jueves, 7 de diciembre de 2017

el rompecabezas...

... escondido.


En nuestros quehaceres cotidianos se oculta el rompecabezas del mapa de nuestra historia de vida. Por ejemplo, cada vez que nos levantamos de la cama, de un modo u otro, recordamos otro tiempo, quizá la infancia, tal vez alguna persona, o algún momento cifrado en una experiencia tan común. Algún detalle... al acomodar la almohada, estirar las cobijas, ponernos las pantuflas, o no... La bata, la pijama. Tender la cama, doblar las sábanas bajo el colchón. La luz del día. El frío... o el calor. Leer el periódico, escuchar las noticias. Así como, al arroparnos por la noche, solemos evocar una imagen sin darnos cuenta, es decir, de manera casi imperceptible. Un gesto conocido... de nuestra madre o de alguien más. Un viaje. El vaso de agua o una taza de té en la mesa de noche. La luz de una lámpara en la madrugada. El sonido del despertador. La caja de kleenex. Abrir la cortina. Cualquier pequeño signo de nuestro ritual de cama que sepa conservar en nuestra memoria el latido de nuestro corazón.

No necesariamente se trata de algún recuerdo importante, a veces, puede ser algo recurrente y, sin percatarnos cada mañana y cada noche, estas piezas de nuestra vida componen la unidad de nuestro ritmo vital. O simplemente evocamos una pequeña reminiscencia de nuestro presente inmediato. De una u otra manera nuestro pensamiento está latente y conectado con algo más que el instante inmediato que vivimos. 

La habitación de baño, la regadera, las toallas, lavarnos las manos, los dientes, la cara... también son espacios compuestos de todas estas pequeñas piezas que conforman los rincones de nuestra memoria. Nuestra identidad cifrada no sólo en nosotros... el encuentro con las huellas que la identidad de quienes nos educaron, nos acompañaron y convivieron con nosotros, han dejado en nuestro territorio de hábitos y costumbres. 

La forma en que nos secamos, el modo en que nos atamos la toalla. Nuestro arreglo personal, peinarnos, vestirnos, sacar y guardar la ropa del clóset. Elegir los zapatos. El desodorante, el perfume... A veces, cada vez que abrimos un cajón en particular viene una imagen a nuestra mente. La imagen de un momento otro en el cual estamos cifrados junto alguien más. Una época. Una otra vida que sigue siendo la misma vida que somos hoy. 

El aseo del hogar es otro trayecto colmado de estas pequeñas reminiscencias. La escoba, el recogedor, el sacudidor, la jerga, la aspiradora y la forma en que los usamos. Los líquidos de limpieza, el cloro, el detergente. Al lavar la ropa, colgarla, plancharla. Lavar los platos, ollas, sartenes y cubiertos, secarlos, guardarlos, sacarlos, acomodarlos en la mesa... Todo esto entrelazado con la suma de pensamientos que se debaten entre lo inmediato y lo importante, lo que tenemos que hacer por la mañana, qué vamos a comer, a dónde iremos por la tarde, el pago en puerta, la cita médica, las tareas laborales, las reuniones de trabajo, la lista de quehaceres, llamadas previstas, las noticias de nuestros cariños, el sentido de nuestra existencia, algún antojo, algún plan para el fin de semana, la agenda del mes y de la próxima semana. El cansancio. El buen ánimo. El salir corriendo al trabajo. El tiempo de prisa para concluir lo mundano y poder concentrarnos en lo trascendente. El volver por la noche. El tiempo de calma para contemplar y sentir el goce de nuestro estar en el mundo. Y reconciliar... el resguardo de nuestras tristezas. Así como, el festejo de nuestras alegrías.

Cocinar... Una receta, el más sencillo desayuno, la forma en que mezclamos los ingredientes, los platillos que elegimos, la manera en que batimos un huevo revuelto, el punto tierno de cocción, el gusto por servimos el café, preparnos un té, cómo tostamos el pan, asamos la carne y le damos un toque nuestro al aderezo de la ensalada... La forma en que nos gustan los frijoles (negros... refritos...), calentar las tortillas (azules... de preferencia). Todas éstas, tareas simples que, de un modo o de otro, cada vez que las revivimos nos remiten a alguien, a algún lugar, una persona, un recuerdo, una experiencia, una añoranza o una ilusión. 

Hornear un pastel, abrir un vino. Unas papas adobadas con limón. La mantequilla. La masa de maíz. La sal y la pimienta. El ajo y la cebolla. El aceite de oliva. El azúcar. El helado. La crema. Cortar la fruta. Hervir la verdura. Una sopa. Un "sanduiche" de jamón y queso calentado en el sartén. El agua de limón, de jamaica o de horchata. Un jugo de naranja, de maracuyá, mora o tomate de árbol. Un yogurt con nueces o con almendras. En fin... aquello que para cada quien pueda trazar su existencia hasta un otro momento, hasta la primera vez que probó un sabor. Hasta el día que aprendimos a hacer pasta o preparar arroz. Los símbolos de nuestra independencia y de nuestra pericia como seres humanos capaces de proveernos a nosotros mismos. 

Poner la mesa, el mantel. La luna por la ventana... el paisaje. Quizás una terraza y, con suerte, una hamaca. La charola. El jardín. O el deleite de apapacharnos en la cama con una rica cena. La vajilla de la abuela o la taza que trajimos de nuestro último viaje. Una jarra de peltre. La forma en que tomamos los cubiertos. El modo en que se entrelazan nuestros dedos en cada sorbo de un rico chocolate caliente.

El orden, la decoración, la música, el canto, el baile, los libros, el arte. Un florero, un cenicero. Telas y colores. Y muchas otras de nuestras pertenencias que se van alimentando de nuestra historia. De la huella que somos. De nuestro aliento y de nuestro olor. Acompañadas del retrato de quienes han cifrado su latido en nuestro código genético o en nuestro registro mnémico. Nuestras letras y nuestros relatos... Una pluma, una hoja de papel en blanco y la inspiración para pintar. En definitiva... las piezas que componen el entramado de nuestra biografía. 


Y tú... ¿a quiénes descubres cada día en el rompecabezas de tu alma?




Buenas noches
mágicas tortugas
de miel...


sábado, 2 de diciembre de 2017

la liberación...

... y el espíritu de la Fe.


Nuestro hogar es nuestra morada. En él todo acontece de manera orgánica con nuestro ánimo. El arte de nuestra vida doméstica es lograr habitarnos de acuerdo con el orden que nos corresponde y, así, saber que nuestro corazón está en paz. 

La tortuga mágica tarda en sus caminos de luz pero siempre llega con victoria a sus metas propuestas. En el camino... admira el paisaje y conserva su caparazón en armonía con el sino de los tiempos... ése es su secreto.

Ella no desespera. Sí pierde la calma y se agota cuando los senderos se desvían, se oscurecen o le impiden alcanzar puerto seguro. Sin embargo, su resistencia y paciencia son más fuertes. Basta un respiro, la entrega a la pausa y disfrutar también en la espera, para reavivar sus ilusiones. Tiene una fe que no la abandona y se alimenta de la esperanza.

Diciembre llegó feliz. La luna esplendorosa es un milagro que no debemos olvidar, admirar y disfrutar. Junto con la energía poderosa escondida tras el gran halo brillante que, como aura, la ilumina más allá de todos sus linderos. Somos afortunados de poder contemplarla y armonizar nuestro espíritu con ella. Nos sentimos agradecidos bajo su cobijo.

Y de la mano de nuestra sabia tortuga... dejémonos guiar por la magia de los astros para reavivar los detalles que llenan nuestra vida de una cotidianidad plena. 



Y tú... ¿qué bendiciones alumbras con el reflejo de la luna?




Feliz diciembre
mágicas tortugas!!!
Y que el frío
no les impida
sentir el calor
del amor en este
día...
de luna azul.