viernes, 8 de noviembre de 2013

la traición...

la mentira, el engaño... el disimulo de quienes no gustan de las palabras ni de la verdad nubla la claridad de su rostro y les impide percibir el correcto modo de ser.


Quizá la verdad haya pasado de moda, pero la aspiración por encontrar el equilibrio entre nuestras percepciones y la realidad, el punto medio de nuestros juicios y la claridad de nuestra mirada, siguen siendo el único camino para crecer humanamente: sembrar paz. 


La violencia nace ahí donde la verdad se sacrifica en aras de falsas percepciones. Y las falsas percepciones anidan entramados de relaciones sociales entre personas que se convencen, mutuamente, con el solo hecho de coincidir, sin preguntarse a sí mismos de dónde nace la certeza de tales juicios coincidentes. 

Si bien las verdades no pueden estar aisladas de tales convenios objetivos, los convenios objetivos tampoco pueden estar aislados del escrutinio constante de nuestra subjetividad. Ya que teñimos de nuestros valores previos todo nuestro hacer en el mundo. Cuando esos valores no son capaces de trastocarse ante nuestras propias interrogantes, suspender enigmas de comprensión hasta tener una respuesta certera, ser cuestionados ante las nuevas realidad que nos desvelan los rostros ajenos, se traducen en actos lacerantes que lastiman nuestras almas.

Por eso la traición es la más cobarde de todas las mentiras. Porque no ser capaces de dirimir nuestras diferencias viéndonos a la cara, tramar con artilugios corroer la plenitud de otro ser humano, dañar intencionalmente la verdad para sacar provecho de ello, es simplemente no ser capaces de mirarnos a nosotros mismos con honestidad. Por mucho temor que nos signifique reconocer nuestras propias verdades, solo quien se conoce a sí mismo puede ser justo.


Y tú... ¿eres honesto con tu corazón?

Disfruten el fin de semana queridas tortugas... 
nutran de verdad sus propias percepciones 
para que su vida entera se ilumine de paz.




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