lunes, 21 de julio de 2014

soñar y construir...

La esperanza tiene la cualidad de alimentarse de sueños... planes, fantasías, proyectos: del don de la idealidad.

De otra forma, nada puede sostener el aliento de llegar a la meta que nuestro plan de ruta ha trazado, cualquiera que sea ésta. Muchas veces se piensa que lo que nos alienta de ocuparnos en la realización de tales planes es el estar ocupado en el presente. Tener una rutina, establecernos límites, un horario fijo, la disciplina en sí, como la panacea del bienestar o el elíxir del logro vital cotidiano. En este paradigma radica la noción preciada del éxito: el logro que nace del esfuerzo de ponerse metas a uno mismo, junto con la consecución de los fines inmediatos de cada día que sumarán el objetivo trazado.

Ahora, esto es relativo. A medida que crecemos y maduramos, descubrimos que tal rutina puede ser tan diversa como las propias circunstancias del tiempo nos lo impongan. El estar ocupado puede vivirse de muchas maneras. La disciplina también. Lo que en realidad permanece es la perseverancia de nuestros días que, inevitablemente, tendrán la consecución de algún tipo de patrón que nos permita sujetarnos en el cotidiano vital. De este modo, tal estar ocupado no es suficiente para sostener nuestra esperanza.

El valor del sueño en sí mismo y la sola posibilidad de su realización son una contención más poderosa para dar sentido y orientación a nuestra existencia. El ideal bajo el cual diseñamos nuestros modos de vida, nuestros valores, acompañados de la posibilidad de visualizar de más de una forma posible todo aquello que queremos construir, es el sino propio de la esperanza. Esta es la razón del bienestar de tales rutinas, no el simple hecho de autodomesticarnos para no perdernos en la aleatoriedad de las temporalidades. Más bien, la posibilidad de alimentar el presente de un futuro abierto que se nos aparece como el lienzo mágico de todo lo que dota de motivos nuestro presente. 

Se privilegia el dotarnos de estructura para tener coordenadas acequibles con las cuales estar y movernos en el mundo, como si pudiéramos escapar a las certezas del presente que por sí mismas permanecen. Sin tomar en cuenta que el pasar de las horas de contemplación, durante el cual imaginamos cómo será la obra que construimos bajo el sello de nuestra identidad, cualquiera que sea ésta, es una actividad en sí misma; e implica la misma disciplina que cualquier actividad que forme parte de nuestra vida. Descuidar tales labores es igual que descuidar el aseo doméstico y descubrir un día que los rincones de nuestro hogar están empolvados. Conforme pasa el tiempo, cada vez es más difícil empezar a limpiar a fondo tales rincones. Así, conforme dejamos pasar los días sin dibujar el lienzo de nuestro futuro, cada vez es más difícil visualizar el sendero de nuestra esperanza. Y por ende, perdemos la capacidad de soñar.

Se confunde el hecho de que sea difícil volver realidad aquello que delineamos en nuestro horizonte mental; con base en que el solo idealizar y verbalizar consume toda nuestra energía y nos distrae del actuar y del llevar a cabo el hábito necesario para construir; con el hecho de que mantenernos ocupados es suficiente para darle sentido y valor a nuestra vitalidad. Por el contrario, enajenarnos en nuestro hacer cotidiano es una forma de olvido de nosotros mismos y no, porque el consenso sea mayoritario, somos mejores por apegarnos a nuestra actividad. Pues sin horizonte, tal actividad pierde todo sentido. De ahí que la falta de proyección de futuro, a la que nos condena nuestro imaginario económico en aras de una precaria modernidad, sea un desamparo que solo anida depresión, neurosis, fobias, angustias, desencanto, frustración, violencias... 


Y tú... ¿te ocupas en tus sueños o idealizas el mantenerte ocupado?



Feliz inicio de semana queridas tortugas.



domingo, 20 de julio de 2014

domingo al amanecer...

Escuchando la discusión de honorables senadoras y senadores, comparto temores y entusiasmo, de quienes en contra y a favor, establecen sus posturas ante los riesgos y ventajas de los cambios por venir. Una parte de mí se llena de fe y confía en la buena voluntad humana, para confiar en que una vez concluidos estos procesos, y ya promulgadas las leyes en ciernes, todos, por igual, recibamos los beneficios de estos profundos cambios. De tal modo que, juntos, encontremos soluciones constructivas para erradicar los vicios que de este nuevo orden legal se deriven.

Es motivo de alegría que, a pesar de los desencuentros y de la desventaja en el número de votos que componen las voces críticas y opositoras, podamos escuchar reconocimiento y posturas afines, aun en las disidencias. Esto es una señal de crecimiento político. Doy gracias por este regalo de esperanza, que necesita acrecentarse con el fin de aprender a dialogar, más allá de las posturas contrapuestas, y lograr verdaderos consensos.

Confieso que envidio profundamente el trabajo a cargo del Senado de la República y me deleito de ver la historia ocurrir. Admiro profundamente a las mujeres que forman parte del pleno. Su esfuerzo da cuenta de que, en materia de género, no solo, no todo está perdido, sino que, por el contrario, hay muestras tangibles de que hemos dado inmensos pasos. Pasos, que a la luz de todo lo que aún nos falta, son imperceptibles. Sin embargo, en esa invisibilidad radica su gran mérito, pues son mujeres que para estar ahí, alzar su voz y hablar entre pares, han luchado no sólo por el ejercicio de sus propios derechos sino que van abriendo brechas para que las generaciones que las suceden podamos crecer en terrenos más fértiles que los que ellas conocieron. Gracias.

Estoy convencida de que debería ser una prioridad de orden moral y cívico el hábito de ver y escuchar el canal del Congreso. Nos permitiría ser más críticos, estar más informados y abrir interrogantes a temas que nos incumben, para buscar más información por nuestra parte. Tener la costumbre de discutir sobre las sesiones, como cuando compartimos nuestras opiniones sobre el fútbol o sobre cualquier otra materia con la cual nos sintamos identificados. Ganaríamos mucho para el ejercicio de nuestra propia democracia. Con independencia de nuestras preferencias políticas, tendríamos más interrogantes sobre porqué pensamos como pensamos y porqué estamos convencidos de que un partido es mejor que otro, o que las propuestas de unos son mejores que las de otros. Veríamos a los políticos como seres humanos, iguales a nosotros, con matices, con virtudes y defectos, sin importar su filiación política. Aportaríamos a los partidos, militantes despiertos dispuestos a participar de las decisiones que es obligación de los representantes tomar y que, no por ello, debemos delegar toda la responsabilidad en sus manos, pues nuestro voto les otorgó tales obligaciones. Por lo que también descubriríamos la importancia de razonar nuestro voto cuando asistimos a las urnas, así como, el alcance de las consecuencias de los resultados (de los cuales somos parte). Ganen o pierdan nuestros candidatos y candidatas, una vez en sus puestos, su gestión es una cuestión de interés común, social y comunitario. Al margen de las rupturas ideológicas, el objetivo de la política es construir juntos la realidad de nuestro país.


Y tú... ¿conoces las virtudes de la política?


Hasta hoy más tarde por la mañana.
Feliz domingo, tortugas ciudadanas. 


Y más felices seríamos todos, si la mayoría que conforma la distribución del poder en el Senado, se solidarizara con algunas de las reservas de la minoría y sumara propuestas para enriquecer los dictámenes. De tal suerte, el nuevo orden de leyes estará nutrido de todas las voces que nos conforman como República. Pues siempre hay una mejor manera de lograr los mismos fines. Pero esto, mis queridas tortugas, es todavía una gran asignatura pendiente para el futuro. No cabe duda que nuestra patria aún puede crecer. Pero seamos humildes, demos un paso a la vez y confiemos en que, quienes hoy son mayoría, sabrán asumir con responsabilidad los costos de la decisión que hoy toman y con valentía darán el mejor curso a nuestros nuevos propósitos. Del mismo modo, quienes hoy son minoría, necesitan dar cuenta de trascenderse a sí mismos y sumarse a este propósito desde el horizonte de la acción crítica, constructiva y responsable. Y felicito su esfuerzo por defender nuestros derechos humanos. Gracias. Lo que no podemos es evadir la realidad que ya está aquí... y ante lo inevitable... el reto es crecer y descubrir las bondades y las enseñanzas que el curso de los acontecimientos nos ofrecen. Incentivar odio en el seno de la ciudadanía, entre los colores partidistas, no es una vía ética. Pues tal escenario niega el esfuerzo y el logro de millones de mexicanas y mexicanos que cada día forjamos nuestra institucionalidad. No cabe duda de que el verdadero trabajo institucional, político, técnico y social está apenas por comenzar. Necesitamos sumar porque todos seremos protagonistas del alcance de las virtudes y abusos de los tiempos por venir. Sin fatalismos y con precaución, prepararnos para los nuevos retos que vamos a afrontar.

Ahora sí me despido para seguir aprendiendo de la noble labor del canal del Congreso. Gracias.


Orgullosamente mexicana.
Filósofa enamorada de la política, comprometida con los derechos humanos y maestra en políticas públicas convencida de que la riqueza de los dos paradigmas socio-económicos, que han cifrado nuestro tiempo, podrá ver nacer un nuevo paradigma: que sume los mejores ideales de ambas partes en una realidad; en donde, una vez cumplido el ideal, podamos voltear la mirada al presente posible y esto nos permita descansar de prometernos para mañana la vida feliz que nos ha negado el ayer.


oídos sordos...

Toc toc... toc toc... ¿quién está ahí? ¿por qué no respondes?


De tortuga a tortuga hermana, te pregunto: ¿crees que una solución es interrumpir el diálogo entre nosotras? ¿sin siquiera poder expresar con generosidad cuáles son tus motivos? -le dijo la tortuga del mar a la tortuga de la tierra.

La tortuga terrestre contestó:                                            . Y ni una sola voz se escuchó.

Entonces, la tortuga celestial suspiró: "Hermanas tortugas, no vengan a mí para que las ayude a escucharse una a la otra, estoy tan lejos que mis oídos no alcanzan a escuchar cuál es el motivo de su incomprensión, solo puedo enseñarles el horizonte del cielo e invitarlas a descubrir cuán inmensos son los territorios que las unen, por eso son hermanas, por eso somos hermanas: pues compartimos el oxígeno de un mismo planeta y sin él ninguna podría habitar en su elemento."

La tortuga marina volvió a tocar la puerta de la tortuga terrestre... y ésta contestó: "Dime hermana de mar, ¿qué es lo que te inquieta tanto del ir y venir de la marea?" y la respuesta fue: "Que cada vez que baja, pierdo un pedazo de ti".

...Pero aunque nos distancie el ritmo de la marea, no debes sentir que nunca volveremos a encontrarnos, es solo que yo no puedo ir al mar, yo solo puedo acompañarte desde mi habitar en campos y montañas, y aunque tú puedas acercarte un poco a mi elemento, en realidad, tu felicidad está lejos de la marea, en alta mar, en donde la calma de las aguas te permite fluir libre junto a los delfines. No creas que no te respondo, o que no te escucho, es solo que cuando baja la marea mi voz no se escucha en el mar.- Y éstas fueron las palabras de paz de la tortuga terrestre.

Así, cielo, mar y tierra respiran el mismo oxígeno, sin alcanzarse entre sí, pues en eso radica su naturaleza, en perseverar en la forma de su ser para que todos podamos respirar.


Y tú... ¿amas libre en el mar?



Abrazo de cielo, tierra y mar... 
hermanas tortugas para que 
sin poder el cielo alcanzar y 
sin que tierra firme 
puedan conservar... 
se aventuren a un alto amar.

FELIZ NOCHE
DE LLUVIA
...es ella 
con su fuerza de tormenta 
la única
que a todos nos toca 
por igual...






viernes, 18 de julio de 2014

espacios por compartir...

Aprender a vivir solos es una aventura de vida. No siempre elegida, a veces circunstancial o temporal y, otras veces, un modo de vida en sí mismo.

Como toda aventura, tiene encantos y desencantos. Y es una experiencia que se vive por etapas. Al principio puede suscitar temores o puede ser motivo de gran entusiasmo. Pero en cualquier caso es un gran paso de vida. Concentrémonos en el entusiasmo, el cual suele ir acompañado de mi primer comedor, mi primer refrigerador, mis primeros platos, mis primeros vasos; sean objetos nuevos, regalos o herencias, empieza una conciencia de nuestra identidad a partir de nuestro espacio vital, en el cual queremos cifrar algunos de nuestros sueños. La lámpara que siempre quise tener... y detalles tan simples, como las toallas del baño, toman una nueva realidad en nuestras vidas. O también puede ser la reapropiación de un espacio que dejó de ser compartido, dejó de ser el de la pareja, el de la familia, el de los hijos, el de los padres, en fin, cualquier situación bajo la cual pasamos de vivir con otra u otras personas a vivir solos.

Vivir solos es un proyecto de vida, cifrado bajo distintas circunstancias, y una vez que nos vemos inmersos en nuestro propio espacio: el primer extraño que descubrimos es nuestro silencio. Un silencio que solo es interrumpido por nuestros pensamientos, nuestra música, nuestra voz al teléfono, el acompañamiento de un televisor, el deleite de la lectura o la inspiración de la escritura (en mi caso) y, con ello, el descubrimiento de un sinnúmero de nuevas actividades que empezamos a recrear: el hábito por las plantas, por ejemplo. La vocación de algún arte. El compartir con los animales. Algún ejercicio, la meditación, tejer, cocinar, decorar, pintar, cantar. Procurar nuestro territorio de todo aquello que valoramos como bello. Algunas personas son más prácticas y no ocupan tanto tiempo a tales espacios, prefieren desenvolver este silencio fuera de casa, salir a correr, habitar la ciudad de tantas formas como ésta nos lo ofrezca. Hacer del hogar el resguardo del descanso tras las arduas jornadas laborales y vivir con más desapego su relación de identidad personal con su espacio de casa. Y hay quienes disfrutan haciendo de su hogar el lugar de reunión de los amigos, con las puertas abiertas y la invitación a que cada quien deje una huella de sí cifrada en nuestras paredes.

Dentro de los encantos... está la total independencia y libertad de ser. La única persona a la que podemos molestar es a nosotros mismos y también nace un nuevo respeto hacia nuestra intimidad e interioridad, en donde tampoco nos permitimos perturbarnos. No necesitamos guardar consideraciones de ningún tipo para usar el baño, la cocina, establecer nuestros hábitos de higiene, nuestro horario de sueño, somos el único sensor al ruido que nosotros mismos suscitamos. Podemos pintar las paredes del color que más nos guste, sin diálogo alguno. Darnos los espacios que necesitamos para desenvolver nuestras emociones. Sentir la paz de la existencia. Y al no tener testigos, aprendemos a reconocer nuestros sentimientos de un modo diferente. Descubrimos una nueva mirada al confrontarnos con el espejo. Pero cuando volteamos... no podemos escapar a la certeza de que estamos solos.

Y entonces, empiezan a aparecer los desencantos. La primera gripe en la que nadie nos trajo un té. El primer festejo en que no hubo un abrazo al amanecer. La primera feliz noticia con quien no pudimos sonreír. La primera pérdida con quien no pudimos llorar. La primera vez que el refrigerador se quedó vacío y nos faltaban las fuerzas para salir a la calle a proveernos de nuestras necesidades básicas. La risa en medio de una buena película que no pudimos compartir. La añoranza de aburrirse en compañía y romper la rutina. Y un sin número de eventos que empiezan a vaciar ese espacio vital que tanto hemos tratado de llenar de nosotros mismos. Una cena deliciosa y un suave vino que disfrutamos solos, con la nostalgia de poder mirar otros ojos y cansados de nuestra mirada en el espejo. Y nace un nuevo extrañamiento de nosotros mismos. Nos invaden nuevos y añejos desamparos. Acompañados del cansancio de vivir entre nuestros pensamientos sin otra voz que nos acreciente, nos refute, nos enseñe, nos comparta. El inmenso vacío de la plenitud del yo.

Al descubrir las dos caras de esta moneda, nacemos a una nueva decisión. En concordancia, con que en cualquier momento un evento aleatorio puede irrumpir y abrir los caminos hacia nuevas convivencias, tenemos la posibilidad de elegir cómo lidiar con el estar llenos y el estar vacíos en nuestro propio espacio. Y apenas en este instante, es cuando empezamos a aprender a vivir solos, es aquí cuando la verdadera aventura comienza. Cuando el entusiasmo y la novedad se agotaron, cuando la profundidad de nuestra soledad llegó al fondo de sus posibilidades. Y en este pasaje de vida, descubrimos una de las más bellas certezas que un ser humano puede experimentar: compartir es la recompensa última de cifrar nuestra identidad personal. Comprometernos con otros seres humanos es lo que da sentido a nuestra independencia. El propósito de ser libres es poder dialogar con otra voluntad.

La decisión que aparece ante nuestros ojos no es menor. Es como la encrucijada del sabio. O huimos, o morimos, o nos volvemos locos, o somos "sabios" y aprendemos a ser felices con esta nuestra realidad de ser en soledad. Sin clausurar que no siempre viviremos solos, pero asumiendo que, aún si fuera el caso, estamos enteros y satisfechos con nuestro modo de ser, con nuestro proyecto de vida personal. Y ocurre una bella reconciliación en donde el dolor de tal vacío desaparece como por arte de magia. La primera vez que fui mi propio consuelo, la primera vez que me cuide a mí mismo cuando estuve en cama, que me festejé a mí mismo, la primera vez que tuve la mejor cita conmigo mismo, la primera vez que aún estando cansado de ser el único habitante de mi hogar pude vencer el tedio y acrecentar la apropiación de mi espacio. No se trata de un estado pasajero, ni de una salida de resignación acompañada de ideas delirantes de fascinación. Es simplemente, una nueva completud. Y si hemos atravesado este camino hasta estas experiencias, hemos no solo aprendido a vivir solos, hemos también alcanzado la madurez para abrir nuestros espacios y empezar a compartir nuestro proyecto de vida en una nueva aventura, la aventura de vivir con alguien que amamos. Descubrimos la delicia de ceder todo nuestro territorio a una nueva identidad. Y sin percatarnos, empieza una dulce espera y la bella ilusión de dejar esta etapa atrás. Si es el caso de que lo que se anhele es una pareja, una familia, hijos. Pero si no es el caso, o este tiempo ya ha quedado atrás, es probable que lo que nazca es la dulce espera y la bella ilusión de vivir feliz lo que nos reste y morir en total plenitud. 

Sea cual sea el espacio que tiene esta etapa de aprender a vivir solos en nuestra historia vital, ya que hay quienes no lo descubren sino hasta el ocaso. O a quienes les basta vivir enamorados de su proyecto de vida y su compartir con otros no implica vivir con algunos de estos otros, o quienes han hecho votos porque han entregado su vida a propósitos espirituales. Lo importante es alcanzar la completud de nuestra plenitud, no temer al lado vacío de nuestra plenitud, pues al final del camino hay una luz tan brillante que todas las incertidumbres, esfuerzos y dolores se olvidan por completo.


Y tú... ¿crees que es valioso aprender a vivir contigo en soledad?



Un pleno abrazo de completud con magia de tortuga.
Feliz fin de semana...




jueves, 17 de julio de 2014

el poder de lo inadmisible...

es el poder que quiebra nuestro entendimiento.


¿Estamos autorizados a reafirmarnos apelando a lo inadmisible? No lo sé. Salvo y cuando, aquello que llamamos inadmisible no sea susceptible de disputa alguna. Acorde con mi punto de vista, el entendimiento se funda, precisamente, en acrecentar nuestro horizonte de lo posible y como tal admisible. Ante lo cual, me parece difícil trazar una clara línea (consenso objetivo mediante) que pueda dividir el límite entre lo admisible y lo inadmisible. Quizá la vía de solución no sea tal.

Me inclino a creer que un honesto examen de conciencia es lo que puede dotar de sustento nuestro rechazo a situaciones inadmisibles, sin recaer en la prepotencia de la fuerza de un entendimiento extraviado en el capricho de su vanidad. Sin apelar a lo inadmisible como barrera de protección emocional ni como consuelo moral. Sin necesidad de refugiarnos en la autosatisfacción de postrarse como razón última. Sin apego a la costumbre del chantaje como método de transacción socio-afectiva. Porque cuando dos voluntades se sienten confrontadas no se trata de que uno conceda la razón al otro, en aras de una convivencia pacífica. Se trata de que ambas partes comprendan que no es una cuestión de razones, ni de quién está en lo correcto o quién está equivocado. Es un ejercicio de pleno reconocimiento de nuestras diferencias, una convicción de respeto común, una vocación de hermanarse no porque pensamos igual (y eso nos hace "supuestamente" más fuertes): hermanarnos porque somos igualmente sensibles y en este sentir (compartido) radica nuestra única fortaleza: amar con el corazón, gozar con la piel, pensar con interrogación.

¿A qué me refiero? A cuando encontramos las razones no en nuestro entendimiento, más bien, en nuestro corazón, en nuestra piel. Territorios en donde destronamos el poder en aras de nuestra plenitud. Virtudes que nutren la posibilidad de también destronar el poder de nuestro entendimiento virtuoso. Porque si lo analizamos con un poco de cuidado, observamos que el límite de lo inadmisible nos remite a nuestra relación con nosotros mismos, no a un estado de confrontación con los demás. No es a los otros a quienes "debemos" poner límites para que nos "respeten" (cualquier cosa que sea esto). Es a nosotros mismos a quienes necesitamos brindarnos pautas para valorar aquello que es bueno para nosotros, aquello que nos daña y reconocer nuestras propias limitaciones, de las cuales no podemos hacer responsables a los otros que nos acompañan. 

Cuando tomamos una decisión porque una situación nos parece inadmisible, no es en contra de alguna cosa o alguna persona, o a causa de los actos de una u otra persona. Es porque encontramos en nosotros limitaciones para enfrentar tal situación. No se trata de una medida de fuerza, por el contrario, se trata de un acto de humildad. Por lo cual, no necesitamos violentarnos para asumir una postura de total intolerancia (es decir, total incomprensión) a una práctica específica, un modo de ser, una forma de actuar, una creencia, una elección de vida, una idea, una palabra, una situación social, etc. Es importante reconciliarnos con la incertidumbres e impotencia ante nuestras limitaciones, para no depositar en los otros la responsabilidad de confrontar nuestros propios límites. Y en este esfuerzo, también distinguir que tampoco nuestros congéneres pueden imputarnos culpa alguna al respecto... solo pueden comprendernos y brindarnos solidario respeto. Porque así como los otros tienen derecho a ejercer sus libertades sin ser oprimidas por juicio alguno, cada uno de nosotros, en su fuero interno, está obligado a vivir tales libertades, sin miramiento alguno, sin lastimar a nadie y sin ofender la condición o situación de otros seres humanos, sin destruir los órdenes sociales, sin necesidad de negar diferencia alguna. Porque de tales intransigencias se nutren todos los horrores. Y una causa, no por parecer más justa, nos autoriza a denigrar nuestra humanidad en forma alguna.


Y tú... ¿respetas tu diferencia?


Un abrazo con magia de tortuga.



PD: Este texto es posterior al que está publicado a continuación y en él retomo algunas referencias del mismo. Por razones técnicas del formato de la plataforma de blogger, aparecen en orden inverso, presentándose primero el texto más reciente. En este caso, puede ser confuso porque por ser publicados el mismo día, parecería que aparecen en el orden en que fueron escritos, sin estar separados por la pauta de la fecha. Espero sea útil esta aclaración de contexto y que, a medida que retome la disciplina de publicarlos diario, no se pierda la secuencia lógica. Gracias!!!! Y bueno... espero sus comentarios, pues en honor a las diferencias anhelo haber suscitado muchas interrogantes en su pensar y en su sentir.


tres tiernas virtudes...

La del corazón, la de la piel y la del entendimiento.


En el corazón vibran todas nuestras experiencias de vida, su compás se nutre de la sangre que fluye por nuestras venas y su memoria se acompaña de todo nuestro código genético. Conforme maduran nuestros estados de conciencia, el misterio de este órgano vital logra darnos unidad en nuestro latir y conformar nuestro signo primero de identidad: el sabernos una persona cifrada bajo un nombre, un apellido y caracterizada por todas las notas de nuestro carácter y nuestra personalidad, acotados a una historia de vida única. La virtud del corazón es sentir al mismo ritmo de otros corazones y expresar con ternura nuestra humanidad. Con una palabra, una mirada, un abrazo, un solo gesto que logre identificarnos con otro ser humano. El lenguaje del corazón, el amor y todas sus formas de expresión, es el lenguaje de un tierno respiro que deja ir todo lo que lo ata y somete solo para fluir con una canción, sin temor a desmoronarse. De esta virtud nace la caricia y el elixir de la piel.

En la piel, en nuestro lenguaje corporal, habita el aliento de nuestro deseo sexual. El más sublime de todos nuestros deseos. Solo con ternura se logra descifrar el código de nuestro cuerpo. La única caricia capaz de satisfacernos es aquella que se detiene con asombro frente a la magia de nuestra pulcra desnudez. Es la caricia que sin prisa recorre todos nuestros contornos. Con generosidad descifra aquello que nos gusta y enloquece, sin violencia se envuelve de nuestro olor, con complicidad nos comparte el sentido erógeno de su sexualidad. La virtud de nuestra piel se expresa con total plenitud en el abrazo que hace de dos corazones uno, en tiempo y espacio, tras un instante de éxtasis que nos regala descansar sin otro pensamiento que el de perseverar en tal abrazo. La ternura de la piel no acepta ser violentada con formas caprichosas de nuestro dominio. Pues ante cualquier intimidación que vulnere nuestra plenitud sexual, nos negamos no solo nuestro ser virtuoso, quebrantamos, con ello, nuestro suave sentir sin temor, nuestra ternura, nuestra confianza, nuestra libre desnudez. Y es quizá ésta la más ardua de todas nuestras virtudes. Pues la piel no miente. Y para que un encuentro sexual participe de lo sublime, se requiere que medie tal entrega tierna y serena, con generosidad, sin premuras, sin insultos ni amenazas perversas, sin dolor alguno, sin dominio y una vez anulada por completo nuestra voluntad de poder. Solo así dos cuerpos pueden descubrir el milagro de convertirse en uno, de consagrarse, de amarse, darse con entrega y satisfacerse al acrecentar el placer del otro. Dos placeres acrecentados para satisfacer su sagrado deseo sexual. Esta es la virtud por excelencia, la única dadora de vida, la que nos compromete con la crianza, con el amor incondicional y con un proyecto de vida común. De esta virtud nace la comprensión y el entendimiento.

La virtud del entendimiento radica en nunca querer tener la razón, en no regocijarse en los destellos de verdad, ni someterse o querer someter a los demás a nuestra forma propia de comprender el mundo. El entendimiento se interroga sin descanso. Solo así accede a otras formas de comprensión y expande sus fronteras gracias al aprendizaje que brota de cada interrogante. Gracias a la humildad que se regala ante cada incomprensión que experimenta. No es solo latir al compás de otros corazones, no es solo satisfacerse al ritmo de otra piel, es acrecentar nuestras ideas gracias al pensamiento de los otros: pensar en sintonía. Y la ternura que encierra esta virtud es la que más escasea en nuestros días, en donde el culto a la inteligencia nos ha convertido en esclavos de nuestros breves puntos de vista. El suave escuchar, el tierno hablar. Esa palabra que no necesita agitarse. La voz que no se exalta. La escucha que no desespera. El juicio sin valor. La expresión sin opresión. El diálogo sin suspicacias. La honestidad libre de perversiones. El entendimiento profundo de múltiples lenguajes enlazados que no compiten entre sí, por el contrario: se acrecientan gracias a su apertura plural. No como una pose del ejercicio de cualquier forma del poder. Ni como una falsa condescencia. No con soberbia paciente. Ni con arrogante silencio. Sin ocultamientos. Con serio respeto hacia todas las otras formas de ser. Con generosa aceptación. De esta virtud nace el verdadero sentido del humor, la risa del absurdo, la autoaceptación, el reírnos de nosotros mismos. La sonrisa que no conoce la burla.


Y tú... ¿quieres construir una vida virtuosa?


Eternos días de amor, plenitud sexual y sincero entendimiento...
Virtuosas y tiernas tortugas.




el cuento de las cenizas...

En un oscuro pasaje secreto se hallaba perdido un murciélago con una luciérnaga. Mientras el murciélago dormía de cabeza, la luciérnaga trataba de descifrar la salida con sus sensores eléctricos y cada vez que tocaba un lado del muro se prendía con alegría pensando que ahí se encontraba la luz. Mientras la luciérnaga dormía, el murciélago se estrellaba, por su corta vista, con el mismo lado del muro y rebotaba de alegría pensando que había encontrado la puerta.

Llegó el día, o la noche, en que chocaron el uno contra el otro, la luciérnaga iluminó la vista del murciélago y solo descubrieron cenizas al rededor. En vez de alegrarse, sintieron que no había salida de tal pasaje y que atrapados juntos en tal hostil espacio compartido solo podrían alimentarse de cenizas. 

Durmieron, al fin, al unísono y solo el timbre de un viento lejano los hizo despertar. El viento entró con la fuerza del mar, recorrió todos los laberintos de tal pasaje, levantó todas las cenizas como si aspirara con fuerza la oscuridad de tales muros. Como arena en el desierto, se desmoronaron las paredes que impedían ver el camino a seguir para atravesar tal oscuridad y llegar al puerto seguro de sus respectivos sueños. Una vez liberadas todas las fronteras, disueltos los laberintos y las encrucijadas que los hacían posible, estos extraños habitantes emprendieron el vuelo y mientras más se acercaban a su destino más lejos se encontraban el uno del otro.

Nunca se supo qué fue de ellos, pero ellos siempre supieron que alimentarse de cenizas es igual que toparse una y otra vez con el mismo muro sin siquiera percatarse de quién los acompaña. Por ello, aprendieron a guiarse solo por el rumor del sabio viento que se asemeja a la marea, mientras más fuerte y más cercano, más claro e inconfundible, mientras más débil y más distante, más oscuro e inaccesible.


Y tú... ¿alimentas tus sueños de cenizas?



Feliz viento de mar, tortugas de sol.


desconocidos...

Con el paso del tiempo, al ritmo de nuestros distintos procesos de crecimiento, cambiamos significativamente. Yo soy una filósofa de esencias primordiales, de verdades y realidades. Muy lejana a los delirios foucaultianos que tanto han dañado el sano crecimiento de nuestras sociedades: envueltas en ilusorias hermeneúticas, atadas al lenguaje del dominio, atadas a comunidades cerradas de interpretación que solo se complacen a sí mismas, ligadas a clandestinidades perversas (valga la redundancia), subsumidas en el egoísmo y capaces de juzgar (y sojuzgar) la diferencia con inhumana crueldad, bajo el argumento de que así lo dijo Foucault... "éste es nuestro único modo de ser" -es el decir de quienes se consagran al imposible de hacer verdadero el pensamiento reflexivo del sociólogo francés, aspiración que, por cierto, él no tuvo. 

A través de estos cambios, nos interpretamos e reinterpretamos, y todas nuestras relaciones humanas cambian acorde con tales transformaciones. No porque lo dijo Foucault, sino, más bien, porque la naturaleza de nuestra condición humana es de tal índole. El curso aleatorio de estos eventos, en constante existir, nos extraña de nosotros mismos, nos extraña de otras personas. De pronto, una mañana, los diálogos parecen estar agotados, clausurados, e incluso nuestros seres, que fueran cercanos, se tornan en completos desconocidos para nosotros.

El primer impulso es la ira, la rabia, el desprecio, el enojo, la furia, la cólera, el insulto, el grito, la intolerancia, todas expresiones de odio, ante la impotencia de no encontrar la sintonía que algún vez nos permitió conversar con encanto y respeto. Tras el desencanto de nosotros mismos, tras el descubrimiento de los nuevos rostros que nos acompañan, llega la reflexión, el entendimiento, el autoconocimiento, la paciencia, la aceptación, el respeto y con estas experiencias: el arrepentimiento. 

Pero ¿de qué nos arrepentimos? ¿de habernos vuelto otros? ¿de no conciliar el gesto de los otros? ¿de cambiar y transformarnos? ¿de que los demás cambien y se transformen? ¿de no ser quien queríamos ser? ¿de que ser quien elegimos nos obligue a renunciar a quienes amamos? ¿de que nuestros afectos nos sacrifiquen sin más? ¿de crecer? ¿de que nuestros amigos crezcan? Cuál es ese sentimiento de pérdida profunda que anida cuando nuestros afectos se trastocan y transforman, e incluso mueren. Cuál es esa muerte dentro nuestro que nos cuesta tanto dejar atrás, o que nos atrapa con censura y nos impide abrazarnos. Cuál es esa distancia que nos abre las puertas a nuestra impenetrable soledad. Esa soledad inasequible a nosotros mismos. Ese arrepentimiento que se alimenta de la culpa. Esa culpa que despierta nuestra agresión. Esa violencia que nos evade de todo dolor. Ese dolor que solo el perdón puede sanar. Ese perdón que destrona toda nuestra soberbia. Esa soberbia que nos deja indefensos e inútiles ante el amor. Ese amor que nos acrecienta sublimemente.

No hay razón para arrepentimiento alguno. Dialécticamente, es ante tales certezas de inmenso extrañamiento que descubrimos las verdaderas razones que nos ligan unos a otros. Descubrimos con ellas, nuestro indivisible y único ser. Forjamos con fuerza nuestro propio carácter. Y es por esto, que crecer no debe acompañarse de lamento ni culpa alguna. La fe en el modo correcto de ser es el único camino de regreso a nuestros afectos, al verdadero amor, a la franca amistad, al mutuo entendimiento, a recobrar la confianza extraviada, a renovar nuestros votos de humanidad. 


Y tú... ¿vives entre desconocidos?



Dichosa semana de paz, tortugas de mar. 

domingo, 13 de julio de 2014

deudas y algo más...

El error de nuestra era se puede trazar a través de nuestras deudas. A través de un constructo social que se vive como castigo o como recompensa. Como derechos y obligaciones sin autonomía ni garantía de la debida dignidad.

El intercambio que media toda relación humana, en aras de lo que se confunde con lo justo, inhibe la profunda relación que podemos brindarnos cuando renunciamos a medir los beneficios y preferimos sentir el fluir de la vida, sin deudas y sin precio alguno.

Decidir comprendernos más allá de nuestras fronteras convenidas, que nos garantizan aquello que hemos decidido que nos merecemos... es una aventura a la cual no deberíamos negarnos a cambio de tan poco, a cambio de las pobres recompensas, con temor a los castigos, con terror a las pérdidas. 

El tiempo nos corrompe convenciéndonos de que, eventualmente, tendremos todos que llegar a un punto muerto de la existencia en el que lo único importante sea conservarnos, a costa de nuestros propios ideales. Pero esto es una falacia. La única manera de conservarnos es gracias a tales ideales y libres del lenguaje de la deuda. Dignos y sinceros. Libres y felices. Generosos.


Y tú... ¿qué prefieres... honestidad o recompensa?


Alegre domingo: lleno de magia de tortuga.
Hasta mañana...


la princesa desencantada...

En medio de una tormenta, un grillo dorado salvó los designios de una mujer de plata que dormía bajo el árbol de la verdad. Los truenos la despertaron y, antes de que el agua la ahogara por completo, el canto de este grillo mágico la guió hasta la rama más alta en donde podría esperar a salvo la llegada de la feliz primavera.

Esta mujer, en agradecimiento, le obsequió un sueño mágico para que el grillo descubriera el verdadero amor. Le regaló el sueño de la princesa desencantada. ¿Y cuál es esa princesa? -preguntó el grillo de oro. 

Es la princesa que nunca renunció al verdadero amor, aun cuando supo que no era correspondida, aun cuando descubrió que había sido engañada, ni cuando fue maltratada, cuestionada y juzgada, ni cuando se quedó en soledad, ni cuando fue rechazada o reemplazada... Ni todas las miradas, ni la traición de sus seres más cercanos, ni la injusticia, ni la violencia, ni la locura, ni la perversión, ni el olvido, ni el abuso, pudieron vencer la certeza de su alma en que el amor existe y en que realizaría, tarde o temprano, su más bella historia de vida junto a un verdadero compañero, igual de soñador e íntegro que ella, que confiara tanto como ella y que no tuviera miedo a entregar el corazón de un solo golpe sin perder el tiempo en la rutina del control que todo lo mata. 

Porque mi querido grillo de la suerte... ése es el mejor de todos los amores, el amor desencantado, aquel que se nutre de certezas y verdades, aquel que se vive sin tragedia, que se entrega sin condiciones y se vive sin esperas ni postergaciones, aquel que no concede pretexto alguno, aquel que amanece sin conocer las despedidas, aquel que es fiel sin esfuerzo alguno, el que se alimenta de honestidad y lealtad, de respeto y dulce escucha e impermeable a las voces ajenas. Aquel que no permite que nada ni nadie lo hagan más pequeño de lo que es. El amor que no se avergüenza, ni se oculta. El amor dador de vida y crecimiento. Libre de violencia y de simulacros. Que solo conoce el diálogo y se niega el reproche. El amor de la caricia, la ternura, las palabras suaves, la comprensión, la espontaneidad. El amor real, carnal, vital. El amor expresivo. El amor feliz. En el que no cabe agresión alguna. Cuando lo encuentres solo debes sobrevivir todos tus miedos y ser más fuerte que cualquier terror que descubras en ti... solo debes amar. 


Y tú... ¿vives el amor desencantado?



Un sueño de amor para cada una de ustedes amigas tortuga.

tres oscuros complejos...

Érase una vez en un pantano de sal, tres duendes de malos hábitos. Estas pequeñas criaturas habían quedado presas de sus complejos y nunca más volvieron a ver el sol. Atrapados en su pantano se repetían una y otra vez a sí mismos, entre risitas, sonrisas autocomplacientes, vicios, angustias, excesos y desamparos, cuán perfectos eran. Y solo sus falsas hadas los acompañaban, susurrándoles al oído: sí... tienes razón... tienes toda la razón. Alejándolos cada día un poco más de la luz, de la libertad, de la naturaleza vestida de flores y de las aguas que corren cristalinas a través de ríos y mares. La panza les crecía y les crecía, haciéndolos cada día más pequeños.

El primer duende, padecía de egolatría, solo gritaba porque yo, y luego yo y siempre yo... entiendan que solo yo y yo y nada más que yo. ¿Con qué derecho alguien olvida que yo soy todas las bondades?

El segundo duende, padecía de soberbia arrogante, solo pensaba porque tu, y luego tu y siempre tu, entiende, no sabes nada de nada, ni nada de lo que sabes es mejor de lo que yo sé. ¿Con que derecho alguien olvida que yo sé todas verdades?

El tercer duende, padecía de misoginia, solo gritaba, pensaba y actuaba, porque las mujeres, y todas las mujeres y siempre que sean mujeres, no pueden hacer nada por sí mismas, no saben nada, no hacen nada bien. ¿Con qué derecho las mujeres se sienten igualmente libres que yo?

Los tres unidos se convertían en un monstruo sin ojos, que daba pasos sin alcanzar a ver ningún otro horizonte que su propia vanidad. Solo un milagro de sol podría vencerlos, pero ellos no querían ser salvados... preferían deleitarse con la autosatisfacción del dominio, el odio y la perversión.

¿Pero qué les impedía ver la luz? La debilidad cobarde que habitaba en el corazón de cada uno de sus complejos. Esa inseguridad nutrida de falta de voluntad. Ese rostro quebrado al filo del espejo, en el que ya la belleza había perdido todas las batallas. 


Y tú... ¿dejas que tus complejos te aparten de la luz?



Feliz domingo tortugas de sol...





violencia deportiva... negocio olímpico.

Para quienes gusten del futbol será sabido que las recientes jornadas mundialistas no han estado excentas de fuertes demostraciones de fuerza, prepotencia, heridos graves, faltas deliberadas, al margen de la legalidad del juego y como despliegues de agresión que ponen en duda la vigencia de este juego cuyas reglas de civilidad lo caracterizaban como un deporte de caballeros, en donde prevalecía el arte de tocar el balón, se castigaba la ley de la ventaja y se expulsaba a los agresores.

Hoy llegamos al final de Brasil 2014 y son muchas las interrogantes que se suscitan. ¿Existen agendas ocultas? ¿Se puede convenir el resultado de un partido? ¿Los árbitros son corruptibles? ¿Los jugadores se apegan a prácticas de ética profesional? No lo sabemos, lo que sí parece indudable es que ya no se juega por la camiseta, ya no se muestra deferencia hacia los países que los respaldan. Los jugadores son objetos del mercado, en venta, en vitrina de exhibición peleando por un lugar en algún equipo, peleando por una mejor paga. El arte de tocar el balón se convirtió en el arte de cotizarse al mejor postor.


Y tú... ¿recuerdas cuáles fueron las mejores jugadas de este mundial?





Reciban un abrazo de luna llena, hermosas tortugas.

miércoles, 9 de julio de 2014

almas desamparadas...

Ser niña, ser niño, son experiencias que todos compartimos. No todas las infancias son igualmente felices, ni todos los hogares seguros. Si bien la infancia es un invento de la modernidad, ser niños es parte de nuestra condición humana. El debate sobre todas las implicaciones al respecto del respeto de los derechos humanos de niñas y niños va desde las garantías mínimas de bienestar, hasta el reconocerlos como personas con capacidad de decisión y con preferencias que deben ser escuchadas y respetadas, pasando por la toma de conciencia de que bajo ninguna circunstancia pueden ser sujetos de maltrato y, no solo eso, de que su desarrollo es una cuestión prioritaria, con necesidades propias, por lo que hemos desarrollado diversos recursos pedagógicos y debates sobre cuál es ésa mejor forma de cuidar, proteger, educar y garantizar el desarrollo de las niñas y los niños.

La infancia no necesariamente es ese lugar donde habita la pura inocencia. El ser personas en desarrollo implica una clara conciencia de sí mismos, el aprendizaje de sus responsabilidades y derechos, así como la interiorización de la norma moral y afectiva de la cual depende la contención de su actuar en el mundo como seres humanos. La infancia es también el momento en donde aprendemos la diferencia entre lo bueno y lo malo, reconociendo en nosotros mismos nuestra capacidad de dañar o descubriendo en nuestras vivencias la posibilidad de ser dañados, abusados o abandonados. Y para muchos la infancia es el lugar para hacerse grandes sin haber sido niñas, sin haber sido niños, pasar del breve sustento y cuidado para convertirse en una persona que debe asumir responsabilidades de adultos, sin siquiera recibir las bondades del cariño incondicional y la ternura de todo nacimiento. Sin vivir una infancia plena, con la urgencia de improvisar su sobrevivencia en un mundo sin paz, sin amor, sin justicia, sin derechos. Niños adultos, que cuidan de otros niños, que se ganan el sustento para alimentarse a sí y contribuir con sus familias. Almas desamparadas que deben aprender a defenderse como único modo de vida posible.

La falta de sensibilidad ante la magia que implica cada vida nueva que nace a la infancia nos da muestra de la mayor atrocidad de nuestro tiempo: el abuso sexual infantil, la trata infantil, la explotación infantil, el reclutamiento infantil, la migración infantil... la cosificación de la infancia como moneda de cambio, valor de uso, recurso disponible, arma de guerra, fuerza de descarga y objeto de negociación política. 

No es aceptable tal normalización de la violencia. No puede haber justificación alguna (ni en este mundo ni en ningún otro mundo posible) para que miles de familias abandonen a su suerte a sus niños y los arriesguen a la aventura de la migración ilegal como medida de último recurso, como forma de sustento, como acción de presión para no perder los beneficios de una situación migratoria que forma parte de sus aspiraciones sociales. No es posible que niñas y niños tengan asumir la responsabilidad de decidir tomar tales riesgos, cuando su condición por definición implica que son decisiones que no están a su alcance, que son consecuencias que no tienen porqué afrontar. La responsabilidad compartida de los órganos de Estado ineficientes para conciliar los intereses de una vida igualmente digna para todos con las prerrogativas de la libertad y la voluntad de todos sus ciudadanos no es tampoco una excusa plausible para tal abandono. 

Los padres, los operadores de Estado y todos quienes cometen algún delito en contra de niñas y niños al considerar una opción de forma de vida su uso, maltrato y abuso, comparten la misma responsabilidad abismal del horror que propician, han hecho posible y reproducen con un poder expansivo jamás antes visto, ni las armas, ni las drogas, ni ningún otro tipo de negocio perverso se compara con la deuda insaldable que tendremos todos que afrontar ante la imposibilidad de encontrar una solución adecuada para convivir y subsistir humanamente, ante la imposibilidad de construir el mundo que nuestras niñas y niños merecen y necesitan. 

Algo hemos hecho muy mal: al menos 50 mil niños son almas desamparadas a su suerte, sin contar otros miles a lo largo y ancho de nuestra geografía humana. Yo llamo a rendir cuentas a sus padres, a los Estados y a quienes se organizan en torno a un modo de vida fuera de la ley. Porque de todas nuestras impunidades, ésta es, por mucho, la más dolosa.


Y tú... ¿crees que son las niñas y los niños quienes deben afrontar tales responsabilidades?



Fuerte abrazo con magia de tortuga...


martes, 8 de julio de 2014

41 años...

A un año y cuarenta días de haber iniciado la cuarta década de vida... sobreviví: al escrutinio de mi conciencia, a la censura de mis recuerdos, al despertar de una nueva memoria, al recuento de los daños, a la satisfacción de los logros, al reproche del necio super yo, al derroche del generoso ello, a los exabruptos de la identidad del yo, a los caprichos del ego, al sofocamiento de la neurosis, al hostigamiento de mi juicio, al horror de mis perversiones, al fantasma de mis ilusiones, al delirio de las falsas expectativas, a la opresión de mis tristezas, a la libertad de mi alma, a la luz del amanecer, a la oscuridad del terror, a la certeza de mis sueños, a la verdad de mi realidad, al rencor de mi mezquindad, a la miseria de mi debilidad, a la crueldad de mi arrogancia, a la gratitud de mi corazón, a la generosidad de mi cuerpo, al mandato de la razón y al clamor de mi vocación. Y doy gracias a todos los Dioses... pues qué sería de nuestro presente sin un poco de la cordura que brinda la fluoxetina... probablemente: un lugar sin verdades. Pues el dolor sería tan grande y tan profundo que empeñaríamos todas nuestras energías para evadirnos del turbulento existir y pasar la vida sin percatarnos siquiera de quiénes somos y qué camino queremos andar. 

El balance, tras la positividad de todo lo que parecía eran sueños cumplidos y tras la negatividad de todo lo que no llegó a ser, debo confesar que es dialécticamente a favor: tras la superación de las contradicciones, siempre llega la realización de nuestra alma. Lo cierto es que la tercera década fue tan grande y hermosa que me costó mucho desprenderme de ella y reconciliar la posibilidad de que quizá ningún tiempo futuro tendrá esta misma magia, sin temer descubrir que alegrías desconocidas, paz, logro, calma y satisfacción serán el sello de los años por venir, una vez hechos los ajustes necesarios para solventar expectativas realistas y destronar virtuales fracasos y falsas frustraciones.

Han sido años tan especiales e inesperados que no consigo una brújula para trazar las rutas por venir. Hubo sorpresas hermosas. Estos años me dieron mucho mucho más de lo que soñé, pedí o esperé. Agotaron mis metas de muchas formas, tanto como me agotaron a mí por el exceso que los caracterizó. Se abrieron más de un camino al mismo tiempo, más de una vez. No acababa de comprender una cosa cuando ya tenía una nueva respuesta. Los planes para muchos años después, de pronto se volvieron las oportunidades del presente. Aprendí con tanta velocidad y tantas nuevas materias que creía que me ahogaría de asfixia atragantada con la adrenalina del aprendizaje, la mayor y más efectiva droga que existe, lamentablemente, la menos adictiva, pues la disciplina de su esfuerzo no perdona los días de olvido.

No estaba preparada para la abundancia, pues no imaginaba llegar a sostener tanto entre mis manos, todo lo que pude anticipar era tan simple que mi ambición se limitaba a un tiempo con pausa y a vivir un día a la vez, una vez trazado un rumbo fijo. Pero la magia de la vida esconde secretos impronunciables que acrecientan todo lo que soñamos en mejores versiones de nosotros mismos. Y por mucho que nos neguemos a recibir aquello que hemos cosechado, la belleza encuentra el modo de iluminar nuestro camino para, si bien dar un paso a la vez, saber que cada paso multiplica nuestras direcciones y que de lo que se trata es de lograr caminar sin perder de vista todos los horizontes posibles, sin paralizarnos ante la abundancia, sin enloquecer ante el infinito de nuestra mente, sin frustrarnos ante la finitud de la temporalidad de nuestro cuerpo. Conciliar y sincronizar nuestros tiempos de vida en una melodía que sea capaz de navegar a través de todas las voces posibles. Y recibir sin miedo... porque la vida es un regalo feliz. Perdonar y perdonarnos. Agradecer y agradecernos. Amar y amarnos. Escuchar y escucharnos. Abrazar y abrazarnos. Ser solos y ser con otros. Simplemente, vivir. Gracias.


Y tú... ¿ya descubriste la abundancia de la suma de tus años de vida?



Bendiciones y sonrisas para ustedes... hermosas y felices tortugas.



la resistencia...

De acuerdo con Freud, la resistencia es un esfuerzo energético por preservar aquellos recuerdos que anidan nuestro inconsciente gracias a alguna forma de represión. Aquellos recuerdos que hemos destinado a algún tipo de olvido. El dolor es quizá la causa de estas represiones que salvaguarda la memoria sin conciencia: evitarlo, escapar a sus designios, olvidar el quebranto de nuestros cuerpos y nuestros corazones para no olvidar que, pese a todo, cada día es un día feliz. Para recordar la alegría en medio de nuestras más grandes tristezas, para ser fuertes en los momentos de mayor debilidad, para estar vivos sin desaliento en las mañanas en que nos faltan motivos para respirar porque hemos perdido a quienes amamos o aquello que creíamos del todo cierto.

La resistencia está vigente, cuando queremos cambiar de hábitos, cuando descubrimos nuevas alegrías, cuando revivimos alguna experiencia de tristeza o de alegría pasada, cuando estamos presos de algún tipo de sugestión, cuando descubrimos un engaño en el cual hemos vivido, tanto y como cuando llegamos a un estado de plena realización -en ese resquicio de paz que se llama felicidad es en donde la resistencia anida con mayor fuerza...

Cuando estos eventos ocurren, es decir, cuando el tiempo presente-pasado-futuro se intercala entre sí, cuando nuestros recuerdos se interpelan entre sí, cuando lo que soñamos de nuestro futuro se contradice de algún modo... es cuando habitamos una experiencia de la resistencia, queriendo despojarla y resignificarla por lo que ahora somos y queremos, pero ella, con temor, nos recuerda que todo cambio en nuestra armonía lleva consigo un aire de muerte y nuestra prevención del dolor es siempre un intento por preservarnos y vivir, a toda costa. 

Recalibrar el esfuerzo energético de la resistencia conmueve nuestros dolores, reapertura nuestros ciclos clausurados de vida, transfiere nuestra voz y nuestras conductas a los otros, al pasado, a los otros en el pasado y a nosotros también en nuestras formas pasadas. Por ello, nos resistimos, incluso, a vivir nuestras alegrías, con tal de olvidar el dolor de nuestras pérdidas: la conmoción de aquellos días felices perdidos. Lo cual, por muy paradójico que se escuche, opera en cada una de las células de nuestro cuerpo tanto cuando se trata de heridas físicas como de dolores emocionales.

Los sabores, las palabras, los lugares, los olores, los sonidos, la música, la pintura, las fotografías, los vicios y las adicciones, con la misma fuerza que nuestros sentimientos, son detonadores que nos enseñan a viajar a través de las secuencias temporales de nuestra experiencia de vida en este correlato de presente-pasado-futuro. En donde...solo el relato repetitivo de los acontecimientos nos ayuda a permanecer en unidad con nosotros mismos. De ahí que la memoria sea uno de nuestros signos primordiales de identidad. De ahí, también, que cuando es tiempo de nuestras más grandes transformaciones, nos aferramos a nuestras neurosis con mayor fervor, como forma de resistencia para adoptar las nuevas verdades puestas en escena, como signo de negación ante las evidencias de las realidad, como aliento de sobrevivencia.


Y tú... ¿reconoces los sabores de tu resistencia?


FELIZ JULIO!!
Reciban un gran abrazo con magia de tortuga.