miércoles, 8 de julio de 2009

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CRECER AMANDO
El ethos de la pólis

Noviembre, 2003.

Vivimos en un país sin oportunidades, somos un estado sin justicia. El futuro se vuelve desalentador desde la incertidumbre de un modelo económico que considera que los ciudadanos son variables constantes de una ecuación lineal y que modela con singular indiferencia las decisiones económicas de nuestra vida, cuando no es remotamente capaz de intuir la maravillosa complejidad que nombra y significa: vivir.

La racionalidad económica afirma que somos sólo una voluntad egoísta cuya única motivación es optimizar beneficios a través del uso de recursos económicos escasos, bajo el presupuesto de que el consumidor es racional y, por lo tanto, no va a querer algo que no le reditúe en su mayor placer... otro de los presupuestos es que el principio de equilibrio asegurará la eficiencia del mercado, si, y sólo si, todo se comporta de acuerdo con los presupuestos del modelo y si, cada vez que calculamos el valor de una variable, el comportamiento de todas las otras permanece constante, esto, bajo la firme convicción de que la eficiencia del mercado es lo mejor per sé.

Y quizá, el presupuesto más grave es que el precio de los bienes materiales que entran a la libre competencia del mercado lo determina el consumidor desde su libertad de elegir qué comprar y qué no comprar. Sólo que para que este último se cumpla, tendríamos que gozar todos de un ingreso mínimo que garantizara un marco de acción tal, en el que yo realmente escojo cómo distribuir mi gasto... lo cual, creo, no pasa en un país donde más del 40% de la población vive en condiciones de pobreza, y la mayoría relativa del tanto restante vive para trabajar y subsistir en vez de trabajar para vivir y crear su existencia. En este sentido, sería sensato ver que, si nuestra realidad es ineficiente, el equilibrio será un mercado ineficiente, que compense, en la práctica y de manera inmediata, el efecto perverso de las condiciones abusivas bajo las que se gestó lo que hoy conocemos como los Estados Unidos Mexicanos, y que no podemos seguir esperando que las matemáticas avalen la rentabilidad de esta compensación. Las matemáticas sólo podrán avalarlo cuando tengamos un dominio preciso de todas las variables en juego y un dominio de los cálculos adecuados para cuantificarlas, lo cual puede no llegar a ocurrir, pero la vida no se puede postergar hasta entonces, hay que resolver lo evidente, tengamos o no el discurso perfecto para justificarlo. En último término, las matemáticas son lenguaje, no saber, son una herramienta, no un propósito en sí mismo.

No se puede negar que el mundo sería más afortunado si muchos de estos presupuestos se cumplieran, el hecho es que no se cumplen y vivimos sometidos a una lógica metafísica, cuyo discurso está lleno de idealidades que trascienden por mucho el bello sueño metafórico de Platón, el hecho es que si no renunciamos a la quimera e inventamos otra manera de mediar nuestra vida a través de la economía, pasaremos a la historia como la civilización que dominó el arte de la infelicidad y la tragedia absurda: ¡consciente de ello! Lo cual nos sitúa en una disyuntiva vital, mientras más libre es nuestra conciencia más esclavo es nuestro placer ¿No les parece esto una innecesaria paradoja?

El talento poético de nuestros no muy preciados economistas llega a uno de sus puntos más álgidos de expresión en la perpetuación de esta idea obtusa de nuestra existencia, que nos proclama víctimas de nuestro impulso egoísta por naturaleza y en la que nuestro placer se convierte en un producto de nuestras limitaciones, cuando además, introducen en su discurso lo que a mí me gusta llamar el elemento masoquista del modelo, mejor conocida como “la utilidad marginal”, y entonces sí, destrona nuestra posibilidad ética adjudicándonos como atributo irrenunciable: el impulso condicionado de Pavlov.

No hay manera de asumir que nuestra existencia se reduce a ser agentes económicos y que el bienestar sólo puede “suponerse” bajo la forma abstracta de una función de utilidad que no se puede calcular con valores exactos (al final del día, la racionalidad económica sí reconoce que la valoración del bienestar es totalmente subjetivo y que difícilmente podríamos saber a ciencia cierta qué valora más cada quien y por qué) No podemos pasar por alto que el placer es una experiencia compleja, temporal y cuya racionalidad escapa a las ilusiones de nuestro muy limitado modelo económico. Es decir, tenemos la posibilidad de elaborar respuestas de placer mucho más allá del trágico ideal romántico en el que el amor verdadero, pleno, se realiza y se vive apasionadamente, precisamente, cuando es imposible, cuando duele y atormenta, precisamente en el margen de la vida, en el salva guarda de la fantasía, en la sublimación de la muerte, en el conflicto y en el melodrama, de tal forma, que si no se presentan todas estas características en el encuentro amoroso yo no valoro igual mi experiencia, de tal suerte, que lo valioso de amar es no poder amar, y el placer se regocija en sí mismo, en su tragedia, en su limitación, en el falso imposible, como si el aquí y el ahora fuera sólo el tránsito hacia la felicidad y no el único espacio para realizarla.

Que tengamos cierta propensión a este mal hábito, no significa que debamos alentarlo, perpetuarlo y menos erguirlo como parámetro de valoración en la construcción de nuestras preferencias. Nuestra posibilidad ética nos permite aprender a disfrutar una bola de helado desde su primera cucharada con toda plenitud y no, conforme ésta se termina, o nos la niegan, irla deseando más, o estar sufriendo porque se acabará, entonces mejor no la como, o saciarse a tal punto que deje de ser placentera, entonces me siento culpable por haberla comido, en fin, nuestra posibilidad ética permite reconciliarse con el hecho de que la experiencia del placer no es eterna ni constantemente intensa... nos permite asumir la vida desde la realización de la dicha, el reír, la armonía y la paz íntima.

Por lo tanto, el parámetro de nuestras decisiones económicas está constituido por la libertad de gozar los eventos conforme ocurren, conforme son, no conforme durarán, se acabarán, me saciarán; ya que éstas son acciones hipotéticas, condicionadas. Pero el valor que tiene para mí el placer presente no es hipotético, es el valor que tiene para mí la vida misma. De ahí que no están por un lado las decisiones económicas y luego por otro lado las decisiones éticas, todas nuestras decisiones son éticas, incluidas las económicas, el modelo subsume las éticas a las económicas bajo el entendido de que son independientes.

El modelo asume que lo racional es evidencia de lo real y que la economía no debe contaminarse de valoraciones éticas, ya que se postula como “ciencia exacta”, objetiva, que sólo da razón de lo conveniente y no conveniente de acuerdo con las leyes económicas. Pero a la vida le es indeferente la conveniencia económica, la vida es más allá de lo que las leyes económicas perpetúen, y la economía es un medio para la vida, es el arte de administrar los recursos escasos para optimizar, no los beneficios económicos, para optimizar las condiciones de vida de todos los miembros de una comunidad, si la economía no puede hacer esto es un fracaso, porque su razón de ser es la vida. Es decir, la razón de ser de todo lo que hemos construido a lo largo de la historia es estar vivos.

Mientras el poder político no sea más que el catalizador de frustraciones personales que se subliman a través de ejercer lo que se conoce como “servicio público” bajo el pretexto de trabajar para el bien del pueblo, pero en donde, nadie asume responsabilidades directas porque todo es culpa “del sistema”, ese ente milagroso que aparentemente existe de acuerdo a reglas propias y ante el cual los funcionarios públicos no pueden hacer nada porque hay “otros intereses”. Mientras esto ocurra, los ciudadanos serán esclavos de las instituciones por ellos mismos creadas y reproducirán el absurdo de una legalidad enajenada en su concepto, sin enterarse de que la vida se les escapa en cada instante. Sin llegar a ser olvido de la felicidad, pues donde se pierde el amor, el entusiasmo, donde eros es el gran ausente y desconocido, no hubo dicha realizada ni efectiva, no hubo plena conciencia de vida. No hubo justicia.

Lo justo es, entonces, vivir, amar, ser, es pura afirmación. Todo abuso a la realización de una vida que se asume como propia desde el compromiso, la responsabilidad y el placer, toda trasgresión al proceso de realizar la paz íntima, es una manifestación injusta de la realidad, por más mínima, tenue, velada, oculta, discreta, inconsciente, bien intencionada, que ésta sea. Si trasgrede el espacio de la ética es un acto que no hace justicia a aquello que la vida es.

Cuando Alain Toraine se cuestiona...

“Si la democracia no es más que un sistema de garantías constitucionales, ¿quién la defenderá cuando sea amenazada? Si la sociedad no se concibe más que como un conjunto de mercados y procedimientos, ¿quién arriesgará su vida para defender las libertades políticas? ¿Cómo combinar estas dos convicciones: no hay democracia sin limitación del poder, y tampoco la hay sin búsqueda de la “vida buena”?... la democracia es el régimen que reconoce a los individuos y a las colectividades como sujetos, es decir que los protege y los estimula en su voluntad de “vivir su vida”, de dar una unidad y un sentido a su experiencia vivida. De modo que lo que limita el poder no es sólo un conjunto de reglas de procedimiento sino la voluntad positiva de incrementar la libertad de cada uno. Tarea que sería contradictoria si pudiera llevarse a cabo enteramente, porque disolvería la sociedad, pero que se pone en práctica en las sociedades democráticas, en oposición a las fuerzas de dominación y control social, para acrecentar la parte de iniciativa de cada uno y su búsqueda de la felicidad, haciendo que cada actor social reconozca los derechos de los demás a formar proyectos y a conservar la memoria.” (Touraine, 2001; p.274)

Nos sitúa en el ámbito de la responsabilidad que implica elegir ser un ciudadano democrático, pues no se nace democrático, se elige vivir democráticamente, desde lo justo. Se elige asumir la política como forma de vida a la vez que se asume el compromiso de ser agentes de la vida social y no víctimas indefensas del trágico devenir del mundo.

Un estado que no está dispuesto a invertir en generar las condiciones de posibilidad para que los ciudadanos se constituyan democráticamente y se reconozcan desde su libertad ética como los únicos dueños de su imaginario social y del curso de su historia, no es un Estado, no alcanza a realizar el concepto de la pólis, es sólo un territorio habitado por extraños en guerra a muerte por sobrevivir.

La vida: un amor realizado en la voluntad, el carácter y la educación. El pecado original: el miedo... de crecer, de ir más allá de esta primera concepción de lo humano en donde todo parece estar condicionado de manera inamovible, el miedo a descubrir los alcances de nuestra plenitud y experimentar en carne propia la aventura del placer. De ahí... la envidia: esa mala consejera del espacio conceptual en donde construimos el espejo de nuestra actual cotidianidad, una respuesta asociada a la internalización del placer que sólo refleja la propia frustración, a mayor infelicidad mayor desempatía ante cualquier manifestación plena de vida. Y entonces... la competencia voraz: instinto de muerte en donde la única opción es la locura.

Desde la valoración de un ser humano que se define en su posibilidad de crecer y reconoce como su mayor beneficio el amar, se abre en la convivencia el espacio para el cariño, la ternura, la amistad, el suave sentir, la entrega, el perdón, el compartir, el diálogo y la palabra franca... el respeto. Se clausura el instinto de desconfianza que despierta la sonrisa desde la envidia, se instaura la ironía que goza y ríe la relativa contingencia de lo que somos, con humor se desprende de sí mismo, crece y con orgullo dice ése fui yo. De este modo, comprometerse con aquello que nos apasiona, tener como mayor pasión VIVIR: vivir enamorado de la vida. Finalmente, el placer es la coyuntura en la que todos los actos de nuestra vida logran hacer sentido.

Compartir la pasión dialéctica que implica amar el conocimiento se impone como el reto que la filosofía no ha sabido cumplir. La gran deuda de los filósofos con la vida es guardar, para sí, el puente de la autoreflexión que llena de sentido la posibilidad de valorar la existencia y decidir sobre ella, y no atreverse a renunciar a la vanidad de ser los únicos guardianes de esta satisfacción. Minar desde la filosofía los espacios públicos, la vida privada, y hacer de nuestro imaginario social un sublime cotidiano... AMAR… es lo que nos corresponde.

Poema de Hadewijch de Amberes
XV

La estación se renueva con el año,
los días, ayer sombríos, brillan ahora.
¿No es maravilla que no sucumban
quienes desean el amor y de él se ven privados?

Del año nuevo comenzó ya el dulce reinado.
Quien decidido esté con toda el alma
a nada escatimar al amor,
de su pena obtendrá provecho.

Por el contrario, al alma que su esfuerzo ahorra
y manifiesta su escasa nobleza
entregada a alegrías extranjeras,
¿puede no parecerle duro el servicio al Amor?

Pero quienes nacidos del Amor,
escogidos para compartir su esencia,
nada evitan por alcanzarlo,
viven un tormento sagrado.

Desde el momento en que nos toca la sublime naturaleza
[del Amor,
soportamos gustosos sus trabajos,
y por excelentes que sean nuestras obras
no dejan de parecernos imperfectas.

Gran desdicha sería para el hombre noble
si prestando oído a voces profanas
dejara de realizar esas nobles acciones
que dan una sed siempre nueva y nueva plenitud.

Hambre y saciedad inseparables
son el patrimonio del libre amor,
como saben siempre los amantes
tocados por su pura esencia.

Saciedad: pues el amor viene y nos colma.
Hambre: pues se retira y nos deja entre llantos.
Sus consuelos más bellos son cargas abrumadoras;
sus asaltos más violentos, delicias renovadas.

¿Cómo nos sacia la llegada de Amor?
Se le degusta, maravillado: ¡es él!
Nos sienta en su trono sublime
y nos prodiga sus inmensos tesoros.

¿Cómo es hambre la negación del amor?
Cuando no podemos conocer como debemos,
ni gozar lo que deseamos,
nuestra hambre crece hasta el infinito.

¿Por qué esas dulces claridades nos abruman?
No logramos acoger sus presentes,
ni las podemos expresar con palabras
y no sabemos en qué fijarnos ni un instante.

Pero el noble Amor nos hace encontrar alegría
en su mismo furor, día y noche:
el puro abandono es el único recurso
que subsiste con él.

Así os recomiendo al santo Amor,
a vosotros que queréis conocerle:
velad siempre con celo renovado
para no abandonar su morada interior.

Que una luz nueva os dé nuevo celo,
obras nuevas, plenitud de nuevas delicias,
nuevos asaltos de amor y un hambre nueva tan inmensa
que eternamente el nuevo amor devore sus dones nuevos. (Str. Ged. XXXIII)


Bibliografía:
Touraine, Alan, ¿Qué es la democracia?, 2001, México, Fondo de Cultura Económica.
Amberes de, Hadewijch, poemas. Tabuyo, María, editora y traductora. El lenguaje del deseo, 1999, Madrid, Trotta.


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