miércoles, 25 de abril de 2012

los juicios en el camino

Conforme pasa el tiempo, comprendemos lo que otras personas ven en nosotros. Descubrimos que, con quienes habitamos, no siempre nos perciben en concordancia con nuestra auto imagen. Nos podemos sorprender ante la generosidad de quien nos mira y descubrir a través de su mirada un sinnúmero de atributos que desconocíamos de nosotros mismos, así como, podemos indignarnos ante la severidad de su mirada y el juicio sobre nuestros defectos. Entre ambos extremos, sabremos cómo esta percepción nos ayuda a conocernos mejor y cómo estos juicios nos enseñan de quienes nos observan, ya sea en la justicia de sus observaciones, ya sea por la injusticia de sus sentimientos. Pero no tenemos muchas otras opciones. A la inversa, el proceso es similar, percibimos a los otros, a veces, con excesiva generosidad, otras veces, con la misma severidad que nos lastima y, en el punto medio, aprendemos a reconocer en ellos tanto nuestra subjetividad como la objetividad de nuestra experiencia en común. Con el paso del tiempo, logramos conocernos y aprendemos a conocer a quienes habitan los múltiples espacios de nuestras vidas.

Entre las modas de la comunicación social hay dichos como "lo que te molesta de las personas, son las proyecciones de tus propios rasgos de personalidad". Me parece que es una frase vacía, porque si bien, conforme nos sentimos comprometidos con el conocernos a nosotros mismos: las proyecciones y las transferencias son mecanismos simples y precarios de la psique de nuestro comportamiento; conforme maduramos y nos volvemos dueños de nosotros mismos: empezamos a ser capaces de distinguir estas proyecciones operativas y estas transferencias referenciales de los ámbitos analíticos más profundos de la objetividad. 

A veces será vernos a nosotros mismos en versiones que no aceptamos de nosotros mismos, o en versiones que creemos sólo nos pertenecen a nosotros mismos, lo que nos pueda generar cierto grado de aversión. Pero otras veces, podemos realmente sentirnos ajenos a los valores de otra persona o a su forma de comportarse e indignarnos simplemente por su modo de ser, no porque tengamos derecho a quererle imponer nuestras convicciones, simplemente porque ya hemos optado por otro modo de ser y sentimos pesar de no poder compartir con los otros de todo lo que nos hemos enriquecido al aprender a vivir a de otra manera, o porque precisamente optamos por no ser como estas personas, que ahora nos molestan, por convicción propia y en aras de un crecimiento profundo de nuestro carácter. En cualquier caso, es verdad que no debemos inquietarnos, pues en lo que a relaciones humanas compete, lo único que está a nuestro alcance es nuestro propio ser y actuar.

Si bien es cierto que sólo podemos encontrar este tipo de reconocimiento si nos identificamos con quien nos altera o desagrada, el desagrado es real, y es real no como una simple proyección o negación de asumirnos tal cual somos, sino precisamente porque ya nos hemos aceptado como somos y hemos descubierto un universo de posibilidades para la vida insospechadas para nosotros antes de habernos arriesgado por otro modo de ser. El cual hemos elegido en conciliación con nuestra propia naturaleza de carácter y de personalidad. Y en definitiva, todos estos encuentros y desencuentros son retos para crecer y para volvernos a preguntar ¿quiénes somos? y ¿quiénes queremos ser?

Es decir, sí nos es posible hacer juicios sobre otros seres humanos más allá de nosotros mismos, así como, es posible reconocernos y hacer juicios respecto de nuestros actos, también con credibilidad y altos grados de certeza.

Lo que creo que ocurre es que es más fácil tomar posturas unilaterales para analizar a las otras personas, en tanto, nos otorgan poder sobre ellas. Sin embargo, estoy convencida de que hacer esto es una falta de respeto y de integridad. Yo me inclino a la autonomía y a la no intervención sobre las libertades de las personas con quienes convivimos. Sé que no es tarea fácil, es un esfuerzo de vida que hacemos cada día, pero vale la pena. Con el tiempo, logramos transformarnos a nosotros mismos y sin darnos cuenta dejamos de observar los juicios de los otros y se nos desvelan sus rostros, más allá de nuestra subjetividad, lo cual nos permite realmente al reconocimiento de las otras personas, ya no como apéndices de nuestras proyecciones, sino como seres autónomos en igualdad de condiciones que nosotros. 

Es triste cuando la incomprensión hace que las personas te maltraten con sus juicios. Pero parte de ser autónomas, mis queridas tortugas, es no escuchar palabras que se niegan al diálogo, una vez que te adhieren a su percepción sin darte lugar para expresarte. Cuando no hay escucha asertiva, no hay palabras que valgan para expresarte, explicarte ni comunicarte. 

Creo que debemos sentir desconfianza de todas las frases hechas que pretenden darnos respuestas unívocas a nuestra búsqueda vital y existencial. Ya que el único valor de estas frases es descubrir su verdadero significado a través de la propia indagación y experiencia, aún sin haber escuchado alguna de ellas. Sólo la apertura a la vida, sin juicios existenciales de manual, nos permite descubrir nuestras frases y contribuir con nuestro granito de arena a esta exploración que implica la aventura de la vida humana.

Lo importante no es conformarnos con frases hechas, es hacerlas nuestras, y verlas como instrumentos aislados que me dan pistas pero que no pueden encerrar la verdad que ocupa nuestra genuina identidad.

Cada día enfrentamos retos para descubrir la verdad en cada refrán y para vivir nuestros propios refranes. Para mí, una frase hecha propia, que será vacía para otras personas, es: quien te pide cosas que no puedes hacer se beneficia de lo que sí puedes hacer. Ya que cuando te sientes inútil no logras apreciar cuán importante es todo aquello que haces y entonces alguien lo hace por ti y se queda con todo el crédito. En el ámbito laboral esta es una práctica habitual, es una forma de lo que ahora se conoce como mobbing. Experiencia que espero no lleguen tener, ya que siento es una de las vivencias más tristes que una persona puede afrontar. El trabajo, entendido como la actividad motor de nuestra vida, tiene un ámbito sagrado, debilitar a alguien a través de su trabajo, negar los frutos de su propio esfuerzo, obligarla a recluirse para defenderse, manipular sus emociones y sus miedos para tener supremacía sobre ella, es inadmisible, e incluso es una práctica decadente si se trata solo de mantener un trabajo, de obtener un aumento, de corromper el trabajo de los otros seres humanos con el único fin de obtener beneficios personales; sin mérito, sin logro y sin honra. Esta es una de las caras más dramáticas del egoísmo humano. Y sin embargo, muchos de los esfuerzos laborales se debaten entre esta ínfima, mezquina y mediocre virtualidad de lo que debe ser el legítimo ejercicio del poder.


 Y tú ... ¿qué frase hecha haces propia?


Un fuerte abrazo genuina, alegres y amigas tortugas.



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