miércoles, 10 de diciembre de 2014

volvamos a la ética...

y protejamos el ejercicio de los derechos humanos.


Hace algunos años escribí un texto al cual titulé "La corrupción: una forma de vida" y en estos días me parece muy pertinente compartirlo. Porque vivimos tiempos en que es importante descubrir cómo hacer de la política una práctica ética per se. El desarrollo de nuestro entramado legal solo puede volverse real en las prácticas de vida y profesionales de cada uno de nosotros, sea cual sea nuestra función dentro de la composición del Estado. Comparto tal texto para provocar una reflexión en el día de los derechos humanos, que abone a las soluciones en ciernes. 

Sin antes recordar que, cuando de violaciones a derechos humanos se trata, debemos privilegiar el papel toral que tienen las víctimas, resarcir los daños a partir del carácter irreversible de la tragedia que enfrentan los familiares de las personas desaparecidas y, en el caso de Iguala, presuntamente, asesinadas brutalmente. La exigencia de la presentación con vida o, de no ser así, lamentablemente, conocer el paradero de sus restos, los cuales merecen ser entregados a sus familiares para que éstos puedan llevar a cabo el proceso de duelo respectivo. Me sumo solidariamente al dolor de la familia de Alexander Mora, al conocer el aberrante destino de su cuerpo y la crueldad con que su vida fue arrancada de todos nosotros. La herida que llevamos los mexicanos y mexicanas ante este horror humano es también de carácter irreversible e insalvable. Y nos obliga mirar hacia adelante con la conciencia clara de que tales hechos no pueden seguir siendo parte del contexto de normalización de la violencia en el cual nos encontramos. Tomar conciencia implica indignación, alzar la voz, visibilizar las atrocidades, encontrar soluciones adecuadas, respuestas de fondo sólidas y contundentes por parte del monopolio de la fuerza pública en manos de quienes tienen a su cargo la responsabilidad y la autoridad del Estado, el respeto irrestricto al imperio de la ley y la legitmidad de todos los actores sociales en el diálogo político, incluidas las responsabilidades, para todas las partes, que esto conlleva.

Tomar un rol preponderante como actores de la sociedad civil no es una pleitesía ajena de obligaciones y limitaciones. También los movimientos sociales tienen una responsabilidad legal sobre sus actos, están en riesgo de cometer actos de corrupción y no están exentos del carácter ético de sus actos humanos. Así como, ningún exceso cometido por la fuerza social, la cual no puede ser usada como medio de cohersión o coacción, justifica violaciones de derechos humanos por parte de los agentes del Estado. De ahí que la mesura, la responsabilidad, la objetividad, el examen de conciencia, el diálogo, la generosidad, la reconciliación, la apertura a los cauces de soluciones, el reconocimiento pleno de la legitimidad y credibilidad de todas las partes, el análisis abierto, la actualización de las causas a los contextos del presente, la expresión respetuosa, los acuerdos logrados, el consenso, la estrategia de las exigencias, la voluntad institucional de lograr los cambios profundos, la construcción, el perdón, la reparación, la justicia, la verdad, la memoria histórica, la vocación de hacer del presente un futuro que no pueda enmarcarse más dentro de tal memoria histórica como punto de referencia interpretativa, pero que sí se sepa un tiempo heredero de todo lo que compone nuestro pasado, son un conjunto de compromisos éticos inalienables, ya que de lo que se trata es de eliminar todo riesgo de ser víctima de una violación de derechos humanos y erradicar por completo las violaciones graves a los derechos humanos. 

La defensa de los derechos humanos, en México, dado nuestro marco constitucional normativo y dada la complejidad de la violencia que nos somete, está llamada a reconstituir sus estrategias de acción. No hay referentes que logren darnos un contexto adecuado de interpretación. Como tampoco estamos familiarizados con compartir el compromiso con el respeto al ejercicio pleno de los derechos humanos con el Estado. Este es el gran punto de quiebre del logro de la reforma constitucional. Escuchar a un presidente decir "Todos somos Ayotzinapa" no debería causar ofensa, por el contrario, es un acto de total reconocimiento a las víctimas, es la toma de conciencia de las altas esferas de la clase política de que la lucha por los derechos humanos no es más una lucha entre la ciudadanía y el gobierno, es una lucha contra todos los abusos del poder, no solo del Estado, de los poderes fácticos, mediáticos y sociales, es una lucha contra la corrupción de la vida, contra la impunidad de quienes atentan contra nuestra vida. No solo contra nuestra integridad personal, contra todos los ámbitos de nuestro proyecto de vida. Y esto es un logro de los defensores de derechos humanos y es un legado de todas la víctimas que han sufrido en carne propia tales abusos. Por lo que no es hora de empequeñecer nuestras miras y conformarnos con aquellos recursos limitados de lucha y resistencia con los que antes contábamos en la frontera de la legalidad. Es el tiempo de mirar hacia arriba, extender nuestra luces y hacernos cargo de lo que hoy se nos impone, a la altura de las nuevas circunstancias. Las puertas que antes debieron ser quemadas y golpeadas con astucia y desesperación, hoy están abiertas a nuestro paso. Atrevámonos a cruzar las fronteras que nosotros mismos hemos reconfigurado. 


Comparto el comunicado de la Oficina en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, en conciliación con la exigencia de que se satisfagan con ejemplaridad los más altos estándares en materia de derechos humanos en el caso de Iguala y en todos los casos de violaciones graves que han sido perpretadas en nuestro país, en exhorto a que el Gobierno no escatime en hechos y esfuerzos para la consecución de estos propósitos.

http://hchr.org.mx/files/comunicados/2014/11/20141129_ComPrensa_AgendaDH.pdf

Comparto también el llamado del Secretario General de la Naciones Unidas para llevar a a cabo investigaciones meticulosas en todos los casos de desapariciones:
* * Traducción no oficial
05 de diciembre de 2014.- En respuesta a una pregunta hecha el día de hoy sobre México, el Portavoz, Stephane Dujarric, dijo que el Secretario General está entristecido por los hechos violentos en Iguala, incluyendo la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, la muerte de seis personas y las lesiones sufridas por al menos 20 más. Hace extensiva su solidaridad con las familias afectadas y con el pueblo de México.
El Secretario General también hace eco de las expresiones de solidaridad y preocupación mostradas por parte del Sistema de la ONU en México, el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos y los tres Procedimientos Especiales de la ONU que han urgido a llevar a cabo una investigación meticulosa en este y en todos los casos de desapariciones. Asimismo, da la bienvenida a los pasos tomados por las autoridades, las víctimas y sus representantes para permitir que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos apoye las investigaciones en curso. Naciones Unidas, a través del Alto Comisionado para los Derechos Humanos, está lista para apoyar al Gobierno mexicano para atender los retos actuales.
El Secretario General enfatiza la importancia del derecho a la libertad de expresión y la necesidad de canalizar las legítimas demandas de manera pacífica y con completo respeto a los derechos humanos y el Estado de Derecho.
Me sumo al día internacional de los derechos humanos compartiendo la invitación de la Oficina en México del Alto Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y brindar por el honor de todos quienes dedican su vida a la defensa de los derechos humanos:
E incluyo el video con que dio inicio tal evento, al cual, sin poder estar presente, acompaño en mi corazón:

Los desaparecidos nos faltan a todxs

LA CORRUPCIÓN: UNA FORMA DE VIDA
Morelia, 2005.
"La política dice: "sed astutos como la serpiente". La moral añade(como condición limitativa): "y sin engaño, como las palomas".Si no pueden coexistir ambas en un mismo precepto, entonces hay realmente un choque entre la política y la moral; pero si se unen, resulta absurdo el concepto de contrario y no se puede plantear como un problema la resolución del conflicto entre la moral y la política." (Kant, La paz perpetua; Apéndice.) 

Pensar el engaño...
¿Cuántas mentiras están involucradas en un acto corrupto?
Dependerá, a primera vista, de a qué nos estemos refiriendo por dicho acto. Puede ser un robo, un desfalco, malversación de fondos, abuso de confianza, abuso de poder, peculado, un asesinato, una infidelidad, una calumnia, un chisme, una "mordida", la extorsión, un secuestro, la tortura, una violación sexual, pasarse un semáforo en rojo, dar o recibir un trato discrecional, el nepotismo, un despido, una contratación, la negligencia, un pago injustificado, un cobro ilícito, una decision, una palabra, una mirada, la falta de ejecución, la omisión, la acción.
De manera similar a la virtud, la corrupción, en abstracto, no nos da muchos elementos para identificarla y, en este caso, censurarla o detractarla; en aquél, alabarla o procurarla. Sin embargo, de común acuerdo, parece que se puede señalar, relativamente fácil, a un individuo específico y llamarlo corrupto, a la luz de sus actos, incluso de manera más frecuente y ligera que cuando se trata de reconocer a los virtuosos.
El ser corrupto tiene que ver con un modo de ser, un modo de hacer las cosas, un modo de ver la realidad que implica conductas que se convierten en hábitos. Es decir, nos vamos acostumbrando a ciertas prácticas corruptas, a compartirlas, permitirlas, e incluso llevarlas a cabo. En algunos casos, a pesar de reprobar dichas conductas en abstracto, las damos por sentadas, en concreto. Al grado tal, que llega a sorprender encontrarse con un ser honesto, más aún si éste es un "político". Profesión que casi, por definición, se equipara a un sinónimo inmediato de "corrupto".
Justificar el engaño...
¿Cuántos mentirosos se necesitan para legitimar un acto corrupto?
Al menos dos. Es decir, si el sujeto delinque solo y no requiere cómplices, cae en la psicopatía, en la delincuencia, la no-adaptación, el error, la falta de conciencia moral, el delito. Pero no se le atribuye, necesariamente, el adjetivo de corrupto.
La sociopatía, en cambio, es ya el terreno propio de las manifestaciones más extremas del fenómeno que aquí me ocupa y que trataré de desentrañar a continuación: ser corrupto.
El ser corrupto involucra la relación con el entorno, aparejado con la experiencia de algún tipo de ruptura.
Me explico. La corrupción implica un romper-con. Es una fractura, una experiencia en la frontera de un orden establecido, de mi persona, de un otro posible; desde lo roto. Y es una experiencia compartida, rompo con mis principios, violento el "cuidado de mí", rompo con la norma, con la moral, con la institucionalidad. Al mismo tiempo que rompo "junto con", junto con quien también se fractura a sí mismo (consciente o inconscientemente; voluntariamente o por dejar de ejercer su voluntad), junto con quien también quebranta la legalidad, junto con la legalidad misma que, en el límite de su efectividad, me obliga a trasgredirla.
Es importante tomar en cuenta que, en algunos casos, esta "ruptura" puede ser la respuesta no-corrupta (en términos éticos) a un orden corrupto per se, ya establecido.
Desde lo dicho hasta aquí, tendríamos que regresar al psicópata e incluirlo en este ciclo, en tanto, hay un quebranto en su voluntad. Esto valdría también para todos los casos en los que por alguna carencia fisiológica se considera que el individuo está "fuera de carácter". Tomando en cuenta que la relación con uno mismo implica de antemano un otro al cual le puedo contar mis mentiras.
Vivir el engaño...
¿Cómo un acto corrupto deviene legítimo?
Se requieren ciertos incentivos para corromperse. Y ciertas motivaciones para corromper con otros.
Aquí es donde la ética se vuelve relevante para el análisis de este fenómeno, ya que no es un asunto de "valores", es un asunto de prácticas específicas, legitimadas, compartidas, cuya efectividad, en tanto se ha constituido en una forma de vida, es impecable, pero que, sin embargo, nada tienen que ver con una búsqueda reflexiva acerca de lo humano y del bien humano. De aquí que sea sumamente complicado penetrar estas estructuras de poder, que no sólo nos remiten a la política y permean, o constituyen, por inverosímil que parezca, muchos de nuestros ámbitos vitales, como son los espacios laborales, académicos, todos los espacios en los cuales son y conviven los seres humanos consigo mismos, entre sí y con su entorno.
La mentira deviene un recurso más efectivo y, sobretodo, altamente eficiente, para establecer equilibrios de socialización y operación entre individuos que comparten un mismo paradigma, pero incompatible con el ámbito de la ética. Para mentir requiero "cómplices", es decir, requiero ser parte de una suerte de "sociedad del conocimiento" con quien comparto valores paradigmáticos que nos permiten reproducir, en grupo, de manera compartida, prácticas inadecuadas, tan habitualmente que, en mi esquema mental, se vuelven adecuadas, por lo que llegan a ser correctas en el trasfondo de mi psique y, por otro lado, se instauran como praxis. En estricto sentido, la corrupción es una práctica moral, frente a la cual sólo la ética puede brindarnos alternativas.
Sustituir el engaño...
¿Cómo evitar la corrupción?
Dicho desde otra perspectiva ¿por qué los intentos por sintetizar en una conducta ambos momentos de la realidad ética (teoría y praxis) fracasan? Sobretodo, cuando nos empeñamos en poner en práctica ideales, valores, principios, en este caso, cuando tratamos de erradicar el engaño de nuestra práctica política, con el fin de que la misma cumpla con su función primera: garantizar las condiciones de vida de las sociedades.
Este fenómeno: la disociación ineludible entre mi pensar y mi actuar. La singular contradicción entre mi desear y mi realizar. La distancia, aparentemente impenetrable, entre mi conciencia y todo aquello de lo que soy consciente. El cual considero como punto medular de la investigación ética, siendo, creo yo, también el que incide de manera directa sobre las prácticas de los agentes políticos. ¿Es una ruptura que enfrentamos sólo a nivel discursivo? ¿un juego del lenguaje? o ¿es, más bien, una escisión estructural de nuestra mente la que posibilita que una práctica como la de la corrupción se constituya en una forma de vida?
Es decir, podría ser el caso de que la conducta humana, en sí misma, sea la que se constituye, reiterativa e irreversiblemente, bajo esta paradójica situación de no corresponderse cabalmente con su intencionalidad.
Si nos remitimos a los hechos, el acto moral (el precepto de la buena intención hecho costumbre) y el acto ético (la concreción reflexiva y efectiva de los preceptos en buenas intenciones hecha hábito) no pueden ser dos cosas distintas o separadas. De una práctica podemos predicar su carácter ético y su carácter moral "como si" fueran independientes, pero no podemos decir que de hecho esa práctica se convierte en dos, en tiempo y en espacio es una e idéntica en sí misma. En el caso de la corrupción, la moralidad de estas prácticas se constituye en concreción no-ética que, paradójicamente, en tanto efectivas, se podrían incluso entender como una expresión ética de lo "no permitido moralmente". Curiosamente, al reflexionar al respecto se nos presenta nuevamente la posibilidad de recaer en una argumentación circular, más rotundamente, cuando nos vemos obligados a usar uno de los aspectos de esta moralidad de la corrupción para referirnos al otro, el de la eticidad de la misma. Siendo este caso, el de la corrupción, un contraejemplo que muestra cómo la teoría y praxis (de manera inversa e indirectamente) sí se pueden llegar a corresponder a través de un proceso deliberativo.
Pero ¿por qué? ¿Por qué es posible separar la conciencia de lo bueno en el actuar, del resultado mismo de esta acción y encontrar innumerables justificaciones posibles? Algunas de ellas más válidas que la que podrían argumentarse para actuar correctamente. En el caso que aquí nos ocupa, la interrogante sería ¿cómo es que puedo separar mi conciencia de lo malo, de la conciencia de mi acción de tal manera que, no por saber que cierta acción no es correcta, dejo de llevarla a cabo, y que esta decisión de llevarla a cabo es intencional (en el peor de los casos, perversa)? Vemos nuevamente una doble inversión en el esquema paradigmático que posibilita instaurar la mentira como única verdad.
Desde otro ángulo ¿por qué no es tarea sencilla "enseñar" a las personas a actuar éticamente? Cambiar o "corregir" una determinada conducta, en algunos casos, puede llegar a parecer una misión imposible, remitámonos a nosotros mismos. Uno de los motivos puede ser que difícilmente llegamos a un consenso acerca de cómo debemos actuar y las más de la veces este consenso no es una motivación suficiente o no es cabalmente funcional como para consolidar otro tipo de conductas, por lo que corre el riesgo de quedarse en el papel. Pero sobretodo porque existen ya códigos operantes de nuestro actuar que limitan este reaprendizaje.
Esta complejidad, la cual involucra la dificultad que a veces nos ofrece el tratar de definir y distinguir la ética de la moral, se traduce en la complejidad, dinámica y dialéctica, misma del vivir.
A través de esta sutil, pero nada menor, distinción que se sintetiza en la paradoja de la teoría vs la praxis, intento dar razón de una práctica que se desdobla en ella misma, por definición, y que sólo así, en tanto disociación, es capaz de proyectarse como conducta. Siendo el espacio de la disociación el sustento y motor de la fractura, de la rendija, en la cual se instaura lo "roto con", lo corrupto, como una forma de vida.
Por ello, la ética, como condición de posibilidad inherente y constitutiva de nuestro mecanismo consciente, es dialogante capaz de refracturar el quebranto e instaurar otro modo de vida que sí posibilite desatanizar "lo político", al "político", situarnos, precisamente, en el absurdo contrasentido, nombrado por Kant, en el que se recae al hacer la distinción entre la ética y la política. Una vez que se asumen como una y la misma práctica.
De ahí que la toma de conciencia, el acto ético que media todo nuestro hacer, más detenidamente, toda decisión en nuestro hacer, sea esfuerzo de vida. Y este esfuerzo es el sentido mismo de la vida, en términos estrictos: es la vida misma.
La moral, en cambio, es el reflejo enajenado de esta posibilidad, cuya única función es marcar el límite de la mediación necesaria para toda práctica, de tal forma que cualquier práctica se vuelva operativa. Pero como marca (o parámetro) es completamente relativa y arbitraria, su función no es sustancial en tanto contenidos específicos de lo que se debe hacer y no se debe hacer, sino que es esencial en tanto permite establecer el territorio dentro del cual sé qué hacer y cómo comportarme, en una situación dada, bajo circunstancias específicas. Marco referencial sin el cual nos perdemos en el cosmos de la demencia, y cuya pauta nos puede llevar a otro tipo de demencias, entre ellas, la corrupción como forma de vida. De ahí que cualquier intento por depositar en la moral la efectividad de la praxis fracasa. Por definición, la moral es sólo la suposición de aquello que aceptamos como bueno. Sin embargo, toda praxis es efectividad de la moral. Lo cual se ve claramente en el problema aquí planteado, en donde siendo la moral insuficiente para garantizar que no se cometan los actos corruptos, al instaurarse los mismos, devienen en praxis y reflejan la efectividad de una moral desengañada cuyo paradigma es precisamente vivir bajo el supuesto de que la corrupción es la única alternativa y que todos son igualmente corruptos.
Qué pasaría si le diéramos la vuelta a este esquema y partiéramos del suspuesto contrario, el de la confianza en el otro, la confianza en mí mismo, la confianza en las instituciones, la confianza en los distintos aspectos de la legalidad. Si nos adueñáramos de nuestras mentiras y confiáramos en que el otro nos va a mostrar su rostro al mismo tiempo que yo le brindo el mío.
Lo que nos hace libres, para darle el giro conceptual que prefiramos a nuestras costumbres y elegir distintos hábitos, es el doble acto de conciencia en el que nos "desenajenamos" de cualquier absoluto moral. Es decir, el doble acto de conciencia implica no sólo tomar conciencia de mi actuar en tanto práctica diaria, sino tomar conciencia de que mi práctica está sujeta a un determinado actuar que no es necesario, ya que a través de mis propias mediaciones soy yo quien va estableciendo las pautas dentro de las cuales decido cómo desenvolverme. Asumo así, la estricta responsabilidad sobre mis actos y decisiones. Y esto es la ética como práctica efectiva, cuya praxis siempre se manifiesta a través del fenómeno moral como mediación.
Ahora bien, quien es corrupto alcanza a ver más allá de la norma, sin embargo, esto no le implica responsabilidad alguna, y la labor más difícil de mantenerse en esa posición es el cúmulo de mentiras que tendrá que argumentar y creerse para dar sustento a su realidad, pues no se ha adueñado de todo el proceso en el que está inmerso y a la vez que infringe el supuesto moral, necesita ser aceptado moralmente.
Más allá de la condición del ser corrupto, para lograr cumplir el proceso completo de lo que podríamos llamar "crecimiento ético", ineludiblemente requerimos de "mentiras" (verdades supuestas). Y ésta es la mayor dificultad a la que nos enfrentamos. Bajo el supuesto de que toda toma de conciencia involucra el tiempo de la simulación necesaria que media la inmediatez de la vida.
Así, la conciencia, en tanto estructura-funcional, le permite al individuo mediar su ser otro a través de su limitado lenguaje. Palabra y letra, irreductiblemente atrapadas en la fantasía y la imaginación, son referente obligado para expresar, para reflexionar sobre nosotros mismos y para decidir qué hacer, cómo hacerlo, valorar opciones hipotéticas e incluso lamentarnos ante el fracaso de lo que nunca fue, pero que parecía que podía ser o queríamos que fuera. Para desear. Doler la pérdida de algo que no tuvimos. Tramar el engaño.
Pensar nos permite robar por minutos una parte de la vida, especular y crear otras formas de vida. En este sentido, la mentira es nuestra identidad, sucumbir ante la nada: nuestra peculiaridad. Esto no implica que la corrupción es la única salida, por el contrario, implica que en el prolongado vacío de la mente radica la posibilidad de ser éticos, así como la radical responsabilidad sobre nuestra voluntad. Aprender a actuar con verdad.
Dicho de otro modo, y para concluir, el acto de conciencia es un fenómeno plástico cuya particularidad es la de ser capaz de volverse otro. En el vacío de la mente, la existencia se suspende por instantes y pensamos. Pensar la nada es probablemente algo que sólo los seres humanos podemos hacer. Y en este espacio, las más bellas cosas pueden ocurrir, por ejemplo, la gestación de un nuevo paradigma existencial, pleno, consecuente con las necesidades de una vida feliz y facilitador del trabajo de vivir con uno mismo, junto con quienes viven consigo mismos, en concordia y concordancia con el orden de lo común. Con astucia y sin engaño.

Y tú... ¿eliges la moral o la ética?

Salud porque se cumpla el día en que 
los derechos humanos sean una realidad eterna.

Fuerte abrazo de tortuga en el 
Día Internacional de los Derechos Humanos.


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