lunes, 9 de abril de 2012

domingo de resurrección

... el tiempo de bajar de la cruz llegó.

No hay mayor sacrificio que regalarle a tus seres queridos las certezas que necesitan para vivir felices, incluso cuando eso implica su renuncia. 

El enojo es un sentimiento poderoso. Uno de los más temibles, ni el amor verdadero, ni el abismo de una libertad por explorar, ni la pérdida de la vida, se compara con la fuerza de la ira. Sentimiento que atrapa la imposibilidad cuando el bien y mal se funden ante la indignación, la polaridad y la violencia. 


La furia es enojo sin mediación, inocente y sin perversidad. Se expresa como huracán rabioso. Deja estelas y sacudidas a su paso. Quien con furia se enoja, sonríe de reojo, se sabe cómplice de sí mismo, se sabe fuera de sí. Se pierde por un momento para reencontrase liberado y en paz. Sin comprender la razón de su exaltación.


El enojo impide sentir sentimientos más profundos como son el dolor, la ternura, el amor, la compasión, la empatía, el miedo, la alegría, la tristeza. Es una coraza de protección que inmuniza nuestro espíritu al mismo tiempo que lo deja indefenso. Inmune ante la verdad, desarmado para la realización.


Cuando el enojo no se logra expresar, explota la ira en la peor de sus formas: la furia. Expresar nuestro enojo con palabras y ser capaces de reflexionar sobre nuestros sentimientos profundos, es sentir sin violencia. 


Toda violencia nace de lo no dicho, de lo no comprendido, de lo no sentido. Y la violencia que no se libera con la furia del enojo, aprende de la sutil forma de lo perverso, construye un camino de fijaciones y odios para evitar sentir las verdades que nos ocupan.


El enojo es también sacrificio, una frase muy banal y muy usada repite: "el que se enoja pierde". Yo corregiría esta plana para decir: "el que se enoja se sacrifica". Se sacrifica para que los demás sientan que ganan, en tanto ellos no están dispuestos a arriesgar nada de sí. Arriesgar de sí significa ver a través de uno mismo sin temor a tus propias verdades.


Por eso, cuando renunciar es perder lo que se quiere o lo que se sabe de cierto en aras de otros, se consuma un sacrificio y presenciamos un acto de generosidad sublime. Quien se enoja muestra el rostro para que el otro no reconozca en sí sus propias verdades. Quien se enoja está dispuesto a perderse a sí mismo, para que los demás encuentren las certezas que necesitan para afirmar sólo las verdades que quieren admitir, aún si son falsas verdades. No creo que ésta sea la manera en que debamos ser generosos entre nosotros pero sé que mientras temamos a nuestras verdades necesitaremos de la fortaleza de quienes están dispuestos a este generoso sacrificio.


Y tú... ¿conoces el porqué de tus enojos?


hasta mañana y gracias por su paciente espera... queridas tortugas.



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