En un oscuro pasaje secreto se hallaba perdido un murciélago con una luciérnaga. Mientras el murciélago dormía de cabeza, la luciérnaga trataba de descifrar la salida con sus sensores eléctricos y cada vez que tocaba un lado del muro se prendía con alegría pensando que ahí se encontraba la luz. Mientras la luciérnaga dormía, el murciélago se estrellaba, por su corta vista, con el mismo lado del muro y rebotaba de alegría pensando que había encontrado la puerta.
Llegó el día, o la noche, en que chocaron el uno contra el otro, la luciérnaga iluminó la vista del murciélago y solo descubrieron cenizas al rededor. En vez de alegrarse, sintieron que no había salida de tal pasaje y que atrapados juntos en tal hostil espacio compartido solo podrían alimentarse de cenizas.
Durmieron, al fin, al unísono y solo el timbre de un viento lejano los hizo despertar. El viento entró con la fuerza del mar, recorrió todos los laberintos de tal pasaje, levantó todas las cenizas como si aspirara con fuerza la oscuridad de tales muros. Como arena en el desierto, se desmoronaron las paredes que impedían ver el camino a seguir para atravesar tal oscuridad y llegar al puerto seguro de sus respectivos sueños. Una vez liberadas todas las fronteras, disueltos los laberintos y las encrucijadas que los hacían posible, estos extraños habitantes emprendieron el vuelo y mientras más se acercaban a su destino más lejos se encontraban el uno del otro.
Nunca se supo qué fue de ellos, pero ellos siempre supieron que alimentarse de cenizas es igual que toparse una y otra vez con el mismo muro sin siquiera percatarse de quién los acompaña. Por ello, aprendieron a guiarse solo por el rumor del sabio viento que se asemeja a la marea, mientras más fuerte y más cercano, más claro e inconfundible, mientras más débil y más distante, más oscuro e inaccesible.
Y tú... ¿alimentas tus sueños de cenizas?
Feliz viento de mar, tortugas de sol.
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