domingo, 6 de diciembre de 2009

el suicidio: una prerrogativa

En los últimos años, a partir de que despertó la tetera de la tío bio... uno de sus enigmas por excelencia es la eutanasia (el bien morir) o el suicidio "asistido".

Filósofos, médicos, representantes de distintos credos y religiones, pacientes, familiares de los pacientes y, en general, la pluralidad de las sociedades debaten acerca de cómo establecer el límite de la vida cuando el cuerpo "aparentemente" mantiene funciones vitales, sin una conciencia que diga de sí ni de dicho cuerpo... ¿Es válido arbitrariamente poner fin a una "vida" biológica que ha perdido su "humanidad"? ¿Quién es la persona autorizada para tomar esta decisión? ¿Cuáles son los parámetros para establecer un marco legal adecuado? ¿Quién llevará a cabo esta forma de morir? Son todas interrogantes válidas ante, lo que insisto en llamar, el ámbito de las libertades expandidas.
Las diferentes tecnologías de vida a nuestro alcance han posibilitado enfrentarnos al momento de la muerte como un dilema de la decisión de nuestra voluntad. Lo cual, a su vez, cuestiona ámbitos de la vida moral que han permanecido como temas tabú a través de los siglos, en este caso: el suicido.

¿Es parte de las atribuciones de mi libertad el decidir cuándo y cómo morir, aún sin estar en la fase terminal de mi vida biológica, y sin tener que apelar a alguna disfución orgánica en mi salud mental? es la pregunta que me parece relevante para desmitificar la eutanasia y establecer parámetros válidos para los testamentos de vida y el respeto legal de la voluntad anticipada que, además, contemplen la posibilidad de que la persona en cuestión pueda cambiar de opinión en el último momento, si lo quisiera y si estuviera en facultad de expresarlo. Así como, se garantice la libertad para aquéllos que en pleno dominio de sus facultades mentales, a falta de otras facultades (como es el caso de los parapléjicos), decidan que es tiempo de despedirse de la vida a la que pueden aspirar y cuenten con el acompañamiento necesario para ejercer su voluntad.

En esta ocasión, me detendré solamente en la reflexión acerca de porqué creemos que la vida es tan valiosa, al grado de que prefiero preservar el aliento de un ser querido conectado a un respirador, o someterlo a tratamientos cruentos, sólo por la necesidad de su presencia... por la necesidad de evadir mi finitud y la certeza de nuestra muerte. En contradicción con el poco cuidado que a veces brindamos a la vida en salud, a quienes nos rodean y a nosotros mismos. Es decir, ¿por qué la vida al perder su cualidad aumenta en su valor? ... cuando nos impedimos vivirla en plenitud cada día al despertar, ahogados en las "exigencias" de la cotidianidad.

Una vez más, el dilema bioético pone en evidencia una carencia de nuestro sistema de creencias, de nuestro modo de vida moderno, del paradigma del plusvalor... pone en evidencia que el credo del presente no valora la vida.

Los invito a un ejercicio, traten de recordar todos aquellos momentos que los han hecho felices, que les han brindado paz y realización ¿no es por estos días y experiencias que todo lo demás ha valido la pena? ¿acaso no se trata de ser felices? sin culpas, sin deudas, sin miedos, sin prisas... Para qué tanta tecnología y conocimiento acumulado, si se impone la guerra, el abuso, las condiciones inhumanas de existencia, el exceso y la premura ante los detalles que verdaderamente cuentan para vivir.

En cierta forma, hemos forjado un modo de vida que es de suyo un suicido asistido, de ahí el alto índice de depresión, diabetes, suicidos, adicciones, violencia de todas las formas, ante lo cual... decidir de mano propia cuándo y cómo morir, dignamente, ante la inhumanización de las condiciones de vida posibles... parecería, sin duda, un acto de vida plena. Con mayor razón, entonces, cuando esta vida limitada se encuentra ya en el ocaso y sólo anhela descansar en paz y sonreír desde los cielos.


Y tú ¿prefieres mal vivir o bien morir?

(y un mes despúes al fin logré sentarme a escribir estas líneas: México DF a 6 de enero de 2010)

Un abrazo queridas tortugas.

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