miércoles, 25 de abril de 2012

los juicios en el camino

Conforme pasa el tiempo, comprendemos lo que otras personas ven en nosotros. Descubrimos que, con quienes habitamos, no siempre nos perciben en concordancia con nuestra auto imagen. Nos podemos sorprender ante la generosidad de quien nos mira y descubrir a través de su mirada un sinnúmero de atributos que desconocíamos de nosotros mismos, así como, podemos indignarnos ante la severidad de su mirada y el juicio sobre nuestros defectos. Entre ambos extremos, sabremos cómo esta percepción nos ayuda a conocernos mejor y cómo estos juicios nos enseñan de quienes nos observan, ya sea en la justicia de sus observaciones, ya sea por la injusticia de sus sentimientos. Pero no tenemos muchas otras opciones. A la inversa, el proceso es similar, percibimos a los otros, a veces, con excesiva generosidad, otras veces, con la misma severidad que nos lastima y, en el punto medio, aprendemos a reconocer en ellos tanto nuestra subjetividad como la objetividad de nuestra experiencia en común. Con el paso del tiempo, logramos conocernos y aprendemos a conocer a quienes habitan los múltiples espacios de nuestras vidas.

Entre las modas de la comunicación social hay dichos como "lo que te molesta de las personas, son las proyecciones de tus propios rasgos de personalidad". Me parece que es una frase vacía, porque si bien, conforme nos sentimos comprometidos con el conocernos a nosotros mismos: las proyecciones y las transferencias son mecanismos simples y precarios de la psique de nuestro comportamiento; conforme maduramos y nos volvemos dueños de nosotros mismos: empezamos a ser capaces de distinguir estas proyecciones operativas y estas transferencias referenciales de los ámbitos analíticos más profundos de la objetividad. 

A veces será vernos a nosotros mismos en versiones que no aceptamos de nosotros mismos, o en versiones que creemos sólo nos pertenecen a nosotros mismos, lo que nos pueda generar cierto grado de aversión. Pero otras veces, podemos realmente sentirnos ajenos a los valores de otra persona o a su forma de comportarse e indignarnos simplemente por su modo de ser, no porque tengamos derecho a quererle imponer nuestras convicciones, simplemente porque ya hemos optado por otro modo de ser y sentimos pesar de no poder compartir con los otros de todo lo que nos hemos enriquecido al aprender a vivir a de otra manera, o porque precisamente optamos por no ser como estas personas, que ahora nos molestan, por convicción propia y en aras de un crecimiento profundo de nuestro carácter. En cualquier caso, es verdad que no debemos inquietarnos, pues en lo que a relaciones humanas compete, lo único que está a nuestro alcance es nuestro propio ser y actuar.

Si bien es cierto que sólo podemos encontrar este tipo de reconocimiento si nos identificamos con quien nos altera o desagrada, el desagrado es real, y es real no como una simple proyección o negación de asumirnos tal cual somos, sino precisamente porque ya nos hemos aceptado como somos y hemos descubierto un universo de posibilidades para la vida insospechadas para nosotros antes de habernos arriesgado por otro modo de ser. El cual hemos elegido en conciliación con nuestra propia naturaleza de carácter y de personalidad. Y en definitiva, todos estos encuentros y desencuentros son retos para crecer y para volvernos a preguntar ¿quiénes somos? y ¿quiénes queremos ser?

Es decir, sí nos es posible hacer juicios sobre otros seres humanos más allá de nosotros mismos, así como, es posible reconocernos y hacer juicios respecto de nuestros actos, también con credibilidad y altos grados de certeza.

Lo que creo que ocurre es que es más fácil tomar posturas unilaterales para analizar a las otras personas, en tanto, nos otorgan poder sobre ellas. Sin embargo, estoy convencida de que hacer esto es una falta de respeto y de integridad. Yo me inclino a la autonomía y a la no intervención sobre las libertades de las personas con quienes convivimos. Sé que no es tarea fácil, es un esfuerzo de vida que hacemos cada día, pero vale la pena. Con el tiempo, logramos transformarnos a nosotros mismos y sin darnos cuenta dejamos de observar los juicios de los otros y se nos desvelan sus rostros, más allá de nuestra subjetividad, lo cual nos permite realmente al reconocimiento de las otras personas, ya no como apéndices de nuestras proyecciones, sino como seres autónomos en igualdad de condiciones que nosotros. 

Es triste cuando la incomprensión hace que las personas te maltraten con sus juicios. Pero parte de ser autónomas, mis queridas tortugas, es no escuchar palabras que se niegan al diálogo, una vez que te adhieren a su percepción sin darte lugar para expresarte. Cuando no hay escucha asertiva, no hay palabras que valgan para expresarte, explicarte ni comunicarte. 

Creo que debemos sentir desconfianza de todas las frases hechas que pretenden darnos respuestas unívocas a nuestra búsqueda vital y existencial. Ya que el único valor de estas frases es descubrir su verdadero significado a través de la propia indagación y experiencia, aún sin haber escuchado alguna de ellas. Sólo la apertura a la vida, sin juicios existenciales de manual, nos permite descubrir nuestras frases y contribuir con nuestro granito de arena a esta exploración que implica la aventura de la vida humana.

Lo importante no es conformarnos con frases hechas, es hacerlas nuestras, y verlas como instrumentos aislados que me dan pistas pero que no pueden encerrar la verdad que ocupa nuestra genuina identidad.

Cada día enfrentamos retos para descubrir la verdad en cada refrán y para vivir nuestros propios refranes. Para mí, una frase hecha propia, que será vacía para otras personas, es: quien te pide cosas que no puedes hacer se beneficia de lo que sí puedes hacer. Ya que cuando te sientes inútil no logras apreciar cuán importante es todo aquello que haces y entonces alguien lo hace por ti y se queda con todo el crédito. En el ámbito laboral esta es una práctica habitual, es una forma de lo que ahora se conoce como mobbing. Experiencia que espero no lleguen tener, ya que siento es una de las vivencias más tristes que una persona puede afrontar. El trabajo, entendido como la actividad motor de nuestra vida, tiene un ámbito sagrado, debilitar a alguien a través de su trabajo, negar los frutos de su propio esfuerzo, obligarla a recluirse para defenderse, manipular sus emociones y sus miedos para tener supremacía sobre ella, es inadmisible, e incluso es una práctica decadente si se trata solo de mantener un trabajo, de obtener un aumento, de corromper el trabajo de los otros seres humanos con el único fin de obtener beneficios personales; sin mérito, sin logro y sin honra. Esta es una de las caras más dramáticas del egoísmo humano. Y sin embargo, muchos de los esfuerzos laborales se debaten entre esta ínfima, mezquina y mediocre virtualidad de lo que debe ser el legítimo ejercicio del poder.


 Y tú ... ¿qué frase hecha haces propia?


Un fuerte abrazo genuina, alegres y amigas tortugas.



miércoles, 18 de abril de 2012

los límites del respeto

...cuando se enlazan con la soledad de la amistad.

La amistad y el apego de las relaciones elegidas a lo largo de la vida se caracterizan por ser libres y gozosos. Cuando las almas se unen tras descubrirse mutuamente, nace un genuino reconocimiento y respeto. En el seno de la complicidad y la confidencia, se tejen relatos, vivencias, sonrisas, secretos, coincidencias, certezas, alegrías, festejos y todo lo que acompaña el hallazgo de los nuevos descubrimientos. En las amistades se nutre un amor único: el enamoramiento de la escucha en donde de manera mucho más libre se entrega el cariño, la comprensión, el tiempo en común. A diferencia del amor profundo de pareja en donde esta entrega te conmueve despojándote de tus límites, invitándote a ser de otra manera, a vivir una completud que solo en el abrazo de nuestro ser amado podemos descubrir, a disfrutar placeres únicamente posibles en sintonía con tu tortuga gemela; placeres que abren el sentido de tu vida hacia realidades antes incomprensibles o inimaginables. De ahí la aparente esclavitud de los grandes amores, de ahí la aparente libertad de las grandes amistades.

En contraposición, el encuentro de la amistad va sembrando sus ataduras casi imperceptiblemente, aquella primera complicidad de luz se vuelve condescendiente, y la falta de altos contrastes evaden la objetividad de los relatos que se comparten, de ahí su valor edificante que con el tiempo nos merma y nos impide crecer si sucumbimos ante el falso respeto por el otro y preferimos callar aquello que somos. 

El encuentro del amor en cambio nace de esa conciencia de la diferencia, se alimenta de la libertad, se complementa, por lo que, una vez que el entusiasmo de la sublime sintonía se cifra en un nuevo equilibrio de vida, la relación amorosa se convierte en la fuente del mayor respeto, en donde la entrega es siempre un acto renovado de voluntad, en donde sin merma se aprende a crecer. A menos que nos conformemos con hacer de este espacio, de deseo y plenitud, el nido seguro de una nueva amistad, renunciando al placer de la pasión capaz de arriesgarse a sí mismo por el otro.

Y no es que debamos valorar los amores de vida sobre el amor de nuestra vida ni que podamos compararlos en forma alguna, por su distinta naturaleza cualquier valoración entre ambos es definitivamente inconmensurable. Siento que todos nuestros amores son indispensables para explorar la genuina solidaridad, la mágica posibilidad de sentir con otros, de conocer otros mundos de las mentes humanas y de no perder la posibilidad de maravillarnos ante la excepcionalidad de la vida. Estas formas de querer nos remiten a espacios muy diversos de nuestra existencia con lo cual logramos instrumentar musicalmente todo aquello que somos más allá de nosotros mismos. Y a lo largo de la vida, son estas experiencias compartidas las que definen el color de todos y cada uno de nuestros recuerdos. Memorias compartidas que nos regalan la certeza de conservar pedazos de nuestro inaprensible pasado. Como si, a manera de álbum fotográfico, se trazaran dimensiones paralelas en donde estas historias y anécdotas persisten y nos mantienen unidos a todos entre sí. Más allá de toda temporalidad. Conectados a través de nuestros recuerdos y cifrados toda vez que fuimos tocados por un encuentro.

No hay amor ni amistad que nos pueda arrebatar de nuestra íntima sentencia de soledad, en tanto humanos somos, y ése es el único límite para el respeto por el otro: nuestra infranqueable intimidad. El circuito propio de nuestra identidad temporal, el cual sólo se preserva a través de la unicidad de nuestro ser en la inmediatez de cada latido de vida. De ahí que, cuando un par de soledades se entrelazan por amor y por amistad, todo el universo se recomponga para abrir caminos al sin fin de identidades compartidas que nos regala la convivencia humana.


Y tú ... ¿cómo te enamoras?


Hasta mañana amorosas tortugas.


martes, 17 de abril de 2012

verdad y felicidad

... pensar la felicidad es una parte importante de vivir feliz. Definitivamente.

Pensar positivamente (o tener actitud positiva) es, a mi gusto, un cliché. No por ello no se puede encontrar el significado virtuoso de esta intención.

Hay quienes apelan a las conexiones del cerebro para afirmar que recuerdos y pensamientos positivos conectan un circuito de bienestar a nivel eléctrico y magnético de las funciones hormonales de los neurotransmisores, en donde la composición química del cerebro se logra fijar manteniendo niveles virtuosos en tanto se pueden replicar para mantener la sensación de felicidad como un estado de equilibrio metabólico, con lo cual basta con la ilusión berkleniana de que las percepciones son lo único real y basta nuestra mente para lograr la felicidad. Una senestesia similar se logra con el consumo de estimulantes y drogas. El debate es entonces si basta la voluntad de un buen pensamiento para alcanzar la felicidad o si ésta tiene algunos otros componentes.

Por mucho de verdad que haya en estas teorías y suposiciones, me parece interesante explorar la relevancia de estos mecanismos cerebrales de los cuales, ciertamente, depende en gran medida nuestro bienestar o al menos la experiencia y percepción que tengamos de dicho bienestar.

Definitivamente, el imaginar, soñar, desear y, en general, los pensamientos que nos remitan a momentos felices o todo aquello que en nuestra mente es un referente de realización y alegría, son facultades indispensables para la construcción de una vida feliz, y es, precisamente, lo que llamamos esperanza. Efectivamente, el valor de la esperanza radica no en la posibilidad real de cumplir dichos sueños, ni tampoco en la verdad de estas ilusiones, radica en cómo se define nuestro ser de conciencia, en términos ontológicos, y una de sus más bellas posibilidades, de la mano de la libertad, es la esperanza. 

Sin embargo, en términos de bienestar también es importante contar con referentes que nos remitan al principio de realidad, a la voluntad realizada, no sólo a la esperanza de una voluntad cumplida, así como, es indispensable una relación de verdad con nuestra propia vida. Son ambos componentes los que logran el equilibrio perfecto para que las funciones indiferentes de nuestro cerebro se conviertan en nuestras aliadas de vida y no en nuestro impedimento. La supremacía de una sobre la otra, genera falaces desequilibrios que pueden ser reconfortantes como medio de convencimiento y seguridad dogmática, pero que al cabo de ciertos tiempos, nos remitirán nuevamente al conflicto no resuelto de origen que posibilita tal desequilibrio.

Así, como me recordó mi corazón de tortuga, la felicidad también se alimenta de los buenos pensamientos. La pregunta es ¿cómo distinguir la verdad de nuestros pensamientos... para hacer de nuestra felicidad más que deseo y de nuestro deseo algo más que carencia?


Y tú... ¿cómo alimentas la verdad de tu esperanza?


Gracias tortugas y buen día de sol saliente...


lunes, 16 de abril de 2012

paciencia y mediaciones

Olvidar puede ser una forma difícil de existir si vivimos con convicción e intensidad, pero es la más práctica cuando se trata de no detenernos en los detalles y avanzar en lo sustantivo, e incluso la más cobarde, cuando se trata de no pensar en lo que de verdad nos hace feliz. Olvidar es también una forma sana de despedirnos del pasado, en especial, de todo lo que no vale la pena conservar del ayer.


Confieso que a mí me cuesta mucho olvidar. Mantengo abiertas mis heridas más del tiempo razonable y vuelvo a los instantes que me lastimaron más de una vez, casi siempre sin justificación alguna. Perdonar me es más fácil, pedir perdón me llena de paz y puedo perdonar sin que me lo pidan. Me gusta perdonar y perdonarme. 

Pero porqué olvidar me es tan difícil. Es realmente un síntoma de estúpida soberbia, no podemos volver atrás, ni cambiar nada en nuestro pasado, sólo podemos mirar hacia adelante y ser felices en el presente. Tampoco olvido fácilmente los días felices, me aferro a ellos con mucha más fuerza que a mis heridas, como si sólo pudiera definirme en lo que fui, en quienes me regalaron sonrisas, en los amores bellos de ayer, en los besos inolvidables y en las caricias que me despertaron. Pierdo de vista que ninguna caricia de ayer puede valer más que el vacío de hoy. Y que si una caricia es compartida debe lograr permanecer en el presente. Es como si viendo al ayer nos conformáramos con muy poco. Como si subsumiéramos en lo perdido lo vivido y aprendiéramos a vivir sin aquello que de verdad nos importa. Lo mismo cuando se trata de los malos recuerdos, es como si nos definiéramos en ellos al grado de no estar dispuestos a pasar la página y recibir en el presente todo aquello que nos faltó ayer. 

Vivir sin olvidar, cuando esto nos limita a estar en el presente que somos y a abrir nuestros caminos hacia el futuro, es como vivir muriendo. Vivir recordando los malos días, las palabras ofensivas, lo no dicho, lo mal dicho, y el sin fin de eventos que se escapan de nuestras manos; eventos que traicionaron el ímpetu de nuestra voluntad para enseñarnos que nuestra libertad es limitada y que nuestra autonomía se acota a la identidad del presente solo para que en el futuro nos reconozcamos como otros; es condenar nuestro ser a nuestra propia esclavitud. Vale más vivir construyendo nuevos recuerdos, que recordar el tiempo vivido sin dejar espacio para que los regalos de la vida en el presente prefiguren el futuro que queremos ser, trascendiendo el pasado que quisiéramos poder negar o poder recuperar, trascendiendo nuestra ridícula autoestima.


Los invito a con paciencia... llenar la vida de la esperanza de un mañana por llegar, vivir el hoy con la ilusión de recrearnos sin la fatalidad del ayer. Una de tantas mediaciones es el olvido. El olvido que, incluso cobarde, nos regala la posibilidad de rectificar y de aprender a vivir de otra manera. El olvido que, incluso ingenuo, nos regala la posibilidad de volvernos a enamorar como si fuera la primera vez, nos permite perdonar a quienes más amamos para no dejarlos de abrazar, abre los espacios de nuestra generosidad y nos permite trazar nuestras historias desde más de un punto de vista, más allá de una vivencia unilateral. 

El olvido nos permite soñar... y tocar a nuestro ser amado como si nada pudiera separarnos, a pesar de todas las distancias, de todas las ausencias, del tiempo perdido de ayer y las noches rotas de hoy. El olvido que, incluso con miedo, nos permite sonreír en medio de la adversidad. El olvido que, con rebeldía, nos permite amar. Olvido de nuestra arrogante soberbia, olvido de todo lo que nos impide crecer.

Sólo vale la pena recordar los días en que hemos sido tocados por el carácter sublime de la existencia, los regalos, las sonrisas, el amor, la dicha, la generosidad, el canto, la música, la pasión, la valentía, el baile, la suave letra, la palabra precisa, la mirada perfecta, el roce único e inesperado, la certeza de ser, el logro de las metas cumplidas, el abrazo de amistad, el buen consuelo, los sueños felices, los placeres, la salud, la luz, el sol, la lluvia, el viento, la luna, el cielo estrellado, el mar, las montañas, las aves, la naturaleza, los animales no humanos: generosos y sin perversidad alguna, un buen vino, un delicioso banquete, un atardecer, un amanecer, la paz al dormir, la paz al meditar, la dicha de los profundos encuentros, la intensidad del conocimiento, la experiencia de la verdad. Al recordar la plenitud de la vida, nos damos la oportunidad de seguir expandiendo nuestra existencia en aras de acrecentar dicha plenitud. 


Y tú... ¿qué no logras olvidar?


Un fuerte abrazo mis amigas tortugas. 






jueves, 12 de abril de 2012

Sentir...

sin violencia es un reto en nuestros tiempos...


El dolor marca nuestros días con radicalidad, al ser una civilización incapaz de generar condiciones felices para la vida. Somos una sociedad enraizada en el conflicto, en la afirmación del poder, en la lucha por pertenencias de culto, de clase, de ideología, de creencia, de dominio, de territorio y de saberes. 

Cuando nos preguntamos sobre la proliferación de los padecimientos por algún tipo de adicción, debemos preguntarnos por los dolores que albergamos. Lo mismo cuando se trata de averiguar soluciones para prevenir delitos y crímenes. Toda corrupción de lo justo implica un gran dolor. Y cuando nos preguntamos por formas para erradicar la violencia debemos comprender qué la despierta no cómo mitigarla. La expresión de las violencias son síntomas de una fuerte descomposición de nuestro organismo vital.

Mientras dolamos a causa de cómo hemos organizado la vida, viviremos presos de nuestras adicciones, del tipo que éstas sean. La única prevención efectiva es dejar de cultivar dolor. El reto hoy es cómo aprender a vivir. 

Una sociedad que se nutre de sufrimientos es inevitablemente asidua a todos los medios a su alcance para evadir tal dolor, a través de los mecanismos biológicos y orgánicos diseñados para sobrevivir. El consumo de estupefacientes está relacionado directamente con estos mecanismos y lo interesante hoy es porqué la preferencia por el consumo de drogas (o de cualquier otro alimento que opere de la misma manera como puede ser el alcohol, los carbohidratos y el azúcar) es un hábito tan efectivo en el seno de nuestra cultura, ya que de no ser así, no prevalecerían con tal certeza. Lo mismo lo que corresponde a las expresiones de violencia que son otra forma de adicción, en tanto involucran también procesos orgánicos asociados a la adrenalina y a todo el sistema límbico que alberga la función constitutiva para regular las señales de placer y displacer.

La adicción no es una huída fácil ante la vida ni una simple enfermedad determinada por una propensión genética . La adicción es un equilibrio que nos permite no sentir el dolor o que compensa otros desequilibrios. De ahí que la única alternativa posible sea repensar el mundo desde equilibrios más virtuosos y establecer reglas de convivencia que tomen en cuenta paradigmas replicables hasta el infinito. Con el fin de que los incentivos de vida y muerte, que justifican el causarnos dolor unos entre otros y a nosotros mismos, se erradiquen por completo.


Y tú... ¿conoces tus dolores?


Hasta un poco más tarde... reciban un fuerte abrazo de tortuga.


lunes, 9 de abril de 2012

domingo de resurrección

... el tiempo de bajar de la cruz llegó.

No hay mayor sacrificio que regalarle a tus seres queridos las certezas que necesitan para vivir felices, incluso cuando eso implica su renuncia. 

El enojo es un sentimiento poderoso. Uno de los más temibles, ni el amor verdadero, ni el abismo de una libertad por explorar, ni la pérdida de la vida, se compara con la fuerza de la ira. Sentimiento que atrapa la imposibilidad cuando el bien y mal se funden ante la indignación, la polaridad y la violencia. 


La furia es enojo sin mediación, inocente y sin perversidad. Se expresa como huracán rabioso. Deja estelas y sacudidas a su paso. Quien con furia se enoja, sonríe de reojo, se sabe cómplice de sí mismo, se sabe fuera de sí. Se pierde por un momento para reencontrase liberado y en paz. Sin comprender la razón de su exaltación.


El enojo impide sentir sentimientos más profundos como son el dolor, la ternura, el amor, la compasión, la empatía, el miedo, la alegría, la tristeza. Es una coraza de protección que inmuniza nuestro espíritu al mismo tiempo que lo deja indefenso. Inmune ante la verdad, desarmado para la realización.


Cuando el enojo no se logra expresar, explota la ira en la peor de sus formas: la furia. Expresar nuestro enojo con palabras y ser capaces de reflexionar sobre nuestros sentimientos profundos, es sentir sin violencia. 


Toda violencia nace de lo no dicho, de lo no comprendido, de lo no sentido. Y la violencia que no se libera con la furia del enojo, aprende de la sutil forma de lo perverso, construye un camino de fijaciones y odios para evitar sentir las verdades que nos ocupan.


El enojo es también sacrificio, una frase muy banal y muy usada repite: "el que se enoja pierde". Yo corregiría esta plana para decir: "el que se enoja se sacrifica". Se sacrifica para que los demás sientan que ganan, en tanto ellos no están dispuestos a arriesgar nada de sí. Arriesgar de sí significa ver a través de uno mismo sin temor a tus propias verdades.


Por eso, cuando renunciar es perder lo que se quiere o lo que se sabe de cierto en aras de otros, se consuma un sacrificio y presenciamos un acto de generosidad sublime. Quien se enoja muestra el rostro para que el otro no reconozca en sí sus propias verdades. Quien se enoja está dispuesto a perderse a sí mismo, para que los demás encuentren las certezas que necesitan para afirmar sólo las verdades que quieren admitir, aún si son falsas verdades. No creo que ésta sea la manera en que debamos ser generosos entre nosotros pero sé que mientras temamos a nuestras verdades necesitaremos de la fortaleza de quienes están dispuestos a este generoso sacrificio.


Y tú... ¿conoces el porqué de tus enojos?


hasta mañana y gracias por su paciente espera... queridas tortugas.



empezar

Es difícil llegar a comprender el principio de ciertas situaciones. En qué momento creces, en qué momento te aferras a lo que conoces de ti, en qué momento descubres el valor para elegir los caminos de tus pasos. Cuándo el silencio de una voz se vuelve ausencia y cuándo la distancia se vuelve silencio. Porqué el sacrificio puede regalarnos la llave de la feliz consumación de nuestra libertad y porqué la renuncia nos condena a la infelicidad. 

Cada día descubro al menos un motivo para sentarme a escribir, sin embargo, no cada día elijo un momento para hacerlo. A medida que han pasado los últimos meses, se han escapado muchas de estas letras. 

Hay muchas razones para postergar lo importante, o para renunciar al carácter urgente de lo importante, ante la necesidad de lo impostergable: la vida.

Construir los caminos de una vida implica también lo que me gusta llamar: la suma de las mediaciones. Y la libertad radica, en parte, en la posibilidad de acceder a las mediaciones desde la voluntad consciente de un deseo que se conoce a sí mismo.

Cuando me refiero a las mediaciones, me ocupo de todas aquellas situaciones que implican durante un tiempo acotado ajustarnos a una condición determinada, en aras, de satisfacer el cumplimiento pleno de la persona que hemos elegido ser. Algunos los llaman límites, otros estructura, orden, etcétera. En realidad, yo distinguiría las mediaciones de los límites, así como, remarcaría que no hay otro orden que el que se integra hermeneúticamente a través del sentido y del significado. O por algunos entendido como universo cognitivo. 

Por ahora, sólo dejaré abierta la reflexión acerca de las mediaciones porque me intriga darme cuenta que quienes me interpretan desde su razón asumen que mis mediaciones son falsas fatalidades de un alma en pena y no han logrado entender que ni son fatalidades y que no hay pena alguna en asumir la radicalidad de los ámbitos expandidos de la libertad, sin temor. Mas que el esfuerzo que duele la experiencia de todas nuestras mediaciones.


Y tú... ¿temes ser libre?


Hasta ayer amigas tortugas.