y sólo Dios sabe cuáles son esos caminos.
El eco del peligro también lo anuncian los ángeles o lo evocan los fantasmas de nuestros seres queridos, como un presagio de protección y cuidado, como un aviso de que vendrán tristezas que no podrás evitar. Y entonces me pregunto ¿es justo que existan tristezas que no podemos evitar? Quizá en estos casos, no se trata de justicia, simplemente, de que la realidad nos impone coordenadas que son de suyo infranqueables y el dolor, entonces, se despierta cuando deseamos aquéllo que no puede ser real. He ahí la fuente de nuestras desdichas, en especial, de las que se llaman "trágicas" desdichas.
Por otra parte, no debemos sentir tanto temor ante el mal, provenga de donde provenga, gracias a las ventajas de la justicia, en el largo plazo, o de inmediato, todos descubrimos en algún momento la verdad: ése límite de lo real que nos enseña lo que las cosas son más allá del modo en que queramos mirarlas... el conocimiento que redime todo mal.
Y sí, dirán los fanáticos del relativismo: ¿no es acaso una postura un tanto sustancialista? A lo que yo sólo contestaré: el principio de objetividad de toda verdad radica, precisamente, en que no depende de quien la enuncia. Ante lo cual, el reto del filósofo sigue siendo distinguir, entre la diversidad de las subjetividades, el carácter objetivo de un juicio posible. Del cual se desprende: una episteme, una ética, una política, una poética o, mejor aún, una bella canción.
Lo justo, cuando se hermana de lo real con carácter de verdad, tiene tal radical existencia que, incluso si no nos atrevemos a reconocerlo o encararlo, tarde o temprano se hace presente, interrogando nuestros actos y las certezas con las que validamos los mismos, a veces, con efectos liberadores, otras veces, con efectos devastadores. Esto depende de aquéllo que nos resistimos a mirar sin miedo y en paz.
Hace poco, me exhortaron a la libertad, como cuando al decir adiós te llenas de buenos deseos hacia los demás: "sé libre". Debo confesar que no termino de entender el significado de tal exhorto. Me parece que sigue siendo Spinoza quien nos habla con mayor sensatez de la tan controvertida libertad humana. Para él, libre es quien conoce sus determinaciones. Es decir, yo soy libre, en la medida en que sé lo que puedo y lo que no puedo hacer; en la medida en que sé quién soy y me conozco a mí mismo. De este modo, puedo actuar en concordancia y ejercer mi ser libre en ese espacio en el cual mi decisión, y la voluntad que la acompaña, sí cuenta. En ese espacio en el que sin simulacros me reconozco en mi verdad.
Además de coincidir con Spinoza, he tenido que recordar un poco a Hegel y, si bien a lo largo del proceso dialéctico la libertad es el eslabón fundamental que va desgajando cada uno de los momentos de la conciencia entre su devenir mediado y su ser inmediato, es sólo cuando se conjugan ambos en una acción de la vida del espíritu, es decir, de la autoconciencia que se reconoce con otra autoconciencia en un nosotros, que, diría mi buen amigo, nos enfrentamos al estadío de la libertad realizada. Lo cual ocurre en el ámbito de la eticidad, se manifiesta en el estado, en la religión, en el arte y en el saber absoluto como fin último, y se realiza a través de la historia, en tanto es lo que constituye el tiempo vivido que nos narra el legado del pasado.
He tenido también que recordar a mi igualmente querido Kant, quien por un lado desde el carácter autónomo de la voluntad afirma una libertad radical de la razón, la cual se expresa en la consecución de fines y en el deber ser; por otro lado, desde la determinación de las leyes de la naturaleza, la libertad está subsumida al orden del mundo. Por lo que la racionalidad misma de la libertad se encuentra en el terreno de las antinomias, y su explicación es inasible al entendimiento humano.
Freud, en cambio, la condena al deseo determinado por el trazo de la represión en el inconsciente.
Siguiendo a mis interlocutores previos, yo sólo agregaría una paradoja más de la libertad: el amor... Amas al ser libre de quien estás enamorado y al mismo tiempo lo deseas sólo para ti; a su vez, amas libremente a quien ha sido capaz de conquistar tu corazón y, una vez que cupido te toca, pierdes por elección ámbitos de tu libertad.
Ciertamente, todo esto es relativo, pues si analizamos lo dicho desde Spinoza, conforme cambia tu determinación, cambia tu libertad, así que no debería significar un conflicto para el ego ni para la vanidad reestructurar nuestros ámbitos de libertad por entregarnos a una pasión, siendo además que es algo que hacemos libremente, lo cual es parte de la belleza del amor: nos da todas las posibilidades para reinventarnos una y otra vez.
Para Hegel, el amor, en especial el amor de la pareja, es uno de los ámbitos más plenos de la realización de la libertad, ya que cuando dos voluntades se aman son espíritu: se reconocen en un nosotros que supera su relativa oposición, a su vez que reconcilia sus diferencias en el complemento de la unidad; lo cual se concreta en un ámbito de la vida más pleno que realiza, en la inmediatez, la completud de la existencia.
Para Kant, en cambio, todo dependerá de si este amor atiende a las inclinaciones del cuerpo o al deber ser de la razón... y de cómo con libertad autónoma, es decir, atendiendo sólo a la razón, se elige amar. De este modo, el amor no debe ser egoísta, involucra cierta renuncia y se debe cumplir en el marco de la legalidad.
Curiosamente, Kant sigue predominando y todavía hoy hay quien considera que para elegir pareja debe privar la razón sobre la pasión, como si pudiéramos escindirnos en dos subjetividades independientes y separar la pasión de la razón. Ante lo cual Freud ya anticipó que son las pasiones reprimidas las que dominan a la razón. Para Freud, amar implicará siempre pulsiones y le es intrínseco el deseo de poseer y aniquilar al otro, a su vez que el deseo de ser poseídos y aniquilados por el otro.
Para mí, la paradoja se rompe en el momento en que es el ser amado quien te brinda tu ser libre, regalándote la posibilidad de entregarte con la convicción de que lo quieres sólo a él. Así, me pliego dichosa a la invitación de Hegel y Spinoza en esta disertación; y empiezo a comprender la misiva de mi amigo.
Finalmente, el día mejoró, la luna se deja mirar con una sonrisa y mañana será otro día para amar.
Y tú ¿eres libre para amar?
Hasta pronto queridas tortugas.
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