El dolor marca nuestros días con radicalidad, al ser una civilización incapaz de generar condiciones felices para la vida. Somos una sociedad enraizada en el conflicto, en la afirmación del poder, en la lucha por pertenencias de culto, de clase, de ideología, de creencia, de dominio, de territorio y de saberes.
Cuando nos preguntamos sobre la proliferación de los padecimientos por algún tipo de adicción, debemos preguntarnos por los dolores que albergamos. Lo mismo cuando se trata de averiguar soluciones para prevenir delitos y crímenes. Toda corrupción de lo justo implica un gran dolor. Y cuando nos preguntamos por formas para erradicar la violencia debemos comprender qué la despierta no cómo mitigarla. La expresión de las violencias son síntomas de una fuerte descomposición de nuestro organismo vital.
Mientras dolamos a causa de cómo hemos organizado la vida, viviremos presos de nuestras adicciones, del tipo que éstas sean. La única prevención efectiva es dejar de cultivar dolor. El reto hoy es cómo aprender a vivir.
Una sociedad que se nutre de sufrimientos es inevitablemente asidua a todos los medios a su alcance para evadir tal dolor, a través de los mecanismos biológicos y orgánicos diseñados para sobrevivir. El consumo de estupefacientes está relacionado directamente con estos mecanismos y lo interesante hoy es porqué la preferencia por el consumo de drogas (o de cualquier otro alimento que opere de la misma manera como puede ser el alcohol, los carbohidratos y el azúcar) es un hábito tan efectivo en el seno de nuestra cultura, ya que de no ser así, no prevalecerían con tal certeza. Lo mismo lo que corresponde a las expresiones de violencia que son otra forma de adicción, en tanto involucran también procesos orgánicos asociados a la adrenalina y a todo el sistema límbico que alberga la función constitutiva para regular las señales de placer y displacer.
La adicción no es una huída fácil ante la vida ni una simple enfermedad determinada por una propensión genética . La adicción es un equilibrio que nos permite no sentir el dolor o que compensa otros desequilibrios. De ahí que la única alternativa posible sea repensar el mundo desde equilibrios más virtuosos y establecer reglas de convivencia que tomen en cuenta paradigmas replicables hasta el infinito. Con el fin de que los incentivos de vida y muerte, que justifican el causarnos dolor unos entre otros y a nosotros mismos, se erradiquen por completo.
Y tú... ¿conoces tus dolores?
Hasta un poco más tarde... reciban un fuerte abrazo de tortuga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario