jueves, 19 de septiembre de 2019

dos...

... años.


Los terremotos no sólo cimbran la tierra dejando secuelas irreparables, también quiebran el alma. Cuánto miedo, dolor e impotencia experimentamos en aquellos momentos. Cada quien alberga aún un poco de este trauma. Cuánto falta por reparar y reconstruir. Cuántas vidas siguen sin haber enmendado sus caminos. Cuántos caminos se interrumpieron por siempre. Al desamparo de un país sin capacidad de sostenerse a sí mismo. Sin seguridad y sin empleo para tantas personas. Quizá subestimamos de qué modo nuestras vidas cambiaron ese día. Cuando 1985 era todavía una herida abierta.

La tarea parece casi imposible, sin menoscabo de todos los esfuerzos hechos. Sin señalamiento alguno. Las catástrofes naturales no llegan con dedicatoria. Recobrar cada quien su propia entereza es labor individual. Volver a confiar, sin temor, en que las cosas pueden realmente mejorar es un ejercicio cotidiano para sobrevivir a toda adversidad. Abrazar nuestra comunidad llenos de esperanza fue el regalo de las elecciones pasadas en medio de un duelo social profundo. De ahí que las exigencias sigan siendo altas: no por falta de reconocimiento de los avances sino porque todavía nos sentimos rotos. A manera de una depresión colectiva que nos comulga. Son tantas las miserias que componen nuestro imaginario mundial que fallar no es una opción. La responsabilidad es cada día mayor.

Como ciudadanía, el pueblo, enfrentamos mucho más de lo que un alma puede cargar. El desconsuelo y la frustración son la puerta a los actos más erráticos de nuestra conducta. Merecemos buenas noticias y un poco de descanso. Merecemos, como sociedad, reconocimiento. No puede todo girar en torno a un solo hombre ni podemos ser sólo la suma de intereses reflejados en encuestas. Somos seres de carne y hueso. Todos contamos y valemos por igual. El sufrimiento debe cesar. Tampoco podemos ser un colectivo a la deriva de la opinión pública en aras de reacomodar las fuerzas políticas para futuras elecciones y recuperar lo perdido o preservar lo ganado. Lo que está en juego es la vida de la población. Nuestras necesidades deben tomarse con más seriedad. Y no llenar de candados la posibilidad de ser parte de la comunidad. Tenemos que encontrar la manera de que alcance para todos. Estamos ávidos de oportunidades que no terminan de llegar. Cada día esforzándonos y trabajando más. Todos por igual.



Y tú... ¿cómo sostienes tu alma?


Abrazo fuerte
en este jueves
de recordar
nuestra capacidad de sobrevivencia
llenos de magia de tortuga.
Amén.


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