Si miramos a las personas inmersas en su proceso de vida, debemos reconocer, incluso antes que su igual humanidad, sus expectativas, la suma de sus anhelos y deseos, su identidad única que nos impone una voluntad otra a la nuestra.
Ser joven biológicamente es un fluir natural de la vida, queramos o no, nuestro cuerpo crece y renace a la vida adulta haciéndose otro. Muchas fantasías habitan el mito de la juventud, hay quienes sienten que es toda la felicidad y quienes reconocen no querer repetir por un instante ninguna de sus incertidumbres.
Ser joven, biológicamente, no necesariamente implica la actitud de vida en la cual el espíritu se rebasa ante las expectativas del mañana devorando el hoy, como si el instante irrepetible, fuera una puerta a la eternidad. Sin embargo, cuando la biología apenas florece, esta eternidad nos descubre el infinito de nuestras emociones sin advertirnos sobre el ciclo de estaciones que nos sucederán. De ahí que la riqueza de preservar el espíritu joven sea el dominio finito de estas emociones que goza, sin más, el instante presente, pues ya no le preocupa la eternidad y se ocupa del futuro cada día al despertar, con suave paciencia. Esta voluntad es la que madura el joven deseo sin perder la pasión.
Cuando decimos de los jóvenes, de quienes nacen al mundo tras despedir su infancia y aún saboreando la adolescencia, decimos de quienes forjan el sueño eterno y sienten infinitamente. De ahí, que su presente necesita caudales que abran paso a todas las dimensiones posibles de cada uno de sus proyectos de vida, lo cual impone retos inalcanzables a la comunidad, ya que la suma del total de las expectativas se vuelve una tarea casi imposible de cumplir. De tal suerte, que sólo los proyectos comunes incrementan la realización de sus fines.
Satisfacer esta forma de comunidad delega responsabilidades intergeneracionales, ya que el mismo derecho tienen todos de realizarse con dignidad. Es esta voluntad generosa de convivir más allá de la biología joven y transitar hacia la joven espiritualidad lo que hace posible que tenga sentido para jóvenes y no tan jóvenes ponerse en el lugar del otro y aprender recíprocamente. De otro modo, en el imaginario de la atesorada juventud, se diluye la vejez como una forma de vida y se castiga la inmadurez de toda utopía.
Y tú ... ¿descubres los secretos de tu vejez y preservas tu espíritu joven?
Hasta mañana felices jóvenes y viejas tortugas.
Ser joven biológicamente es un fluir natural de la vida, queramos o no, nuestro cuerpo crece y renace a la vida adulta haciéndose otro. Muchas fantasías habitan el mito de la juventud, hay quienes sienten que es toda la felicidad y quienes reconocen no querer repetir por un instante ninguna de sus incertidumbres.
Ser joven, biológicamente, no necesariamente implica la actitud de vida en la cual el espíritu se rebasa ante las expectativas del mañana devorando el hoy, como si el instante irrepetible, fuera una puerta a la eternidad. Sin embargo, cuando la biología apenas florece, esta eternidad nos descubre el infinito de nuestras emociones sin advertirnos sobre el ciclo de estaciones que nos sucederán. De ahí que la riqueza de preservar el espíritu joven sea el dominio finito de estas emociones que goza, sin más, el instante presente, pues ya no le preocupa la eternidad y se ocupa del futuro cada día al despertar, con suave paciencia. Esta voluntad es la que madura el joven deseo sin perder la pasión.
Cuando decimos de los jóvenes, de quienes nacen al mundo tras despedir su infancia y aún saboreando la adolescencia, decimos de quienes forjan el sueño eterno y sienten infinitamente. De ahí, que su presente necesita caudales que abran paso a todas las dimensiones posibles de cada uno de sus proyectos de vida, lo cual impone retos inalcanzables a la comunidad, ya que la suma del total de las expectativas se vuelve una tarea casi imposible de cumplir. De tal suerte, que sólo los proyectos comunes incrementan la realización de sus fines.
Satisfacer esta forma de comunidad delega responsabilidades intergeneracionales, ya que el mismo derecho tienen todos de realizarse con dignidad. Es esta voluntad generosa de convivir más allá de la biología joven y transitar hacia la joven espiritualidad lo que hace posible que tenga sentido para jóvenes y no tan jóvenes ponerse en el lugar del otro y aprender recíprocamente. De otro modo, en el imaginario de la atesorada juventud, se diluye la vejez como una forma de vida y se castiga la inmadurez de toda utopía.
Y tú ... ¿descubres los secretos de tu vejez y preservas tu espíritu joven?
Hasta mañana felices jóvenes y viejas tortugas.
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