miércoles, 25 de julio de 2012

victimización y justicia



Los procesos de reparación que la humanidad ha inventado para establecer condiciones de justicia una vez que un ser humano ha lastimado o violentado de forma alguna a otro ser humano son procesos que siguen en constante interrogación. Hemos intentado todo tipo de  medidas sociales de control, contamos con cárceles, educamos a través de castigos y la ley prohíbe conductas que conllevan sanciones. Al mismo tiempo, el sistema de justicia se teje de recovecos en donde las voluntades ejercen su libertad más allá de la enmienda de los comportamientos. El sistema educativo fracasa en su intento por inculcar costumbres que impidan las agresiones entre los seres humanos. La cultura conserva y estimula la normalización de la violencia en hábitos sutiles y no tan sutiles. Y seguimos estando expuestos a dañar o ser dañados como parte de nuestra convivencia social.

Una vez que se establece un parámetro de justicia o reparación, surgen controversias sobre si fueron medidas adecuadas, si el castigo fue suficiente o excesivo y se disputa la medida sobre la cual podemos establecer penas proporcionales a los actos cometidos en aras de equilibrios entre el mal ocurrido y el bien perjudicado. Una dificultad mayor aparece cuando abrimos la lente de la justicia y reconocemos el rostro humano tanto de las víctimas como de los perpretadores.

Me ocupa la condición de la víctima, quien vive un proceso doble, al mismo tiempo que afirma su vida en su situación de agravio, necesita reconciliar este agravio, justicia o no justicia mediante, para lograr iniciar su proceso de reparación y resarcimiento. Ante lo cual, ella misma debe reconocer su situación de vulnerabilidad y alzar la voz en su defensa, a través de la vívida narrativa de su experiencia. La verbalización del dolor y el constante señalamiento sobre los responsable no pueden, sin embargo, apoderarse de toda su identidad. Una vida que se oprime desde la afirmación del daño sufrido, oprime consigo la posibilidad de sanación y el desafío de trascender su propio sufrimiento una vez que se atreve a apropiarse de su destino, no como algo pasivo y paciente, sino como un ejercicio de libertad y autonomía.

La silente víctima tampoco es una aproximación hacia lo justo, por el contrario, es un estado mucho más precario en donde se reprime, se disocia, se olvida y se niega, de inicio, el mal que se padece. Este silencio social, de miedo, de vergüenza, de incomprensión, puede ser más nocivo que el daño mismo. 

Si bien, ante este primer momento de vulneración total -una vez que una persona ha sido víctima de algún tipo y modo de violencia- la sola afirmación, que corre el riesgo de atraparse en la retórica obsesiva o compulsiva, no es suficiente y muchas veces, cuando enfocamos todo el esfuerzo de nuestro clamor por justicia hacia el castigo de los responsables, impedimos o interferimos de modo alguno el proceso de restauración vital de las víctimas. Tampoco un severo castigo a los responsables de violentar a otro ser humano garantiza la sanación y el resarcimiento de quien ha sido afectado. Todo lo cual encierra muchas paradojas en nuestra vocación por lo justo y por el respeto a la dignidad humana.  

Una manera de repensar la justicia puede ser admitiendo procesos de conciencia más complejos tanto para quien sufre el daño como para el responsable. En donde ni unos ni otros puedan quedar condicionados a la imposibilidad de replantearse la afirmación de su vida desde otras experiencias ni verse impedidos de aprender a vivir de otra manera. 

Poder arriesgar un poco más nuestra creatividad para descifrar el significado de la justicia, cuando se trata de compensar el daño que se pueden causar unos seres humanos a otros, es poder amar la vida que cada uno es con generoso perdón.


Y tú ... ¿cómo mides la justicia?

lunes, 23 de julio de 2012

el sentido de la culpa

como afirmación de la vida a través de la victimización...

Una forma de comprender el sentido de la culpa es a través de la vida de pareja. Con el paso de los años se da y se toma del otro, a veces con justicia y dicha, a veces con más egoísmo. Ninguno de nosotros es un ser perfecto. Sin embargo, cuando miramos atrás resulta más fácil culpar a los demás o culparnos a nosotros mismos que mirar los hechos con objetividad y abrir un poco la mirada hacia la verdadera reconciliación y reconocimiento entre las personas. Nos resulta más difícil descubrir de qué manera podemos ayudarnos para juntos comprender en qué nos hemos equivocado y cómo crecer a partir de las experiencias que compartimos. En especial, cuando se trata de las experiencias que nos imponen retos de carácter y voluntad, muchas de las cuales sólo son posibles una vez que nos relacionamos con otro ser humano y cuando el vínculo amoroso determina nuestro acercamiento a otra alma.

La culpa, el poder de acuñar en el otro el mal actuar, la responsabilidad de la falta de confianza, el castigo o revancha, consolidan todo tipo de dependencias emocionales y malos hábitos amatorios. Nos atamos a las deudas con el otro en una suerte de poderío insoportable e irresistible a la vez. Evadimos el esfuerzo de nuestro propio interrogar y la generosidad de dialogar. Renunciamos los trabajos de la libertad. 

La confianza es una suerte de paradoja, porque nunca tendremos buenas razones para confiar en quienes nos acompañan, quizá si las tuviéramos tampoco podríamos obtener garantía alguna sobre el futuro. De ahí el temor, el reclamo, la demanda, el reproche y la ineludible reconciliación y aceptación. Porque si no cedemos a trascender nuestro inmediato punto de vista, no nos es posible expresar y entregar nuestro amor. La confianza se otorga sin condición, es un riesgo que forma parte de la vida. Cada día al despertar confiamos en que el sol saldrá. 

Por eso, nos es difícil restaurarnos cuando la certeza de nuestras confianzas se quiebra a causa de cosas que pasan, pero sobre todo, a causa del relato con que queramos cifrar las experiencias que ponen en evidencia que no contábamos con que pasara una u otra cosa y los miedos que esto nos despierta por descubrirnos desprotegidos. La cosa es que siempre estamos desprotegidos y lo que nos hace fuertes no son las certezas que depositamos fuera de nosotros, lo que nos hace fuertes vive dentro nuestro y es la serenidad con que seamos capaces de abrazar nuestros mayores temores, arraigar nuestras dichas cumplidas y prometer nuestro amanecer cada mañana. Es por esto que la confianza en nosotros mismos es lo que nos vuelve certeros ante el encuentro con nuestro verdadero amor. Pues es lo único que podemos ofrecer: la honestidad con nosotros mismos es la llave de toda relación de verdad.

Es difícil distinguir el amor, cada quien tiene una expresión propia, acompañada de una idea y un sentimiento asociado en donde distingue aquello que llama amor. De una u otra manera comprendemos entre todos la misma emoción, pero es una experiencia indescriptible. Ya que se repite como nueva en cada uno de nosotros. De ahí que una parte importante de la configuración de nuestro ethos tiene que ver con reconocer el amor y encontrarlo. 

Hasta ahora había pensado que esto era suficiente: distinguir en mi corazón el amor y distinguir a esa persona que lo calzaba. Pero me faltaba algo muy importante... ¿cómo distinguir que alguien te ama? quizá me lo puedo preguntar ahora porque descubro por primera vez el otro rostro del amor: recibir la entrega sin palabras, inspirar el latido, escuchar en el silencio, recibir sus manos, distinguir su voz no sólo como la voz que amo, sino también escuchar en ella otro amor, que va mucho más allá del mío, que puede incluso ponerse en el lugar del mío para expresarse. Ahora entiendo que la pareja es en realidad una danza de corazones que aprenden a que el amor de la persona que amamos entre a la escena y dote de nuevos significados tu entrega, así como, le regale otros ritmos a tu voz. 

Me invade un sentimiento extraño. Confieso que hasta me incomodó, por un instante, descubrir este otro lugar en el que puedes estar a causa del amor que recibes. Un lugar sin certidumbres porque no es tuyo del todo, es el lugar que el otro te ha obsequiado y en el que no sabes cómo habitar, más si has estado acostumbrado a nunca tener ese lugar. Descubro una nueva gratitud... me admira descubrir la belleza de dos amores que en la intención por fundirse parecen casi encontrados uno frente al otro, cuando en realidad están aprendiendo a dar cabida uno en el seno del otro a una nueva dimensión de la vida en cada uno de ellos. 

Hay momentos en que el corazón se desgaja al reconocer que, en esta danza mágica por un nuevo sonido, sus propios actos ahuyentan a su ser amado, se rompe ante el temor de que su compañero caparazón no se reconcilie con el perdón que mira dentro suyo para reconocer con justicia en que falló cada quien. El corazón no puede alcanzar la interioridad de su ser amado ni imponer restricciones a la libertad de ninguna otra alma que no sea la suya. Sólo podemos retornar nuestra mirada dentro nuestro, consolarnos a través del autoexamen, el arrepentimiento, la enseñanza y el perdón, si acaso algo interrumpe los caudales de nuestro canto compartido. 

En estas fisuras que acompañan los encuentros entre dos corazones, el amor verdadero es capaz de restaurarse sin culpa, sin reproche, dejar de mirar atrás, no perder de vista el horizonte y esforzarse feliz por seguir caminando en la dirección que eligió. Siempre habrá días en que nos sintamos lastimados o defraudados, en los que podremos olvidar por instantes la certeza de haber elegido al ser que nos corresponde para crecer y de la mano caminar... Pero cuando hemos escuchado con honestidad la voz de nuestra alma para sonreír a través del rostro del amor compartido, nada de esto cuenta. Sólo cuenta la paradójica certeza de que confiamos en nuestro ser amado sin condiciones, precisamente, porque confiamos en nuestros propios sentimientos. 



Y tú ... ¿confías en ti?


Un gran abrazo de tortuga para ti... amiga tortuga que acompaña con confianza las letras de la filósofa de la nueva conciencia.
GRACIAS 


lunes, 16 de julio de 2012

soledad para compartir



Esta es la historia de quienes logran comprender con el paso del tiempo la importancia de conservar ciertos principios que te permitan distinguir la realidad de la ilusión en lo que refiere a los afectos, las amistades y las relaciones humanas que sumamos lo largo de nuestra vida.

Es cierto que con los años nos volvemos menos cuerdos y más excéntricos así como desarrollamos habilidades más sensatas para tomar decisiones y construir nuestras vidas. En el primer caso, se debe a cierta desinhibición ante la confianza que adquirimos con la experiencia y los temores que se evaporan conforme nos arriesgamos a vivir. En el segundo caso, contamos con más elementos para valorar en retrospectiva decisiones del pasado y aprender de los caminos que una vez ya hemos recorrido con la ventaja de la anticipación de la memoria.

Lo mismo ocurre con nuestros afectos, aprendemos a desprendernos de quienes necesitan de nosotros para reafirmar sus ideas y no nos valoran por lo que de verdad somos. Decidimos tomar distancia de quienes sólo nos valoran como un medio para sus propios fines o como una excusa para ejercer su voluntad, personas que sin darse cuenta nos depositan roles que no hemos elegido, o que nos juzgan sin preguntarse cómo estamos o quiénes somos en realidad. Renunciamos de quienes nos excluyen porque no gozan de la necesaria generosidad para aceptarnos como somos y de quienes no han superado el egoísmo que les obliga a competir por contar con toda la atención sólo para sí mismos.

Sumadas estas razones y otras que ustedes puedan narrar o descubrir… nos despertamos un día y descubrimos que, a medida que menos personas nos acompañan, nuestra soledad desaparece. Nos pertenecemos de tal manera que, al fin, podemos compartir y empieza el verdadero disfrute de las personas que nos acompañan simplemente porque gustan de nuestro modo de ser y respetan el ser humano que hemos sido capaces de construir, del mismo modo que nosotros los respetamos y aceptamos. Elegimos sonreír con quienes reconocen nuestra humanidad como un fin en sí mismo, no buscan en nosotros ningún tipo de validación y no tienen necesidad de ser condescendientes con nuestra voluntad pues ésta no los amenaza... Del mismo modo que no nos sentimos amenazados por ellos ni queremos que justifiquen ningún ámbito de nuestra existencia. Una vez que dejamos de estar solos... sólo queremos compartir.



Y tú ... ¿ya sabes compartir?




[Breve paréntesis de tesis... como parte del avance de su desarrollo... Ya iré compartiendo su contenido con ustedes para que no crean que estoy de descanso... o gozando de las "mieles" de la reflexión como si por disfrutar filosofar fuera pecado ser feliz, o fuera algo que se quita al trabajo de alguien más. A quienes les gusta pensar saben que el tiempo de la mente y todo lo que la compone se esfuerza igual que un músculo aunque no veamos cómo se mueve. La reflexión no es un lujo ni producto del ocio como pensaron los antiguos... La disciplina del pensar es la más estricta, el arte de la filosofía es una renuncia de vida en donde sólo las almas valientes logran entregar el corazón. Y sólo los corazones valientes poseen la generosidad para valorar este esfuerzo en quienes nos comprometemos con el saber como forma de vida.]





verdad y reparación



La Ley General de Víctimas, aprobada por la Cámara de Diputados y por el Senado de la República, misma que se encuentra en espera de ser publicada, incluye garantías para el Derecho a la Verdad con lo cual establece que las víctimas “tienen el derecho a saber las causas que generaron el daño sufrido, las circunstancias que lo propiciaron y los responsables del mismo” , de tal manera que se reconoce el derecho de las víctimas “a saber y para ello a que ésta elija la vía que usará para tal fin: proceso penal, mecanismos de derechos humanos, mecanismos transicionales, o cualquier otro que se establezca de forma permanente o ad hoc”. Es decir, que una vez que la víctima sabe la verdad puede elegir libremente  de qué manera proceder para que se lleve a cabo el proceso de justicia que corresponda al daño sufrido por ésta.

La negativa de la oficina presidencial de publicar en tiempo y forma una Ley debidamente aprobada por ambas cámaras legislativas es una negativa al ejercicio de la verdad. Dado este contenido específico de la Ley, en donde se ocupa sobre el derecho a la verdad, esta negativa es también una negativa a asumir responsabilidades en torno a las garantías de verdad y reparación a las cuales está obligado el estado mexicano de acuerdo con su mandato y de acuerdo con los estándares en materia de derechos humanos que en nuestro país son de orden constitucional.


Preocupa mucho a quienes deben afrontar estas responsabilidades de estado que, en materia de derechos humanos, se ganen espacios y se sumen voluntades para exigir las medidas de reparación que corresponden a todas las personas víctimas de algún tipo de violencia de estado. La insistencia del ejecutivo en acotar el ámbito de las personas víctimas sólo a quienes han sido víctimas del delito y del “crimen organizado” es una estrategia por minimizar las responsabilidades de las autoridades ante los abusos cometidos contra la población y un distractor de la atención puesta sobre la violencia generada sistemáticamente por las autoridades hacia los efectos colaterales de esta violencia de estado; tratándonos de convencer, como una forma de justificar sus propios abusos, de que la responsabilidad ante las víctimas recae sobre quienes están organizados para llevar a cabo acciones al margen de la ley y de que la autoridad no hace otra cosa que defenderse y protegernos de inmensos y poderosos monstruos. El arraigo es un claro ejemplo de esta dinámica de uso de la fuerza como mecanismo de control de la autoridad, ante su incapacidad por gobernar con base en un sistema de desarrollo económico y social adecuado para la realidad que conforma y define a nuestro país.

Estos efectos colaterales son evidentes en todas las prácticas al margen de la ley y se recrudecen a medida que se agotan los recursos de la fuerza pública y armada para, ingenuamente, reducir los índices de violencia. La violencia, por definición, genera más violencia. Y lo que en una ecuación matemática puede ser un punto de saturación que permite empezar a revertir las inercias de este tipo de conductas nocivas para el desarrollo de la comunidad y la paz social, en la vida de las personas, en la realidad misma, se traduce en barbarie ya que no es posible alcanzar el hartazgo de las prácticas de la violencia sin antes pasar por los más terribles horrores de la brutalidad humana. De ahí que lo que tenemos hoy es un escenario cruento y sangriento que se normaliza en nuestras vidas cotidianas como si no pasara nada cada vez que leemos el periódico y escuchamos las cifras de muertos, desaparecidos y torturados, como si se tratase de una estadística más o de números vacíos que adornan nuestras conversaciones de café. Y sobre el que no se nos habla con verdad para no encarar las deficiencias de las estrategias de control sobre las prácticas ilegales.

Es importante distinguir, por un lado, el ámbito primordial de responsabilidad del estado, incluso cuando los perpetradores de la violencia contra las víctimas no sean agentes del estado. En tanto, es a causa de la incompetencia de las autoridades para garantizar el estado de derecho que se quiebran los ámbitos de legalidad. Una de estas incompetencias es el mal uso del monopolio de la fuerza del estado. Incrementar las policías y militarizar las calles no inhibe ni corrige las deficiencias previas, si bien, se vuelven recursos de última salida ante la falta de instituciones capaces de gobernar en condiciones de paz, justicia, legalidad y verdad.

La insistencia del gobierno federal por disfrazar las verdades que componen las diversas realidades del país encuentra eco y resonancia en su falta de compromiso político con las víctimas de violencia y en particular su falta de sensibilización ante las víctimas de violaciones graves de derechos humanos. Esta intolerancia ante las prácticas de justicia que caracteriza muchas de las decisiones del gobierno de Felipe Calderón suma esfuerzos a una estrategia de fuerza y represión que se niega a aprender los caminos de la justicia y de la razón.

Observemos con más detenimiento las implicaciones del derecho a la verdad como medida de reparación para poder poner en perspectiva la gravedad de esta postura unilateral del estado mexicano ante sus obligaciones legales en materia de protección a víctimas y derechos humanos.

Imagínese usted que un día regresa a su casa tras su jornada laboral y no encuentra su casa. Toma su camino habitual, en el transporte que acostumbra y, una vez que cuenta con llegar a la puerta de casa, dada la localización que conoce de manera automática y natural, no está su casa. No existe tal sitio, como si se lo hubiera tragado la tierra. No hay otra cosa en su lugar, ni siquiera un espacio vacío. Todo el entorno es idéntico, nadie le responde sobre qué pasó, consulta con vecinos, amigos, personas que sabían de ese lugar, lo conocían y visitaban, pero no saben nada, se incomodan ante la inverosimilitud del hecho, algunos sienten temor y fingen que no hubo alguna casa ahí y todos empiezan a olvidar lo que pasó por lo desgastante que es tratar de comprender lo indescifrable, hasta que las personas se cansan de su demanda y angustia, fomentan la percepción de que seguro usted miente o exagera y, cuando acude a una autoridad para saber qué pasó con su casa, el funcionario público le dice que ahí nunca hubo una casa y le advierte que tendrá que tomar medidas si insiste en comportarse delirantemente al afirmar mentiras. En este punto, qué anhela usted más ¿saber la verdad o recuperar su casa? Qué pérdida es más profunda ¿la pérdida de su casa o la pérdida de la credibilidad sobre lo que usted sabe que es cierto? Y ésta, mis queridos lectores, es la razón por la cual la verdad sí repara, sí garantiza justicia y sí sana los efectos psicosociales que adolecen a toda víctima de violencia.

Tenemos un estado que prefiere ocultar los hechos para proteger a quienes los cometen y a la población, como una suerte de padre que en aras del bien de sus hijos manipula la información que les brinda y los protege de sus propias verdades, o de las realidades que conforman el mundo, o los trata de proteger del pasado que él mismo fue para ocultar los actos que no pueden encarar como parte de sí mismos y con la esperanza de que esto impedirá que sus hijos cometan los mismos errores. Hay miles de razones por las cuales los padres mienten a sus hijos creyendo que los cuidan y protegen, así como el estado arremete con todo su poder y les miente a los ciudadanos para protegerlos y salvarlos de los propios abusos que él comete contra ellos, siendo estas mentiras un abuso, más, perpetrado contra nuestra ciudadanía adulta, a la cual se nos sigue tratando como párvulos sin consciencia. Lo cierto es que quienes sustentan el poder mienten para protegerse ellos mismos y para librarse de dar la cara a la ley cuando les corresponde. Cada vez que se nos niega el derecho a la verdad se legitima la impunidad como práctica cultural y violencia normalizada.

Tenemos una cultura de mentir para proteger, para ejercer el poder, para dominar y someter, para decidir en nombre de los otros. En este sentido, tenemos una cultura que adolece de locura y que normaliza la violencia con mentiras por miedo a enfrentar quiénes somos en realidad y tomar acciones sobre la posibilidad de vivir o actuar de otra manera. Nos convencemos de que sin la fuerza y el castigo no hay paz ni justicia y la mentira se vuelve el componente que permite vivir en este engaño que nos niega nacer a una humanidad libre. Tememos la verdad porque ante ella se nos niega el control y el dominio sobre la voluntad de las demás personas y todavía no hemos aprendido a respetar la libre voluntad de cada uno de nosotros.

El derecho a la verdad hace resonancia en este respeto a nuestra dignidad humana. Somos igualmente dignos en tanto igualmente libres de decidir lo que queremos y el único límite de esta voluntad está dado por la ley. La función de la ley es garantizar que nuestros actos libres no sometan la libertad de ningún otro ser humano. Sin verdad no hay libertad. Quien ha sido víctima de una violación de derechos humanos debe poder resarcir la verdad narrativa de los hechos que le violentaron, tanto en su memoria, como en su comprensión vital, para lo cual no se le puede negar esta verdad. Ya que sin esta pieza narrativa, que le da cuenta de qué fue lo que le pasó y que le permite redefinirse después de cada experiencia que vive, este ser humano se encuentra roto, preso, fracturado dentro de sí mismo, atemorizado, sin fuerza para consolidar su voluntad en el marco de la realización de un proyecto de vida. Una persona a la que se le niegan las verdades que la compone es una persona que vive extraña de sí misma, habitada por un desconocido y con la herida abierta del pedazo de su alma que le ha sido arrebatado. El ser sometido a tortura y luego ser sometido a que se niegue la verdad sobre los hechos de la tortura de la que fuimos objeto es vivir condenado a la tortura. Es una violencia que no cesa y un daño que no se puede reparar.

El derecho a la verdad es cordura, es paz, es justicia, es la certeza de que los hechos que componen mi vida son reales, de que los hechos que componen mi memoria existen en tanto remiten a datos concretos que se pueden compartir y cotejar. El derecho a la verdad es la posibilidad de concatenar la narrativa de mi historia de vida conforme a lo que realmente ocurrió. La garantía del derecho a la verdad me garantiza que puedo pedir que los responsables de la violencia a la que fui sometida asuman sus actos y las responsabilidades legales de los mismos, precisamente, porque sé cuáles son estos actos, quién los llevó a cabo, cómo se cometieron, en dónde, quiénes estuvieron involucrados y quiénes los ocultaron, si fuera el caso.

Esta verdad y esta paz es la que nos niegan cuando, sin excusa, se posterga la publicación de la Ley General de Víctimas.


Y tu ... ¿qué verdad necesitas para reparar las cicatrices de tu alma?



lunes, 9 de julio de 2012

a propósito de los desencuentros políticos

Con razón o sin razón.

La comunicación verbal es un arte. Como todo arte, se cultiva y es el resultado de la práctica constante. La creatividad debe formar parte de su intención y sobretodo su forma debe llenarse de intención y significado para aprender a comunicarnos entre sí.

La comunicación también duele... es un esfuerzo por salir de nosotros mismos y dejar que otras voces salgan de sí y ocupen el lugar de nuestro sonido. Es confrontación cuando este ocupar unos el lugar de otros y regresar a nosotros pierde sintonía. Entonces se allegan ruidos estridentes que sólo se interrumpen entre sí. 

La causa de estos desencuentros tiene más de una cara. Son distintos niveles de análisis los que necesitamos hacer para comprender la dificultad que atrapa al necio y al arrogante que lo interpela. Hay consideraciones afectivas, emocionales, psicológicas, psicoanalíticas que suman la complejidad del carácter que se manifiesta a través de las distintas personalidades.

Hegel explica muy bien esta relación, que ahora la moda llama "enganche", cuando desarrolla la dialéctica del amo y el esclavo. Uno quisiera pensar que, como el filósofo lo anticipó, este estadío de la conciencia sería superado una vez que los estados modernos se instauraron. Sin embargo, o he de decir por el contrario, seguimos atrapados en una suerte de esclavitud social, sociológica e interpersonal. Sigue siendo cosa de excepción el reconocimiento de unos y otros, y esto es latente en la comunicación.

Las relaciones humanas siguen enmarcadas en el estruendo por ejercer el poder. De una u otra manera, se conserva el incentivo infantil por ganar siempre el juego de mesa. Vemos a los adultos "enganchados" en esta lucha por ser por encima del otro, como si esto nos dotara de alguna suerte de dignidad especial que pocos comparten y a la que todos aspiramos.

Quienes viven atrapados en la dialéctica del amo y el esclavo inevitablemente te convierten en amo o esclavo, según sea el caso, y nada logra separarte de esa dinámica a menos que tomes distancia de su razón, ajena de autoconciencia, para conservarte en tu espíritu. Sin necesidad alguna de demostrar nada. Sin otro propósito que contribuir a un mundo de paz, como una muestra del respeto que como iguales todos nos merecemos, como una pausa de vida en la que logras reencontrarte a ti mismo. Es una manera de dejarte ir para recuperarte, un deprenderte de ti y de toda la vanidad que te acompaña para descubrirte una vez más y crecer.

Hay momentos en la vida en que debemos estar dispuestos a renunciar para lograr una nueva etapa en nuestras vidas. Decidir y elegir la vida que somos implica siempre renunciar a algo que somos. Y éste es el momento en que se define la valía de nuestro carácter. Cuando soltamos todo lo que creemos poseer y simplemente damos un paso adelante con confianza en quienes somos.

Pero qué impide este gran paso en nuestro crecimiento, qué miedos nos ocupan cuando perdemos la seguridad en nuestra plenitud y dejamos de caminar por miedo a caernos, a equivocarnos, a perder las certezas conocidas, por miedo a perder el poder que sentimos nos pertenece... 

Lo que impide esta comunicación que no va más allá de los monólogos de la fuerza es la autocomplacencia de la "supuesta" superioridad moral que nos atribuimos a nosotros mismos. La superioridad moral nace de basar nuestras satisfacciones en el solo hecho de tener la razón, de abrir espacio en nuestra alma para el placer que nos provoca los errores de los demás, más si éstos ratifican el poderío de nuestro ínfimo imaginario de verdad.

En este contexto, el ejercicio del derecho está a la cabeza en el arte de tener la razón, en el dominio de la palabra para argumentar con razones a favor de toda causa posible, más allá de su verdad, más allá de sus implicaciones éticas, más allá de todo. El derecho es el arte por la victoria sobre los otros, en aras de la justicia. Sin embargo, mucho se distancia el arte de la justicia del arte de tener la razón, de ahí las incompletudes e injusticias de todo derecho. 

No olvidemos que la razón remite siempre a la justa medida. A la ración que corresponde a cada cosa. La justicia remite precisamente a la relación de verdad entre cada una de las razones y a la justa medida con que deben comunicarse entre sí las distintas subjetividades de los argumentos en controversia.

El debate político también se define en la puesta en pugna de divergentes razones que muchas veces se manifiestan en intereses, ambiciones o aspiraciones de índole personal. Aunque en sentido estricto, obedecen a distintas interpretaciones sobre lo que será mejor para la vida y el desarrollo de la comunidad. De ahí que es tan complicado ponernos de acuerdo y que nos arrebatamos en discusiones llenos de sinrazones en las que pretendemos "salvar el mundo" en un momento. O ante las que hay quienes prefieren ser sensatos, cualquier cosa que esto sea, y ocuparse de su propia vida en vez de preocuparse del destino de la humanidad. Lo cierto es que sí es más saludable ocuparse de lo que tenemos a nuestro alcance que desgastarse deliberando sobre cuestiones que no está en nuestras manos cambiar (diría el proverbio chino tanto como la oración de alcohólicos anónimos). En realidad, cuando se trata de lo público, en el sentido de lo político, esto no se cumple a cabalidad. Ya que el renunciar a tomar parte de estos acontecimientos es dejar en manos de otros tan capaces o incapaces como nosotros el encargo de lo que nosotros pensamos y preferimos. 

La inercia de la representación política se ha pervertido de tal manera que prevalecen dos percepciones, por un lado, la idea de que no está a nuestro alcance incidir en las políticas públicas ni en la política, lo cual fortalece la falsa representatividad; por otro, la idea de que de estarlo, tendría que ser una participación de oposición y revancha. Así, se teme mucho que entren nuevos actores a la política porque violentarán este status quo en donde sólo unos están a cargo y simulan ante quienes los legitiman -porque consideran que estas personas no están en condiciones de lidiar con la verdad que justifica sus decisiones; tanto como se teme tomar las riendas de lo que está a nuestro alcance porque inevitablemente será un territorio de conflicto y desgaste. Así, quienes resisten estos abatimientos de la relación entre lo público y lo privado, se vuelven depositarios del destino de nuestro porvenir y generan hábitos de adicción para que su razón y su voluntad prevalezcan y para que sus intereses y privilegios se conserven. De tal manera que se les vuelve imposible comprender las necesidades de la realidad que comandan, inmersos en la lucha por las razones, dejan de percibir la razón por la cual están cargo de muchas de nuestras decisiones.

La ideología alimenta los desencuentros políticos de prejuicios, la realidad debe ser más evidente que cualquier color o bando. En estos días y de un tiempo acá me he contagiado del uso de términos que no me satisfacen y que opacan el fondo de toda buena política, a saber: izquierda, derecha, burguesía, aristocracia, comunismo... No sé, son términos descriptivos que si bien aclaran la comunicación de las razones, no son reales en cuanto que se pueda catalogar a las personas bajo alguna de estas insignias. Sería interesante que más allá del escudo de una toma de postura ideológica casi vacía, los diferentes proyectos de vida y las incompatibles visiones de país que prevalecen y se representan en las distintas fuerzas políticas entraran en un diálogo franco en donde todos nos diéramos la posibilidad de reinventarnos y darnos permiso de renunciarnos para recuperar de la verdad de los otros, y de la pérdida de nosotros mismos, razones que sin estridencias puedan ser el eco de una comunicación en sintonía y que nuestras disidencias suenen en armonía para que la música de todos tenga cabida para resolver los urgentes problemas que componen nuestra comunidad. Ya que las realidades, que tanto van de boca en boca para usufructurar votos y que luego se sacrifican ante los imponderables de las prioridades asumidas como obvias, no ocurren aisladas las unas de las otras. Todos somos parte de la violencia, de alguna manera nos beneficiamos de ella o de alguna manera algo de lo que hacemos contribuye a que ésta prevalezca. Y eso sí está a nuestro alcance. Encontrar estas conexiones podría darnos luces sobre las verdaderas soluciones para nuestras dificultades sociales. Esto es algo que las fuerzas armadas no podrán resolver ni hoy ni mañana ni nunca. La militarización es el trombón que arremete contra toda la melodía para imponer el sonido fúnebre de la destrucción.

Un país es un cuerpo cuya salud depende de todas las células que lo componen, cada persona equivale a una de ellas, basta que una de ellas adolezca para que todas las demás dejen de desarrollarse a plenitud. Y aunque los síntomas se manifiestan de maneras más o menos evidentes, la gravedad y urgencia es la misma para todos. Solemos resistirnos a  creer esto sólo porque a nuestro alrededor todo se encuentra aparentemente bien.

Por de pronto, con razón o sin razón, yo sé que no quiero volver a votar (al menos eso siento...) Me invade la profunda decepción de quien lucha y lucha por confiar en que es posible aprender a vivir de otra manera pero descubre, incluso en sí misma, que quizá eso no será posible. De pronto siento que lo único a mi alcance es no contribuir más a legitimar prácticas que no comparto y que, aparentemente, sólo benefician a unos pocos afortunados, en los que quizá me cuento yo también. Y este desencanto no me remite a haber perdido en cuanto a quién era el candidato de mi predilección, por mucho que lamente el resultado. Este sentimiento tiene más que ver con el agotamiento de vivir atrapados en la dialéctica del amo y el esclavo sin poder reconocer nuestro espíritu libre.


Y tú ... ¿cómo contribuyes a que prevalezcan la violencia y las injusticias en nuestro país?



Nos vemos no tan pronto queridas tortugas... seré raptada por una muy esperada tesis de doctorado que en estos días empieza a tomar forma y cuerpo en un papel... o he de decir... en un archivo virtual... Hasta entonces.

miércoles, 4 de julio de 2012

voto 2012



Queridas tortugas:


Esta tarde el entusiasmo de mis más recientes letras se ha marchado, no por ello la esperanza o el consuelo. No puedo dejar de compartir con ustedes algunas reflexiones ante los resultados preliminares de las elecciones que tuvieron lugar este domingo. 


La buena noticia es que concluyen los tiempos azules de una derecha insensible a todas las causas humanas. Lo cual sí debe ser un motivo de mucho festejo. 


La mala noticia es que Enrique Peña Nieto se ha proclamado Presidente de México. Asusta lo que algunos llaman el "regreso de los dinosaurios", simbólicamente, nos vemos sumidos de cara al pasado como una inercia que devora todo esfuerzo durante estos 12 años por un México democrático y una transición política hacia prácticas autónomas y libres de participación en la construcción de las instituciones ciudadanas, vocación de toda instancia pública. 


A esta tortuga asusta más el camino de la fuerza, la sangre, el autoritarismo, la mano dura, la represión, las violaciones de derechos humanos, como la característica primera de la caricatura televisa de la nueva pareja presidencial. Con rasgos antes no conocidos, ni las peores tácticas de lo que algún día fuera el PRI, ni la ingenua estupidez de los temerarios y terroristas panistas que improvisaron una estrategia militar para "prevenir" los males del narcotráfico, será tan nocivo como el horizonte de un nuevo triunfalismo revanchista de las más oscuras cepas priístas. Yo me temo que estamos ante una política de exterminio sistemático, que se recrudecerá.


Llama la atención la profecía cumplida de que PRI y PAN trabajan coludidos desde un mismo bando, para quien el fantasma de la izquierda no logra liberase del estigma de una mala versión de lo que algún día se temió como "comunistas come niños". Ante lo cual me intriga comprender a qué le temen quienes se niegan a ceder espacios a la izquierda. ¿Qué es lo peor que puede pasar si se le da una oportunidad a MORENA? Al PRI le dimos 80 años, a Fox le regalamos nuestro voto útil, y no precisamente por sus méritos o por alguno de sus dotes políticos e intelectuales. Todos han cometido errores y todos han consolidado su trabajo de alguna u otra forma, más allá de excesos e injusticias. Es decir, en conclusión, el país se construye, existe y sus problemas profundos siguen siendo una asignatura pendiente para todos quienes lo habitamos.

Porqué no darnos una nueva oportunidad de probar alternativas que puedan ayudar para esta construcción, porqué la fobia ante la posibilidad de abrir espacios y cuestionar las posturas conservadoras, porqué el estigma hacia las izquierdas y el desprecio a Andrés Manuel López Obrador. 


Más allá de lo que ocurra al transparentar los resultados y fortalecer el ejercicio democrático de este domingo, a mí me preocupa que México sea un país cuya veta autoritaria le impide arribar a una ciudadanía autónoma y respetuosa de las diferencias, que los hábitos de una política que se compra y se vende imposibilitan el crecimiento de una clase política capaz de jugar limpio, cumplir las reglas y entonces sí, legitimar el resultado final. 


Creo que México está preso en la simulación de lo que quiere ser, que vive para dar una imagen de sí mismo como país sin preocuparse de su integridad, sin estar dispuesto a trabajar para convertirse en esa imagen que vende de sí como si se tratara de alguna suerte de aspiración social. De parecer ser, sin ser. De saber engañar, sin saber.  


Es un país experto en satisfacer índices para simular pertenecer al G20 y jugar a estar en el "primer mundo", cualquier cosa que esto sea, pero no estamos dispuestos a hacer de estas cifras realidades. 


Es un país que esconde verdades, que se resiste a la realidad, que juega con la percepción para crear escenarios vitales a modo y nunca asume los costos que esta forma abstracta de hacer política ha implicado para las personas reales que constituyen la vida del país. 


Es un país rico y ciego. La abundancia que sigue manteniendo esta forma delirante de comprender la verdad y la realidad, hace posible que 60 mil muertos suene a poca monta, que 40 millones de personas viviendo en condiciones de pobreza extrema suene a oferta de televisión, que la trampa y el fraude suene a práctica normal y razonablemente aceptable. 


Es un país que se nutre de la normalización de todos los tipos de violencia.


Qué necesita México para recuperar la cordura y ocuparse de la vida en vez de satisfacer el estatus de un modo de vida y vivir pretendiendo ser quienes no somos. Cuándo seremos un país y dejaremos de ser un país que quiere llegar a ser. 


Mi conclusión de esta experiencia, a la cual retornamos cada vez que se nos pide legitimar la simulación paradigmática de nuestro sistema político en las urnas, es que la cultura mexicana vive de las apariencias y teme a las realidades.




Y tú ... ¿qué temes perder si la izquierda gana la presidencia?




Buen día tortugas.