sábado, 23 de julio de 2016

luna llena...

de viento, lluvia y sol.


La vida no es un juego en el que se gane o se pierda. En estricto sentido...no es un juego. Disponemos sus reglas de acuerdo con aquello que tiene sentido dentro de nuestro entorno cultural y con base en aquello que valoramos como personas. Dibujamos nuestra figura a través del espejo de nosotros mismos, de quienes son parte de nuestra vida y del entorno social al cual pertenecemos. La imagen de nosotros mismos se nos aparece sin fisuras en el margen. Es un trazo acabado, cuidadosamente delineado, luminoso y colorido...sin embargo, es un trazo que es real gracias a los claroscuros que lo hacen posible. No importa cuán radiantes nos apreciemos a través de nuestros ojos...existe un punto ciego...del cual solo la experiencia compartida nos puede dar cuenta con exactitud. Todo aquello que afirmamos ser se forja conforme nuestro carácter es capaz de acrecentarse bajo la mirada de los otros y a la luz de nuestros errores, debilidades y defectos. Podemos escapar de todas las miradas. Pero jamás podremos escapar del escrutinio de nuestras propias verdades. En nuestro fuero interno, en nuestra soledad y en nuestros días más oscuros somos incapaces de mentir...de mentirnos a nosotros mismos. Pero es tal la decepción que podemos llegar a sentir de nosotros mismos, cuando descubrimos que no hemos alcanzado ser la figura bajo la cual nos imaginamos, que preferimos proteger con gran ahínco los rincones más recónditos de nuestra vanidad. Finalmente, es más sencillo reprochar a otros la responsabilidad de aquello de lo que carecemos. Como más satisfactorio es compadecernos de nosotros mismos y apelar a la compasión para justificar nuestros horrores. 

Ser humanos es también ser débiles. A veces llega el tiempo de reconocer que hemos perdido...no siempre se trata de tener la razón. Ganar solo tiene sentido si asumimos la vida como un juego de muerte: una batalla en la cual solo se trata de sobrevivir a toda costa. El fracaso, el error, la equivocación, la pérdida, el desamparo, el extravío...nos son tan propios como la felicidad. La vida es una aventura llena de metas, logros, retos, aspiraciones y satisfacciones. No hay un mapa fijo de ruta. No hay otro destino que el que decidimos forjar con nuestras propias manos. Y en este camino, si nunca sentimos que hemos fallado...lo más probable es que algo estemos haciendo muy mal. O esperamos muy poco de nosotros mismos o nos conformamos con el convenio objetivo del "éxito" en el cual las cartas están marcadas y nunca corremos el riesgo de barajarlas con los ojos cerrados: de sorprendernos ante lo impredecible. Y lo más seguro es que, creyendo que todo está bajo nuestro control...nos estemos perdiendo de vivir aquello que realmente vale la pena ser vivido. Dormidos en el aletargamiento de palabras que nunca se atreven a ser dichas. 

Hacer lo correcto, hacer lo justo...poco tiene que ver con las reglas bajo las cuales nos comprendamos a nosotros mismos, mucho menos tiene que ver con lo que las personas esperan de nosotros o piensan que debemos hacer de acuerdo con sus parámetros de moralidad. La mayoría de las veces se trata de trascendernos a nosotros mismos y reconocer que hay motivos más loables que la simple conservación de nuestras razones y certezas. Que la sobrevivencia es el reducto de la mezquindad y que la vida es un caudal totalmente fuera de nuestro control.

Cada vez que tropezamos, crecemos. Y cada vez que crecemos alcanzamos el verdadero valor de nuestra libertad. 


Y tú... ¿te atreves disculparte por tus errores?



Feliz sábado hermosas y libres tortugas....

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