jueves, 19 de mayo de 2011

carta al presidente de México

Felipe Calderón Hinojosa
Presidente de los Estados Unidos Mexicanos
Presente.



Estimado Presidente:


Hace tiempo que quiero dirigirme a usted, la razón de esta misiva es exhortarlo a que recapacite en torno a sus objetivos. Para ello, lo invito a visitar las páginas de la historia de la humanidad, si bien en ella se exaltan las guerras y sus páginas se adornan de los episodios épicos sobre el triunfo del bien sobre el mal, y se justifican todo tipo de estrategias y daños colaterales en aras del bien común. Los tiempos han cambiado. Los seres humanos hemos crecido a lo largo de los siglos y hoy sabemos cosas que antes ignorábamos, por lo cual, defender la guerra, en cualquiera de sus formas, con cualquier argumento, a la luz de nuestra era es un síntoma ineludible de barbarie y cobardía. La ética hoy nos enseña que el fin no justifica los medios y que los seres humanos no podemos ser usados como tales.

Por ejemplo, hubo un tiempo en que se creía que los seres humanos no éramos iguales en dignidad, había esclavos y guerreros quienes eran propiedad de alguien más y estaban destinados a pelear las batallas como súbditos, cuyas vidas eran sacrificables para garantizar la vida de reyes y reinas. Incluso en la época de la Grecia Clásica, se creía que sólo algunos eran los hombres libres, con derecho a educarse y participar de la polis y de la democracia. Otrora, sólo los dignos aprendían a leer y escribir, las sagradas escrituras guardaban secretos para ser conocidos, únicamente, por las élites eclesiásticas y el conocimiento era cosa sólo de hombres y no de mujeres. También, en otros siglos, quien era dueño de la tierra poseía a los siervos que la trabajaban, quienes no recibían ninguna regalía de las ganancias de su arado, salvo techo precario y escaso alimento. Así como, hubo un tiempo en que pueblos y territorios se conquistaban como objetos que pasaban a ser propiedad de quien los encontraba, sólo porque sí.

En esas épocas, se pensaba que con sangre y violencia podíamos crecer hacia la consolidación de una cultura mejor en la que todos gozáramos de los mismos derechos. Y sin ir muy lejos, apenas el siglo pasado, durante la segunda guerra mundial hubo millones de seres humanos que fueron tratados como objetos, perseguidos, encerrados, violentados y murieron en campos de concentración a manos de los ideales de una raza pura que se fundamentaban en la ignorancia sobre lo que la vida humana vale y representa.

Hoy sabemos que todos somos iguales en dignidad y que contamos con prerrogativas sólo por el hecho de ser humanos. Hoy sabemos que los abusos del poder no pueden justificarse en tanto todos nos debemos el mismo respeto y somos igualmente valiosos. Y que nadie puede tomar nuestra vida como un objeto a su disposición. Por lo que, cuando usted recibió la encomienda de representarnos y gobernar para nosotros, no era su voluntad la que debía arrasar por encima de todas las demás, sino, la voluntad de todas nuestras voces.

En el marco de un Estado Democrático de Derecho, no es justo ni correcto que haya tomado una decisión de tal enverjadura sin el aval de nuestra autonomía y sin el acuerdo de toda la clase política que nos representa y trabaja para garantizar nuestro bienestar; escudado en una fracción menor de nuestros dirigentes. Las y los ciudadanos debimos ser consultados al respecto, en definitiva, el déficit de esta guerra será pagado con nuestro propio bienestar y con nuestra propia vida.

Durante su campaña, yo no recuerdo que haya mencionado que militarizaría el país. Al cabo de estos años, el saldo de muertes crece y a cambio no hemos recibido ningún beneficio, al contrario, la incertidumbre, el miedo y la injusticia se reproducen aceleradamente. Los tejidos sociales se desintegran y el respeto conciudadano se trasmuta en la ley del más fuerte, con fuego se dirimen las diferencias y con intransigencia transitamos a un Estado de barbarie y de excepción, sin que nadie rinda cuentas al respecto. La solidaridad se diluye ante el hambre de vida, de educación, de paz, de alimento y salud.

El problema de esta guerra suya que ha hecho nuestra a fuerza de soldados, fosas y miles de humanos muertos, es que ha desencadenado una ola de violencia que ningún Tsunami podría aventajar. Y de pronto, en el silencio y la calma, el mar se recoge a sus adentros para luego devorarnos con la furia de su naturaleza. El hambre, el desempleo, las necesidades básicas que pierden sentido y se resquebrajan, todo el dinero que en vez de invertirse en hacer cultura, estamos invirtiendo en matarnos los unos a los otros, la falta de certezas para el futuro y el no tener nada que perder, han dejado en el desamparo cualquier proyecto de nación que pueda trascender la furia de las armas para conciliar una tregua que con justicia abra nuevos caminos.

La violencia es una senda de una sola vía que crece y crece, cuyo único destino es el exterminio. A diferencia de los animales no humanos (quienes son incapaces de nuestra crueldad ni son tan cruentos como nosotros), nosotros no sobrevivimos bajo la ley de la selva, nuestra fragilidad nos obliga a hacer cultura, generar pactos, dialogar y crear arte, de tal suerte que podamos compartir las adversidades de la sobrevivencia sin sucumbir devorándonos los unos a los otros y éste es el camino que nos hace verdaderamente fuertes y valientes.

¿Por qué nos incita a renunciar a nuestra humanidad y se conforma con fomentar al ser descarnado que nace del miedo y de nuestra debilidad: aquel que sólo mata sin preguntar porque ignora que otras formas de vida son posibles? Cuando, en medio de nuestras desventajas naturales, contamos con todas las formas de sublimación que logran sembrar amor ahí donde nace el odio para alcanzar con perdón y comprensión una vida digna e igual para todos.

Usted una vez dijo que cuando estaba en sus misiones recorriendo comunidades de nuestro México, había descubierto que la política era el instrumento para traer el reino de Dios a la Tierra. Quizá usted conoce un Dios del cual ignoro, al cual le complazcan sus actos y quien perdone las deudas impagables que ha adquirido con la familia humana y ante la ley nacional e internacional de nuestra era, pero el Dios en el que yo creo tiene un solo reino y es el del amor, no el de la guerra.

Usted no puede pretender transitar impune por encima de nuestras vidas, privarnos de nuestros proyectos, del desarrollo por el que trabajamos y con esfuerzo cada día construimos, sólo porque quizá ha olvidado que la arrogancia del poder lo único que engendra es dolor, odio e injusticias.

Todavía estamos a tiempo de construir, tiene que haber otra solución. Miremos dentro de nosotros mismos y creemos una alternativa para nuestro territorio, cosechemos paz antes de que muramos todos. Pues si seguimos por el camino que usted ha trazado no volveremos a ver amanecer.


Mariana Lojo.



Y tú ... ¿qué opinas de esta guerra?


Reciban un abrazo de paz lleno de magia de tortuga.







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