En esta navidad me convidé del bosque en casa, quien se vistió de colores conforme el sol fue atravezándolo en su camino hacia el anochecer. Descanso, una película inconclusa, siestas intermitentes, arreglos caseros, cuidar de mi fortuna en la pecera que llevaba tiempo sin una limpieza total, lavar ropa, ordenar papeles, desempacar y guardar vida y regalos. Jugar con la familia gato y contemplarlos. Todo para preparar mi ethos ante la llegada de un fin de semana más, sólo para mí: el último del año. Quizá el próximo, esta guarida se llene de alguien más que yo, pues un lugar tan hermoso merece ser vivido. Por la noche, el cielo estrellado me cubrió... y un sueño profundo me raptó... de tal manera que, al despertar, me retrasé para llegar a la invitación de cena y recalentado en casa de mi muy querido amigo de las caminatas de nieve. Como si el abrazo de mi casa me susurrara que debía aguardar en ella en paz.
De pronto me apetece poner todo en un nuevo sitio, sacudir los rincones y vaciar los espacios de todo lo que ya no necesitaré... como si expectante algo se avecina.
De pronto me apetece poner todo en un nuevo sitio, sacudir los rincones y vaciar los espacios de todo lo que ya no necesitaré... como si expectante algo se avecina.
Y es que descubro... que soy tan tan feliz... que incluso yo me pregunto... pero porqué si todos te ven tan tan sola... No lo sé... quizá tiene que ver con la forma en que me habito en soledad y siempre me acompaño. O con la forma en que mi corazón es capaz de conmoverse ante la simple posibilidad de amar y maravillarse ante la magia de todos sus encuentros. O se deba, acaso, a que lento pero con paso firme... atraviezo la realidad de mis metas... todavía tenues ante la luz pero fincándose firmes bajo tierra... No lo sé... y yo, que todo lo interrogo, esta vez no quiero saber las razones...
Y tú ¿quieres razones para ser feliz?
Hasta mañana mágicas tortugas!!
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