Olvidar puede ser una forma difícil de existir si vivimos con convicción e intensidad, pero es la más práctica cuando se trata de no detenernos en los detalles y avanzar en lo sustantivo, e incluso la más cobarde, cuando se trata de no pensar en lo que de verdad nos hace feliz. Olvidar es también una forma sana de despedirnos del pasado, en especial, de todo lo que no vale la pena conservar del ayer.
Confieso que a mí me cuesta mucho olvidar. Mantengo abiertas mis heridas más del tiempo razonable y vuelvo a los instantes que me lastimaron más de una vez, casi siempre sin justificación alguna. Perdonar me es más fácil, pedir perdón me llena de paz y puedo perdonar sin que me lo pidan. Me gusta perdonar y perdonarme.
Pero porqué olvidar me es tan difícil. Es realmente un síntoma de estúpida soberbia, no podemos volver atrás, ni cambiar nada en nuestro pasado, sólo podemos mirar hacia adelante y ser felices en el presente. Tampoco olvido fácilmente los días felices, me aferro a ellos con mucha más fuerza que a mis heridas, como si sólo pudiera definirme en lo que fui, en quienes me regalaron sonrisas, en los amores bellos de ayer, en los besos inolvidables y en las caricias que me despertaron. Pierdo de vista que ninguna caricia de ayer puede valer más que el vacío de hoy. Y que si una caricia es compartida debe lograr permanecer en el presente. Es como si viendo al ayer nos conformáramos con muy poco. Como si subsumiéramos en lo perdido lo vivido y aprendiéramos a vivir sin aquello que de verdad nos importa. Lo mismo cuando se trata de los malos recuerdos, es como si nos definiéramos en ellos al grado de no estar dispuestos a pasar la página y recibir en el presente todo aquello que nos faltó ayer.
Vivir sin olvidar, cuando esto nos limita a estar en el presente que somos y a abrir nuestros caminos hacia el futuro, es como vivir muriendo. Vivir recordando los malos días, las palabras ofensivas, lo no dicho, lo mal dicho, y el sin fin de eventos que se escapan de nuestras manos; eventos que traicionaron el ímpetu de nuestra voluntad para enseñarnos que nuestra libertad es limitada y que nuestra autonomía se acota a la identidad del presente solo para que en el futuro nos reconozcamos como otros; es condenar nuestro ser a nuestra propia esclavitud. Vale más vivir construyendo nuevos recuerdos, que recordar el tiempo vivido sin dejar espacio para que los regalos de la vida en el presente prefiguren el futuro que queremos ser, trascendiendo el pasado que quisiéramos poder negar o poder recuperar, trascendiendo nuestra ridícula autoestima.
Los invito a con paciencia... llenar la vida de la esperanza de un mañana por llegar, vivir el hoy con la ilusión de recrearnos sin la fatalidad del ayer. Una de tantas mediaciones es el olvido. El olvido que, incluso cobarde, nos regala la posibilidad de rectificar y de aprender a vivir de otra manera. El olvido que, incluso ingenuo, nos regala la posibilidad de volvernos a enamorar como si fuera la primera vez, nos permite perdonar a quienes más amamos para no dejarlos de abrazar, abre los espacios de nuestra generosidad y nos permite trazar nuestras historias desde más de un punto de vista, más allá de una vivencia unilateral.
El olvido nos permite soñar... y tocar a nuestro ser amado como si nada pudiera separarnos, a pesar de todas las distancias, de todas las ausencias, del tiempo perdido de ayer y las noches rotas de hoy. El olvido que, incluso con miedo, nos permite sonreír en medio de la adversidad. El olvido que, con rebeldía, nos permite amar. Olvido de nuestra arrogante soberbia, olvido de todo lo que nos impide crecer.
Sólo vale la pena recordar los días en que hemos sido tocados por el carácter sublime de la existencia, los regalos, las sonrisas, el amor, la dicha, la generosidad, el canto, la música, la pasión, la valentía, el baile, la suave letra, la palabra precisa, la mirada perfecta, el roce único e inesperado, la certeza de ser, el logro de las metas cumplidas, el abrazo de amistad, el buen consuelo, los sueños felices, los placeres, la salud, la luz, el sol, la lluvia, el viento, la luna, el cielo estrellado, el mar, las montañas, las aves, la naturaleza, los animales no humanos: generosos y sin perversidad alguna, un buen vino, un delicioso banquete, un atardecer, un amanecer, la paz al dormir, la paz al meditar, la dicha de los profundos encuentros, la intensidad del conocimiento, la experiencia de la verdad. Al recordar la plenitud de la vida, nos damos la oportunidad de seguir expandiendo nuestra existencia en aras de acrecentar dicha plenitud.
Y tú... ¿qué no logras olvidar?
Un fuerte abrazo mis amigas tortugas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario