... pensar la felicidad es una parte importante de vivir feliz. Definitivamente.
Pensar positivamente (o tener actitud positiva) es, a mi gusto, un cliché. No por ello no se puede encontrar el significado virtuoso de esta intención.
Hay quienes apelan a las conexiones del cerebro para afirmar que recuerdos y pensamientos positivos conectan un circuito de bienestar a nivel eléctrico y magnético de las funciones hormonales de los neurotransmisores, en donde la composición química del cerebro se logra fijar manteniendo niveles virtuosos en tanto se pueden replicar para mantener la sensación de felicidad como un estado de equilibrio metabólico, con lo cual basta con la ilusión berkleniana de que las percepciones son lo único real y basta nuestra mente para lograr la felicidad. Una senestesia similar se logra con el consumo de estimulantes y drogas. El debate es entonces si basta la voluntad de un buen pensamiento para alcanzar la felicidad o si ésta tiene algunos otros componentes.
Por mucho de verdad que haya en estas teorías y suposiciones, me parece interesante explorar la relevancia de estos mecanismos cerebrales de los cuales, ciertamente, depende en gran medida nuestro bienestar o al menos la experiencia y percepción que tengamos de dicho bienestar.
Definitivamente, el imaginar, soñar, desear y, en general, los pensamientos que nos remitan a momentos felices o todo aquello que en nuestra mente es un referente de realización y alegría, son facultades indispensables para la construcción de una vida feliz, y es, precisamente, lo que llamamos esperanza. Efectivamente, el valor de la esperanza radica no en la posibilidad real de cumplir dichos sueños, ni tampoco en la verdad de estas ilusiones, radica en cómo se define nuestro ser de conciencia, en términos ontológicos, y una de sus más bellas posibilidades, de la mano de la libertad, es la esperanza.
Sin embargo, en términos de bienestar también es importante contar con referentes que nos remitan al principio de realidad, a la voluntad realizada, no sólo a la esperanza de una voluntad cumplida, así como, es indispensable una relación de verdad con nuestra propia vida. Son ambos componentes los que logran el equilibrio perfecto para que las funciones indiferentes de nuestro cerebro se conviertan en nuestras aliadas de vida y no en nuestro impedimento. La supremacía de una sobre la otra, genera falaces desequilibrios que pueden ser reconfortantes como medio de convencimiento y seguridad dogmática, pero que al cabo de ciertos tiempos, nos remitirán nuevamente al conflicto no resuelto de origen que posibilita tal desequilibrio.
Así, como me recordó mi corazón de tortuga, la felicidad también se alimenta de los buenos pensamientos. La pregunta es ¿cómo distinguir la verdad de nuestros pensamientos... para hacer de nuestra felicidad más que deseo y de nuestro deseo algo más que carencia?
Y tú... ¿cómo alimentas la verdad de tu esperanza?
Gracias tortugas y buen día de sol saliente...
No hay comentarios:
Publicar un comentario