miércoles, 24 de agosto de 2022

aliento...

 ... de futuro.



Qué nos queda entonces: abrazar el mañana con tal fuerza que podamos creer y soñar en que otra forma de vivir es posible. 

Confiar en que la verdad siempre triunfa. Tarde o temprano. Como seres de conciencia: nuestra naturaleza es expandir nuestros grados de libertad gracias a nuestra capacidad de pensar. Una vez que somos capaces de atravesar nuestros referentes de realidad y extenderlos más allá de lo que creíamos como cierto. Y así... nace el amor.

El escrutinio acerca de la verdad, cualquiera que éste sea, tiene como guía la pertinencia de las interrogantes que somos capaces, con valentía, de hacernos a nosotros mismos. Interrogarnos es dudar de aquello que nos reconforta. Es, también, abrirnos a la sorpresa de una respuesta inusitada. Dejarnos tocar por todo aquello que nos es desconocido, incluso por aquello en lo cual no nos sentimos representados. Sin temor. Sin temor de perdernos a nosotros mismos. Perder algunas de nuestras certezas para acariciar la verdad jamás pone en riesgo la certeza sobre quiénes somos, jamás amenaza aquello que nos otorga algún tipo de seguridad. Por el contrario, fortalece nuestro sentido de ser quienes somos. Nos engrandece. Acrecienta la posibilidad de pertenecernos a nosotros mismos. Tanto, como nos regala la generosidad de entregarnos... de renunciar a pertenecernos del todo. Siendo, con autonomía, precisamente quienes somos llamados a ser.

Abrir el alma y el espíritu a todas las alternativas que la vida nos regala cada día al despertar. Sin dudas. Renunciar a todo aquello que nos impida ser felices con justicia y sin error. Sin mirar atrás. Con amor. Con el corazón abierto al amor que se recrea a sí mismo, al amor bueno y verdadero, al único amor que nos libra de los equívocos de nuestro destino. Sin otra distinción que el sólo hecho de dejarnos guiar por los latidos que nos habitan. Con el aliento lleno de todos los amores que la vida nos depara a través de cada gesto amigo que dota nuestros días de una razón de ser. Con generosidad. Con perdón y reconciliación. Con olvido y paz. Enteros. Vivos. Y felices.

Porque hay personas junto a quienes el tiempo se hace corto. Con quienes cada vez que coincidimos nos sabe a poco. Esos seres divinos que con su sola presencia nos llenan de alegría, entusiasmo y bienestar. Tal si fuesen: elíxir sagrado. Y estos son los verdaderos amigos. Almas que nos acompañan sin necesidad de estar presentes. Corazones que de algún modo encontraron cabida en nuestro caparazón y con magia nos iluminan sólo por el hecho de ser quienes son. Y con suerte... una de estas almas se corresponde con la propia por siempre en un ahora que sí logra trascender todos los tiempos para ser el lugar de nuestra pertenencia. Y nuestro caparazón, tal mágica caja de música, es una armonía que se compone con el ritmo de todos estos quereres, sin mezquindades. Cada quien ocupa el sitio preciso que nos regala el equilibrio de la plenitud. Hay tantas maneras de compartir el destino que nos comulga con quienes logran armonizar el sentido de nuestra existencia más allá de nuestro propio juicio... que sólo es preciso abrazar con fuerza a quienes logran hacernos sonreír sin esfuerzo alguno.  

Más allá de nuestra subjetiva percepción y particular opinión, tales tortugas mágicas nos acrecientan: al mostrarnos mundos desconocidos vuelven nuestra vida un universo completo. Con gratitud, honor y lealtad. Con chispas de eternidad que nos brindan la certeza de estar vivos... realmente vivos. Nuestro principio de realidad en donde todo cobra su verdadero significado. Aliados y compañeros. Amigos reales. Diálogo verdadero. Alegría y reciprocidad. Mutuo entendimiento que se consagra en grandes causas. Justicia y belleza. Todo en un sólo instante en el que descubrimos que somos mucho más que dos.

Y son estas personas por quienes vale la pena arriesgarlo todo... darlo todo... y lanzarnos al abismo: sin mirar atrás. Tan sólo por amor. Son el sello de nuestra buena fortuna. El motivo de todas nuestras razones. El eco de nuestra voz. La duda de todas nuestras certezas que se diluye una vez que a su lado construimos nuevas verdades. Y así... podemos reconocer la victoria del corazón.

A veces la vida nos sorprende con tristezas inesperadas, afortunadamente: es justo cuando el alma se quiebra... cuando descubrimos las alegrías más grandes. Cuando nuestros seres de luz, personas incondicionales y con fe, no sueltan nuestra mano para recordarnos que no estamos solos y que merecemos toda la dicha del sol en un beso lleno de magia de tortuga. En un abrazo de vida. En un gesto fraterno evocado por la sola convicción de hacer lo que es correcto. Con cariño entrañable. Con sumo cuidado. Con respeto. Brindándonos confianza irrefutable. Y así... renace en nuestro ser la esperanza.


Y tú... ¿permites despertarte ante el brillo de una mirada... ante la magia de una voz... ante el encanto de unas manos... ante la melodía de un otro mundo... ante la presencia de un ser único?


Feliz miércoles...
lleno de mágico
amor de tortuga.
¡GRACIAS!