sábado, 30 de octubre de 2010

horas y segundos

A la luz de las enseñanzas renacentistas, la melancolía nos acompaña cuando comprendemos lo que no alcanzaremos a conocer. Como si supiéramos, de pronto, que habrá muchas cosas que no podremos realizar y los límites de nuestra voluntad.

Sin embargo, ahora descubro, y cada vez con más nostalgia, que nos invade el estado melancólico, cuando nos reconciliamos con todo lo que no podremos llegar a comunicar en nuestro intento por dialogar vida, conocimiento, cariño y comprensión; y serenamente aprendemos de las riquezas del silencio. Como si dejáramos de luchar contra lo inaprehensible.

Quizá, estamos melancólicos cuando perdemos el amor, cuando nos desprendemos de alguna etapa de la vida, cuando se ausentan nuestros quereres o cuando asistimos la muerte, porque conservamos un vacío nuestro que tampoco es acequible y, sin embargo, resuena con el eco de un silencio inconmovible.

Otras veces, somos melancólicos por el sólo hecho de vivir y no poder detener el tiempo para repetir una y otra vez todo aquello que nos hace feliz.

En sólo minutos se llenan las horas en las que la vida transcurre. En sólo segundos dos rostros se descubren, en medio de guerras, tormentas, pasado acumulado y presente... sin futuro. En casi un instante, se puede perder el amor elegido y soñado, al pasar las horas en que estuvo entre tus brazos la dicha que tanto esperaste y, sin embargo, en esa inmediatez de la vida, sólo nos queda la fuerza vacía de un latir perdido. Ésta es una melancolía más triste, casi devastadora. La cual, conforme se marcha, siembra nostalgias de amor.

De pronto, nos anima conversar con viejos amigos y encontrar en sus palabras un consuelo, alguna explicación a los temores que nos aquejan, a los fracasos, las preocupaciones o las penas. Hallar en ellos consejos que nos ayuden a descifrar porqué las cosas no siempre resultan de acuerdo con nuestra dicha, que nos recuerden cómo se cultiva el amor, y que nos reconcilien con  la idea de que hay una forma de ser adulto sin tener que ser cínico o corrupto. Y al relegarnos en nuestras amistades, nos invade una melancolía de cariño y hermandad.

Otras veces, cuando el alma se descubre sola vienen todos los recuerdos de golpe y en un sólo suspiro invocamos a la melancolía de nuestra propia historia en la que, probablemente, aún no hemos escrito todo lo que llegaremos a ser.


Y tú ... ¿qué conservas de tu melancolía?

Buen fin de semana de luto y festejo para nuestros muertos.

lunes, 25 de octubre de 2010

postulados de la felicidad

La luna llena de octubre llegó con mucha energía, saturada de trabajo, agotada, añorando dulzura, un abrazo tenue, una cena sin bullicio, una vela, una copa de vino, palabras dulces y soñando amor.

La verdad no siempre es lo que nos gusta escuchar. Por ejemplo, en medio de una hermosa noche de octubre, de pronto algo irrumpe y te quita la venda de los ojos, de pronto la luz te lastima y debes dejar de escuchar esa voz dentro tuyo que alimentaba tu corazón con bellas ilusiones. Entender: ¡debes entender! ...  escuchó la luna llena con firmeza; acallando el grito de su alma. "No has entendido" le repitieron una y otra vez. Y sí, el amor se resiste a entender lo que le duele.

Así, la luna sola se contempla. No se cumple la ternura, ni la caricia de una breve declaración al oído. No se comparte el vino. No amanece en su corazón.

Una vez más, el teléfono suena, la amistad retorna, en su voz y en su canto hay cariño, hay solidaridad, hay comprensión. Los sueños y el amor, entonces ¿en qué canción renacerán? Se pregunta la luna, mientras se acostumbra al vivir de una nueva verdad.

¿Qué tiene que ver todo esto con la felicidad? ¿Existen tales postulados?

No sé si existen, pero sí sé que reconciliarse con las verdades que nos resistimos a entender es una llave mágica.

Otra buena consejera es el no alimentar falsas expectativas y, como no sabemos bien a bien qué nos espera, probablemente, no albergar esperanzas y disfrutar los momentos es una señal de alegría.

No tener miedo a sentir ni a reconocer que somos vulnerables. Decir lo que sentimos y confesar nuestro amor, puede ser un regalo infinito.

Bajar la guardia y confiar.

Escuchar y acompañar sin juicios el relato de las vivencias de quienes nos rodean.

Perdonar y comprender que quienes nos lastiman no saben que nos hieren.

Confesar nuestros sueños y compartir proyectos.

Sumar fortuna.

Restar rencor.

Y tú ... ¿qué supiste esta luna llena?

Buena semana amigas tortugas.



domingo, 17 de octubre de 2010

música de mar

Al cabo de unos días, estrella, ballena y tortuga... resolvieron compartir las veces en que cada una de ellas dejó su fortuna pasar.

La bella y joven estrella de mar pensó en el ángel de los cabellos rizados... él la invitó a bailar, a cantar y abrazó con fuerza y amor su corazón. Sin embargo, ella no estaba lista para tomar su mano.

La hermosa y madura ballena suspiró profundo... pensando en cuando la armonía de su ser recobró la salud y todos los caminos se abrieron a su paso... pues quizá tuvo frente a sí su vida soñada y confundió su rostro en un falso ser: sólo por temor.

La dulce y paciente tortuga sintió una nueva vejez... recordó rostros lejanos que pudieron llegar a acompañarla... sin embargo, en ninguno lograba identificarse plenamente; como si algo dentro de sí supiera que su fortuna aún no había llegado. Siempre bailó, cantó y abrazó llena de vida y, sin embargo, nadie la había guardado.

Entonces, el pulpo paró por primera vez su música y respondió:

Querida estrella: no tengas nostalgia que conmigo bailarás.
Amada ballena: no tengas reproches que junto a mí renacerás.
Amiga tortuga: no tengas dudas que yo soy quien te conservará.

Así... el mar volvió a cantar.


Y tú... ¿albergas dudas, reproches o nostalgias?

Hasta mañana!


viernes, 15 de octubre de 2010

el pulpo

Cuenta la historia del pulpo bailador que el mar de las alegrías está hecho de música...

Estaba el pulpo de los 17 tentáculos bailando salsa. En cada uno tenía un ritmo diferente y, al unir las 17 melodías, sólo se escuchaba el latir del océano.

De pronto, apareció una estrella de mar hecha de plata, quien se acercó hasta escuchar la armonía del pulpo y le preguntó: ¿quieres bailar?

Pero él no contestó... quizá no supo escuchar.  

De pronto, lo llamó una ballena color miel que brillaba como oro bajo el sol y, usando un caracol encantado, le preguntó: ¿quieres cantar?

El pulpo tampoco respondió.

Finalmente, la tortuga marina lo tocó y el pulpo, sin dar tiempo a que ella pudiera preguntar, la alejó sacudiendo sus tentáculos.

Cuando se reunieron, la estrella de la felicidad, la ballena de la abundancia y la tortuga fiel... consultaron entre sí: porqué el pulpo sólo guarda silencio para ellas, si está lleno de música; y porqué las expulsa de su mar sin darles una oportunidad. Pero no llegaron a ninguna conclusión. Les intrigaba, en especial, que este ser alegre y bailador les negara: baile, canto y sonrisa, a las bendiciones de su propia fortuna...


Y tú... ¿sigues el ritmo de tu latir para amar o dejas tu fortuna pasar?


buen fin de semana!!

jueves, 14 de octubre de 2010

con verdad

El proceso de vida oscila entre lo que nos hace feliz y el tiempo que tardamos en irlo descubriendo dentro nuestro.

Con verdad, puedo confesar que conforme la vida crece, en el alma de cada quien, la dicha torna sus aromas y te desnuda, impredecible, en el momento justo.

Ha pasado tiempo desde mi última misiva, me volqué de lleno a este vacío de magia de tortuga que, al fin, me sacudió. Y sí, han sido días de más grato trabajo y de mucha reflexión. El dragón que acompaña a la princesa del planeta azul sigue haciendo estragos, algunas veces con razón, otras por capricho, pero siempre: sin mesura.

Encuentro dos grandes pretextos que acompañan el reino de lo humano: la ira y la impaciencia. O si se quiere: el miedo al presente y el miedo al futuro. En ambos casos, cultivamos nuestros temores en el pasado no cumplido. Aprendemos a desesperarmos una vez que conocemos la muerte y convivimos con la rabia una vez que descubrimos los límites de nuestra voluntad.

¿Pero por qué digo que son dos grandes pretextos?

En el caso de la ira, se trata de un punto de fuga para no atarnos al caudal de la vida y no dejarnos llevar por la sencillez de todo lo que cobra relevancia, es un estar afuera, inmutable, ante el devenir y con la ilusión de poder eludir la muerte, una vez que nos aferramos a ella con rencor.

En cambio, cuando se trata de la impaciencia, interrumpimos el tiempo, como si lo tenzáramos con nuestras manos, asfixiando el presente e interrumpiendo el curso de los acontecimientos.

En ambos casos, eludimos hacer, descansar, estar, hablar, escuchar, sentir, amar, reír, llorar, sanar, ser. Como si de este modo pudiéramos controlar la magia de la vida. Cuando, simplemente, se trata de reconciliarnos con nuestro auténtico latir en franca armonía.


Y tú ... ¿vives con sinceridad?

Hasta pronto... amigas tortugas.