lunes, 21 de julio de 2014

soñar y construir...

La esperanza tiene la cualidad de alimentarse de sueños... planes, fantasías, proyectos: del don de la idealidad.

De otra forma, nada puede sostener el aliento de llegar a la meta que nuestro plan de ruta ha trazado, cualquiera que sea ésta. Muchas veces se piensa que lo que nos alienta de ocuparnos en la realización de tales planes es el estar ocupado en el presente. Tener una rutina, establecernos límites, un horario fijo, la disciplina en sí, como la panacea del bienestar o el elíxir del logro vital cotidiano. En este paradigma radica la noción preciada del éxito: el logro que nace del esfuerzo de ponerse metas a uno mismo, junto con la consecución de los fines inmediatos de cada día que sumarán el objetivo trazado.

Ahora, esto es relativo. A medida que crecemos y maduramos, descubrimos que tal rutina puede ser tan diversa como las propias circunstancias del tiempo nos lo impongan. El estar ocupado puede vivirse de muchas maneras. La disciplina también. Lo que en realidad permanece es la perseverancia de nuestros días que, inevitablemente, tendrán la consecución de algún tipo de patrón que nos permita sujetarnos en el cotidiano vital. De este modo, tal estar ocupado no es suficiente para sostener nuestra esperanza.

El valor del sueño en sí mismo y la sola posibilidad de su realización son una contención más poderosa para dar sentido y orientación a nuestra existencia. El ideal bajo el cual diseñamos nuestros modos de vida, nuestros valores, acompañados de la posibilidad de visualizar de más de una forma posible todo aquello que queremos construir, es el sino propio de la esperanza. Esta es la razón del bienestar de tales rutinas, no el simple hecho de autodomesticarnos para no perdernos en la aleatoriedad de las temporalidades. Más bien, la posibilidad de alimentar el presente de un futuro abierto que se nos aparece como el lienzo mágico de todo lo que dota de motivos nuestro presente. 

Se privilegia el dotarnos de estructura para tener coordenadas acequibles con las cuales estar y movernos en el mundo, como si pudiéramos escapar a las certezas del presente que por sí mismas permanecen. Sin tomar en cuenta que el pasar de las horas de contemplación, durante el cual imaginamos cómo será la obra que construimos bajo el sello de nuestra identidad, cualquiera que sea ésta, es una actividad en sí misma; e implica la misma disciplina que cualquier actividad que forme parte de nuestra vida. Descuidar tales labores es igual que descuidar el aseo doméstico y descubrir un día que los rincones de nuestro hogar están empolvados. Conforme pasa el tiempo, cada vez es más difícil empezar a limpiar a fondo tales rincones. Así, conforme dejamos pasar los días sin dibujar el lienzo de nuestro futuro, cada vez es más difícil visualizar el sendero de nuestra esperanza. Y por ende, perdemos la capacidad de soñar.

Se confunde el hecho de que sea difícil volver realidad aquello que delineamos en nuestro horizonte mental; con base en que el solo idealizar y verbalizar consume toda nuestra energía y nos distrae del actuar y del llevar a cabo el hábito necesario para construir; con el hecho de que mantenernos ocupados es suficiente para darle sentido y valor a nuestra vitalidad. Por el contrario, enajenarnos en nuestro hacer cotidiano es una forma de olvido de nosotros mismos y no, porque el consenso sea mayoritario, somos mejores por apegarnos a nuestra actividad. Pues sin horizonte, tal actividad pierde todo sentido. De ahí que la falta de proyección de futuro, a la que nos condena nuestro imaginario económico en aras de una precaria modernidad, sea un desamparo que solo anida depresión, neurosis, fobias, angustias, desencanto, frustración, violencias... 


Y tú... ¿te ocupas en tus sueños o idealizas el mantenerte ocupado?



Feliz inicio de semana queridas tortugas.



No hay comentarios: