miércoles, 22 de julio de 2020

el sueño...

... de sentir.




Es tiempo de empezar a pensar en otras cosas. Seguir adelante, en medio de la quietud. Conservarnos. Recuperar un poco de aquello que somos, al margen de las fronteras que ahora nos separan.

Existe un espacio entre lo inacabado y el punto justo. El equilibrio entre lo acabado y la desmesura. El arte se define en ese momento en el cual una obra se da por terminada. La resolución de los proceso vitales que se expresan en el seno de la creatividad y la inspiración. El esfuerzo por lograr la forma de una idea. Y el interior de una corazonada que percibe que no hace falta una pincelada más. El abismo entre lo que se quiere hacer y lo que se puede llevar a cabo. La fantasía que transita entre la falacia y la verdad. El hervor que se conserva o el calor que se consume. El sabor que nos complace o la textura que nos desagrada. La voz que nos anima o el grito que nos ahuyenta. El abrazo que nos arropa o la caricia que nos violenta. El arte de la vida misma. La tensión entre comunicarnos sin agredirnos o violentarnos sin comprendernos. La distancia entre palabra y palabra. La espera de una nueva señal para saber qué decir. El escucharnos a nosotros mismos, con honestidad. 

Antes se decía mucho que del odio al amor había un paso, como una forma de tomar conciencia de que todo aquello que nos obsesiona... nos posee. Y sí, basta un mínimo gesto para amigarnos con aquello que nos era ajeno pero que, tal vez, nos conmovía de modos que no alcanzábamos a comprender (de ahí los temores, las fobias y los odios)... Para sembrar nuevos cariños, amistades y amores. Para reconvertir ese espacio del prejuicio en un pretexto para sentirnos maravillarnos, incluso. Es decir, la distancia entre el rechazo y la aceptación, en la mayoría de los casos, es mucho más corta de lo que imaginamos. Porque lo que distingue tal distancia es ausencia de significado. Y si bien, tal ausencia es un vacío que se puede llenar de las más grandes aberraciones, por lo mismo, es más fácil de lo que imaginamos combatir su ausencia de racionalidad. 

Por el contrario, del amor al odio: existe un abismo. Se necesita más que un mínimo gesto para desapegarnos de todo lo que nos hace feliz. Pues amar es ser feliz. Sin importar cuánto tropezamos, nos damos una y otra oportunidad para amar. Preferimos el perdón. Nos resistimos a odiar. Buscamos reconciliarnos. Y conciliar. Porque amar es un espacio lleno de significado con contenido. En donde no queda un lugar vacío para la obsesión, el temor, la fobia... y mucho menos: el odio. Pensar es amar. Y en donde hay violencia... no nace el amor ni es posible encontrar razones. 

Sin embargo, en qué estamos fallando que parece que las violencias, vacías de significado y trazadas por aberraciones, van ganando el terreno de nuestro mundo común. Porque no somos capaces de sentir dentro nuestro ése punto justo. Esa distancia de equilibrio que si no vibra dentro nuestro... es la misma en donde traspasamos nuestro derecho a ser... al tocar inadecuadamente a otro ser humano. Porque una cosa es no coincidir en ideas, en momentos de crecimiento, en procesos de vida, en formas de vivir y apreciar el mundo. Pero otra cosa es sentir un impulso profundo por destruir aquello que atenta contra nuestra propia forma de pensar. Porque, por alguna razón, hay un lugar en el cual todos nos sentimos autorizados para desautorizar la voz de los otros. Y este impedimento para la convivencia pacífica debería ser objeto prioritario de nuestra atención. 

Hace ya un mes que no logro encontrar tales palabras que nos permitan reflexionar más a fondo sobre las dificultades que surgen de la comunicación y del afán en que aprendamos a comprendernos, con respeto. Fuera de lo trágico. Al margen de una coyuntura específica. Sin otro señalamiento que la necesidad de aprender a escuchar. Y siento que tal vez la solución que busco se encuentra en un territorio más lúdico.

Afortunadamente, las personas pensamos de maneras tan diferentes como individuos existen.  Porque la diferencia es motivo de goce. La posibilidad de que cada quien tenga su propio opinión y el derecho, igual al de cada uno, a expresarse. Y la apuesta por la promesa de un proceso educativo libertario, acariciada a lo largo de la historia. Dotar de carácter reflexivo a la información que adquirimos. Apropiarnos de significados y contenidos... para renombrarlos a la luz de nuestro peculiar modo de mirar... y ser. Compartir es entonces el arte de equilibrar las opiniones con el único objetivo de obrar con justicia. Y este ejercicio cotidiano de vida debe ser una invitación al placer. Sin dominio. Por eso es grave cuando una persona o un grupo de personas tratan de secuestrar tales opiniones bajo un sólo abrigo y forzar el conjunto de la suma de sentires con el propósito de mandar. Ejercer los liderazgos debe ser la vocación de ampliar una mirada particular gracias a la suma de luces vitales capaces de llegar a un consenso sobre los asuntos de la comunidad. Sin necesidad de destruir ninguna otra opinión. La razón de tales consensos, pesos y contrapesos en el ejercicio del poder, es establecer vínculos de comunicación y diálogo para construir. No batallas ni guerras. Sin odio. 

Quizás... si aprendiésemos a reír más de nosotros mismos y de tales debates comunicativos, disfrutar de la cortesía y el humor. Sin importar ganar. Sin disputar tener la razón. Por el sólo deleite de vivir en equilibrio. Por el sólo arte de lograr  trazar, en su punto justo, la riqueza de todo intercambio de ideas. Sin renunciar a nuestro punto de vista, con generosidad. Alcanzaríamos a abrazar el hecho de juntos, como seres humanos, transformar nuestra realidad en aras de alcanzar mayor felicidad para cada quien. Pensar que debemos derrocar fantasmas, guardar rencor por el pasado, intimidar, inventar enemigos, señalar culpables... para defender causa alguna (por legítima que sea): es renunciar a nuestra humanidad, la cual debiese ser nuestra única causa legítima.

La solución no es pensar igual. El reto es divertirnos juntos... pensando diferente. Dejándonos llevar por el sentir de nuestro corazón. Alumbrar nuestros sueños. Construir un conjunto de orden social en el cual razonar y dialogar no contravengan el orden de la vida. Y sin darnos cuenta, descubriremos todo lo que nos hace afines y lo fácil que es ponernos de acuerdo cuando lo que privilegiamos es el arte de vivir. Sin trampas. Sin engaño.

Porque, al final del día, qué aburrido sería no tener de qué charlar...

Sin embargo, logrado esto. Si es que tuviese algo de razón en mi sentir. Me sigue inquietando la pregunta sobre la verdad. Es decir, cuál es el límite de la pluralidad de opiniones y cuál es la relación de estas opiniones con la verdad. No me apego, con plena convicción, a la renuncia a tal parámetro externo. Un eje rector que supera tal diversidad de sentimientos y pensamientos. Sí concedo que hay constructos relativos que son correlatos de la verdad, y que podemos asumir como "verdades". Acepto la relatividad de tales constructos: históricos y sociales. Pero me siento obligada a comprometerme con el hecho de que hay modos más correctos que otros de apegarnos a la verdad. Con independencia de las opiniones particulares. Y que si dejamos vacío este espacio de realidad, que no le pertenece a nuestro parecer, engendramos horrores y perversidad. Y es ahí donde nace el odio social. Cuando el significado de nuestras ideas está vacío de contenido. En donde la coherencia y la congruencia se debaten entre la fantasía y la imaginación. Cuando el deseo de creer y sentir nos enceguece. No podemos renunciar a la búsqueda de la verdad. Al compromiso con que hay un modo correcto de actuar. El cual no depende del constructo que lo exprese. Que guarda la esencia de algo más puro en su brillo, que no puede ser negado. Asumir con humildad nuestro lugar en el mundo. Y este acto de humildad es el que hace posible reír ante nuestras diferencias. Comprender que somos nosotros, en nuestros procesos de vida, quienes nos relacionamos desde distintos puntos de vista, muy acotados, con una misma realidad, que nos rebasa. Sólo en el diálogo podemos descifrar la verdad que está más allá de cada uno de nosotros. Y felices amar. Escuchar y perdonar.

Sé que parece irónico y paradójico. Probablemente, porque la vida humana está inmersa en una complejidad, deliciosa y maravillosa, que todavía se escapa a nuestra comprensión. Así como, el inmenso amor nos desnuda de motivos y nos eleva a espacios de la existencia que nos hacen descubrir la belleza insospechada y mágica de soñar. El abrazo sin distancia. Y la palabra sin pausa. La mirada sin violencia que nos recuerda quiénes somos en realidad. La voz que nos penetra y estremece. El sentir al unísono. El encuentro que no conoce la espera. La esperanza. La felicidad.


Y tú... ¿sueñas con el brillo del sol?



Gracias.
Fuerte abrazo...
lleno de magia
de tortuga.