desconfianza y, a veces, traición.
Este es un cuento casi de terror, en medio de mi romanticismo de vida y a pesar de estar completa en mi corazón, me surge la inquietud por recorrer las cuitas de otros mundos posibles, quizá más mezquinos y, ciertamente, menos amorosos. Como para recordar que aún nos falta mucho por completar en esta misión por construir un mundo de paz para nosotros y para quienes nos acompañan.
Misión que algunos cuestionan. Hace poco me preguntaba una amiga porqué yo insisto en apelar a lo justo y demando del otro su compromiso con aquello que considero correcto. Lo cual me ha interrogado mucho más allá de las apariencias, en especial acerco de "aquello que considero correcto" y la arrogancia implícita en nuestros deseos de bondad. Sin embargo, me niego a renunciar al exhorto por la justicia como una forma de vida, no sé si inevitable, pero estoy segura obligado ante el contexto en el que convivimos como seres humanos hoy. Contexto sembrado de incontables injusticias, mejor dicho, contables... pues aunque sean tantas que parezcan infinitas, precisamente, el no aprender a mirarlas una a una las vuelve invisibles, las hace normales y nos acostumbra a ellas como si no tuviéramos escapatoria o no quisiéramos aprender a vivir dignamente felices.
Es así que recuerdo a un pequeño chimpancé que habitaba en la caverna de Platón convencido de que era el mensajero de la luz, sin perctarse de sus cadenas y de todas las ilusiones que ante sí se plasmaban a contra luz: en la sombra.
Este extraño y sensible personaje, elucubraba cada noche todas las formas posibles de despertar en sus congéneres la voluntad de hacer lo que en realidad él deseaba, experto en el arte de leer la mente pero ciego en el arte de interpretar con verdad aquellas ventanas de sentido que escapaban de otras mentes y que él, encerrado en su mundo, se apropiaba con maldad.
Llegó el día en que el espejo mágico de la oruga iluminó un resquicio de su cueva, desde entonces, sólo hay una pregunta que lo obsesiona: ¿Quién eres cuando te miras sin contra luz?
Agotado de este destello, se fue acercando a este rincón, poco a poco, hasta que logró descifrar su reflejo y al ver a la oruga se extrañó.
La oruga, impaciente ante el testarudo chimpancé, le contestó: algunos somos lo que llegaremos a ser, por ejemplo, yo soy mariposa; otros, en cambio, son lo que no dejan ver, y éstos, los esclavos de las apariencias, nunca pueden verse a contra luz sin ser engañados por las sombras.
A pesar de tan injusto presagio, este pequeño y gentil chimpancé estuvo dispuesto a renunciar por un instante a su absoluta verdad, en ese instante se abrió la caverna y descubrió que no era un espejo lo que alumbraba el resquicio de su ser, era un mundo entero por descubrir lo que iluminaba con magia su estar. Así, comprendió que la luz no tiene mensajeros.
Y tú ... ¿quién eres cuando te miras sin contra luz?
Hasta mañana dulces y hermosas tortugas de todos colores.
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