miércoles, 22 de marzo de 2017

primavera 2017...

llena de sol y vacía de amor...


No siempre es el tiempo de descubrir, en el corazón, la huella de nuestra llama gemela. El alma no sólo se llena de los sentimientos que compartimos con nuestra pareja. El amor nos colma de múltiples formas y colores. En cada uno de nuestros actos, es posible encontrar una manera de ser del amor. Eros siempre se manifiesta regalándonos la sorpresa de la vida. Incluso imperceptible. Vivir una primavera sin amor es una de las experiencias más surrealistas que podamos imaginar. Es como si mutiláramos nuestra fe y nuestra esperanza. ¿Cómo es que un día amanecemos a la ausencia de ilusiones?... 

...Es la suma de todos los desencantos acumulados a lo largo de nuestra vida. Es el vacío de confianza en el mañana. Es la certeza del silencio y la distancia de nuestros amigos. Es el abandono de nuestras familias. Es la experiencia de la traición y de la persecución por parte de las personas en que confiamos. Es la desconfianza con que, quienes no nos conocen, nos vigilan y juzgan. Las puertas que se cierran. El futuro que no ocurre. La promesa no cumplida. Las heridas que recibimos. La injusticia a la fuimos sometidos. El cansancio de ceder y siempre estar con las manos vacías. El hartazgo de rogar por un mínimo gesto de cariño. La indiferencia de un mundo que ya no tiene tiempo para estar con el otro. La soberbia de quienes nos menosprecian. La arrogancia de quienes nos pierden el respeto. El egoísmo de quienes nos niegan su abrazo. La mezquindad de quienes no nos perdonan. El chantaje de quienes nos reprochan ser como queremos ser. La falta de espacios para nuevos encuentros. La imposibilidad de la sincronía con otra alma. La incomprensión. El olvido. La envidia. La voracidad. La mala fortuna. Las malas decisiones. Las falsas compañías. Los engaños y las mentiras: el abuso. La soledad. Nuestros errores y nuestros aciertos. Nuestros defectos y nuestras virtudes. La decepción. El agotamiento.

No podemos resignarnos a ser "útiles" para la vida de otras personas. Debemos preservar el encanto de ser amados por lo que somos -y por quien queremos ser-, así, amar sin condiciones, solo amar. La entrega amorosa no puede ser un convenio de partes que sacan algún provecho la una de la otra. Debería ser la posibilidad de desnudar nuestra alma y sentirnos seguros. Ser honestos y francos. Darnos con generosidad. Sin pretextos. Liberarnos de nuestros miedos y olvidarnos de los falsos cánones que constriñen la posibilidad de confiar unos en otros. 

A veces parece que el mundo se derrumba de tal forma que ninguno de sus pedazos podremos conservar. Mientras esto ocurre, estamos tan ocupados, evadiendo la vida misma, que da la impresión de que a nadie le importa. Es el tiempo de estar ocupados. Vacíos de sentido y llenos de cosas que hacer. A la deriva. Luchando unos contra otros. Sobreviviendo como fieras rapaces. Sin humanidad. Solos, incluso estando acompañados. Colmados de incomprensión y olvidando el arte de la escucha. Dialogando las 24 horas del día con nosotros mismos para justificar cada uno de nuestros minutos. No tarda en llegar el día en que hasta respirar sea un acto de nuestra vida sobre el que tengamos que rendir cuentas. Dormir ya ha devenido en un exceso de nuestras libertades. Y en el fondo, a nadie le importa más: quién es el otro con quien nos relacionamos. Autómatas y autistas digitales, somos. Cargados de prejuicios y complejos, estamos. Todos entronados de las únicas verdades, despreciando la diferencia y humillando a nuestros semejantes, sin más. 

¿Cuándo fue el día en que compartir se volvió una pérdida de tiempo? ¿Una pérdida de dinero? ¿Un vicio sin valor productivo alguno? ¿Una carga? Compartir nos distrae, los problemas ajenos son energías negativas que nos contaminan, el placer interrumpe y distrae los trabajos verdaderamente importantes. Y el único trabajo que ahora existe es no perder el sustento. Si tienes sustento puedes olvidar todo compromiso con la plenitud y el crecimiento de la vida. Puedes perderle el respeto a los demás. Puedes existir con éxito. 

Festejar es también, para muchos, solo una pérdida de dinero, tiempo, descanso, salud... Una distracción. La felicidad es un "lujo" y sonreír se ha convertido en la mayor de las agresiones. Ni siquiera la primavera puede hacernos olvidar que nuestros corazones están muriendo, precisamente, porque hoy somos nosotros mismos los mayores opresores de nuestra alma. Con total libertad aceptamos ser sometidos por nosotros mismos a valores morales carentes de amor, placer, generosidad y sin apertura a la sorpresa de descubrir nuevos rostros. Porque estamos orgullosos de ser cada día más eficientes, más independientes y, sobretodo, más egoístas... Finalmente, nos basta la autocomplacencia de sabernos "perfectos", en ese diálogo interno que solo tenemos con nosotros mismos, el cual ninguna persona puede interrumpir... porque estamos muy ocupados.



Y tú... ¿eres feliz?



 Queridas tortugas
que esta primavera
las sorprenda la verdadera
magia de la vida... quizá
todavía podamos recuperar
un mundo para nuestra
humanidad... No lo sé...



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