domingo, 11 de abril de 2010

apariencias

¿casi mentiras? ...

En ocasiones, es difícil distinguir la apariencia de la realidad, de ahí el largo camino de los filósofos cuando quieren explicar el conocimiento y definir criterios de verdad.

No en vano, Platón, en su recurrente diálogo con los sofistas, evoca a la verdadera apariencia de las cosas, a la idea de la cual emanan todas las réplicas y reminiscencias, a partir de las cuales, nuestra alma, en la vida presente, descubre el secreto del conocimiento.

En el renacimiento, retoman este misterio y se alaba al mago: el ser capaz de hacer que las imágenes se vuelvan apariencia de lo real, con mayor precisión: realidad aparente.

Ahora bien, si la verdad se vuelve apariencia ¿cómo distinguimos la mentira? O, simplemente, renunciamos al engaño y nos conformamos con el supuesto de que sólo se puede conocer ilusiones de la mente y que la experiencia de los objetos nos ha sido vetada. Quienes de este modo opinan, tienen la convicción de que basta el poder de la intención de la mente, expresado en la voluntad humana, para controlar el quehacer mundano.

No lo sé... Si bien la mediación de la idea, a través de la imagen, es indispensable para nuestra aproximación a lo real y para nuestros criterios de verdad; reducir la mentira, a un inevitable modo de ser, resulta en la vanalización de la responsabilidad que fincamos con el otro, me refiero: al compromiso que tenemos entre humanas y humanos de que, a partir de imágenes individuales, logremos idear una imagen del mundo en la que todos seamos igualmente valiosos y libres, en donde nadie abuse de su engaño para satisfacer su egoísmo.

Quien, con astucia, pretende hacer uso del poder de la mente, para engañar deliberadamente y dominar a sus iguales (con el pretexto de que todo es apariencia), antes de ser el más capaz, deviene en el más cobarde: aquél que no supo lidiar consigo mismo y decide violentar al otro diferente para sentirse valioso ante sí.

Si bien, la mentira nos puede ser más propia, en tanto seres sofisticados de conciencia, esto no quiere decir que nuestra bella imaginación no tenga limites que, desde lo real, frustan la infititud de nuestro deseo. De ahí, el trágico don de la vida humana. Pero de ahí, también, nuestro ser ético: aquella posibilidad de que pudiendo idear matar elijamos amar.

Y tú ... ¿mientes o vendes ilusiones?

Buena semana tortugas.





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