martes, 8 de diciembre de 2009

complicidad

Este pretendía ser un cuento que íba más o menos así...

El oso amoroso recorría los bosques de la felicidad en busca de un árbol de nueces, pasaron días, soles y lunas, hasta encontrarlo. En medio de pinos, sauces y cipreses, descubrió un árbol frondoso y gigante... cuya copa casi ni se lograba mirar y era inalcanzable para el oso; quien, con su fuerte amor, abrazó, desde la base, el tronco de este árbol, lo sacudió una y otra vez, hasta que de él se desprendieron dos solitarias nueces.

Al caer, las nueces rebotaron lejos y rodaron hasta acunar en un bello jardín de orquídeas encantadas en el que el presente era eterno, el viento hacía música, las lunas siempre estaban llenas y el sol despertaba con una sonrisa cada mañana. El rudo recorrido inquietó a las nueces que, compañeras, cayeron ante el capricho del oso amoroso. Lo primero que cada una sintió fue terror. ¿Dónde estaban? ¿Qué había pasado? ¿Podrían volver al árbol? ¿Por qué habían perdido su rama? ¿Qué harían ahora? ¿Cómo aprenderían a vivir en este nuevo territorio? Para entonces, no habían salido de su cáscara y ninguna sabía de la otra, se encontraban profundamente solas, acompañadas sólo de sus pensamientos.

El oso siguió su recorrido y, conforme se alejaba, a cada paso que daba el jardín de orquídeas temblaba y las nueces saltaban por doquier, gritando a sus adentros "¡no! ¡no! otra vez no!!!". Hasta que chocaron una con la otra y, por arte de magia, se abrieron al unísono.

Al verse, inmediatamente, se reconocieron y supieron que nunca más estarían solas.


Y tú ¿ya conoces a tu otra nuez?

(sigo con las cuentas atrasadas... México DF a 6 de enero de 2010)

Reciban sonrisas con magia de tortuga.



No hay comentarios: