martes, 18 de agosto de 2020

ánimos...

 ...para recomenzar.



Ya casi llegamos al final de agosto. Han sido meses largos, intensos, pausados, llenos y vacíos a la vez. Cada quien tiene una experiencia propia de este aprendizaje. Y el impulso de la vida da cuenta de cómo el ser humano se ocupa de sí. Ocupa su tiempo. Colma sus espacios de actividades diversas. Mirando hacia el futuro. Previendo los tiempos por venir. Añorando la recuperación de sus territorios comunes. Abrazando el presente con fuerza. Sin perder el sentido de futuro. Me admira la capacidad de nuestro ser propio por seguir adelante. Por vivir. 


En medio de la adversidad nos hacemos fuertes. Y descubrimos virtudes que no sabíamos que poseíamos. A la vez, nos conmovemos con más sentimiento ante las tragedias globales que nos aquejan. Con gran impotencia e incertidumbre. Con la esperanza de que quienes están en posibilidad de tomar decisiones y hacer la diferencia para el futuro de nuestras sociedades hagan lo mejor por la vida comunitaria del planeta. Este es el mejor regalo que podríamos recibir. Ojalá así sea. Ojalá estos meses, y lo que todavía resta por venir en espera de poder retomar nuestro ritmo de actividades económicas y sociales, sean un ejemplo de lo grande que puede ser la humanidad cuando recordamos cuáles son las prioridades de la vida... de la vida ética.


Parece que nuestra comprensión de la vida está cambiando  de manera radical e irreversible. En fracturas de esta naturaleza, a veces, nos cuestionamos aspectos de nosotros mismos a los cuales no habíamos prestado la misma atención. O cambia el modo en que nos observamos. Los recuerdos cambian de tesitura. La nostalgia se convierte en un aliento reconciliado de vida lograda. Y el futuro se regala como una forma de volver a empezar. Cerca de lo que nos es propio. Una vez que todo lo que no nos corresponde esencialmente se evapora de nuestro lado. 


La amistad se vuelve más cierta y profunda o, simplemente, la distancia hace evidente la ausencia de lazos vigentes. Y estos aprendizajes también nos interrogan. Nos alientan a valorar a quienes amamos. A nutrir nuestras relaciones verdaderas. Como si pudiésemos estar más unidos. Escucharnos de otra manera. Con afecto y atención. Con respeto y solidaridad. Con humildad. Revalorando, así, nuestro lugar en el mundo y el sentido de nuestra propia razón de ser.


Son épocas un poco existenciales. Al menos para algunos de nosotros. Para quienes no poseemos muchas certezas. Y necesitamos confiar más en nosotros mismos. Por ejemplo, ser soltera, sin un empleo, sin hijos, vivir sola y lejos de mi familia cercana y presente, y no tan joven que se pueda decir... sin mucho más en el horizonte que la posibilidad de reinventarme en un momento en que no hay muchas opciones más que esperar, resguardarse, cuidarse, observar, escuchar, seguir los acontecimientos, compartir la dicha y los temores de quienes  forman parte de nuestra vida y se resguardan también en su propio espacio. Al llegar los tiempos que vivimos, se nos ofrecen también algunos regalos. La decisión de trazar un nuevo futuro. De elegir. Pero elegir es también dejar atrás. Dejar atrás una parte nuestra. Estar dispuestos a convertirnos en una nueva persona. Siendo quien somos. No es una tarea sencilla. Nace una nueva soledad. Llena de gratitud. Porque me considero un ser humano afortunado y una persona muy bendecida. La pregunta es: qué fincar con todo lo que hemos construido hasta ahora. Ahora que todo está cambiando. Y que los vientos siguen siendo poco favorables. 


El último año y medio ha sido un espacio de grandes retos en mi vida. Retos del alma... del ánimo... de salud. Y el problema con estos hitos de nuestra vida es que hay muchas experiencias incomunicables. Una parte de nosotros es tomada por el juicio que las demás personas tienen sobre quiénes somos. Y a veces tales impresiones no nos favorecen para desprendernos de todo lo que ha dejado de ser. Cuando se vive en soledad carecemos de un testigo de vida, más que nuestra propia vivencia, que refleje la bondad de nuestro ser y la capacidad de nuestros actos. Como si en el cotidiano todo se diluyera. Como si nada estuviese ocurriendo en la quietud de nuestros días. Lo cierto es que vivimos tan intensamente como todas las demás personas. Y a veces a nosotros también se nos olvida percibirlo. Pero es la fe lo que nos sostiene. El anhelo. Los sueños. Las metas y propósitos. La creatividad. La fuerza interior. La sonrisa. La capacidad de asombro. La paciencia generosa. El goce y el disfrute. 


Porque no podemos renunciar a nosotros mismos. En el camino siempre perdemos mucho. Perdemos cariños. Perdemos la confianza de personas en quienes confiamos. Perdemos parte de nuestro carácter. Perdemos amores. Perdemos oportunidades para haber tenido más suerte o haber hecho mejor las cosas. Pero cada pérdida trae consigo también un regalo: una enseñanza. Una lección de vida. Un duelo para reencontranos a nosotros mismos. Nuevas amistades y nuevos amores. La oportunidad de hacer lo inimaginado e imposible. El logro. La sorpresa. Y con el paso del tiempo, poco a poco, todo toma su valor, todo ocupa un lugar y tiene sentido. Como si fuéramos parte de un plan mágico de vida en el cual cada una de sus piezas son perfectas. En unidad. Con reconciliación. Con alegría. Por eso, cuando se trata de nuestra propia vida: el único juicio que vale es el nuestro. Sólo cada uno de nosotros conoce su propia valía. Y sólo quienes nos aman de verdad son capaces de mirar a través de ella sin detenerse en las sombras... De mirar a través de nuestra luz. Esas son las personas que debemos conservar en un abrazo de vida. Las que existen. Las que están presentes. Quienes nos invitan a ser parte de sus vidas sin escatimar en nada. Quienes se suman a nuestro corazón sin violencia alguna. Quienes nos valoran y a quienes valoramos. Con mutua admiración. Con respeto.


No porque haya buenas o malas personas. Ni por mezquino rencor o resentimiento pueril. No. Simplemente porque todos vivimos distintos procesos de vida, nos encontramos en distintas etapas de nuestro crecimiento y no siempre logramos coincidir. Hay afinidades más profundas que nos unen con quienes han sido llamados a ser parte de nuestro camino de vida. Y viceversa. Los encuentros a veces duran toda la vida. Otra veces no. Perseverar en nuestro bien... es perseverar en acompañar a quienes tienen algo que podamos compartir, con generosidad mutua. Y comprometernos con quienes gustan de nosotros. Quienes creen en nuestro corazón. Guardan con respeto nuestras confidencias. Sin juicio. Sin traición.


Son tiempos de solidaridad. Muchas personas, más allá de su circunstancia existencial, están sin empleo o cerca de perderlo. Hace falta poder brindarnos mucho apoyo. Escucharnos y tener en quien confiar. Estar dispuestos a acompañarnos. Sin juicio. Porque para quienes mantienen su empleo se vuelve, a veces, imperceptible el proceso psicosocial que se atraviesa ante la incertidumbre y la carencia para solventar el gasto de vida. Es importante escucharnos con el corazón y comprender que son circunstancias extraordinarias. Apoyar es también dar ánimo y esperanza. Recordarnos unos a otros que somos igualmente útiles y valiosos para la vida social, sin importar nuestra circunstancia económica. Comprender que la carencia de empleo no es un defecto. Es una realidad que rebasa la voluntad de la persona. Vivimos en un mundo con ciertas reglas y no hay suficientes alternativas para todos. Lo cual en estos tiempos se está recrudeciendo. En algunos casos es una situación temporal de excepción. Y de todos modos no tenemos garantías de cuándo terminará tal situación o si será algo definitivo, en otros casos. Y es triste ver que nuestras instituciones se quedan pequeñas para atender esta problemática urgente. Ojalá quienes poseen la riqueza económica del mundo despertaran ante la necesidad de comprender que es tiempo de comprometernos con la posibilidad de un mundo en el que haya empleo bien remunerado para todos y que, incluso, en momentos de excepción (como estos que vivimos) se pueda financiar la vida en aras de la salud de todos. Ojalá.



Y tú... ¿en quién confías?  


Fuerte abrazo...
lleno de magia
de tortuga.

Música para relajarnos. 




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